lunes, 6 de abril de 2015

Chapter 87: Cada pieza en su sitio



 


Chapter 87: Cada pieza en su sitio
 




- Soy un inútil – declaró Chris. Se habían pasado todo el día buscando a Peter, sin éxito. Claro que tampoco podían salir afuera, porque seguía lloviendo sangre abrasiva, y era evidente que en la casa no estaba así que no sabían bien dónde buscar. Se suponía que tenían que estar fuera, resolviendo el caos mundial, y no allí, buscando al "no-hijo pródigo".
- ¿Por qué dices esa tontería? – replicó Leo, sentado en el sofá del desván, conteniendo su impaciencia.
- Primero pierdo a un Peter, y luego al otro. ¿Qué clase de padre soy?
- Uno que no tiene la culpa de nada. Éste Peter se ha ido por propia voluntad. Con MIS poderes. Lo ha hecho deliberadamente, y es el único responsable.
- Yo tendría que haberlo sabido. Tendría que haber sospechado que lo del abrazo era extraño. Con lo reacio que es a que le toquen…
- Eso no importa ahora. Tenemos que encontrarle, y pronto. Más vale que no esté ahí fuera…¿cómo vas, Nick?
Ni Chris ni su padre tenían poderes, así que habían encargado a Nick, que si los tenía, la misión se encontrar a Peter a través del cristal mágico que poseía su familia. Pero esos cristales no solían funcionar cuando la persona no quería ser encontrada. A decir verdad, esos cristales rara vez funcionaban si no los usaba alguien con suficiente poder.
- Lo siento, abuelo. Yo… esto no se me da bien….Lo siento…
- Nick, nadie está enfadado contigo. Lo estás haciendo muy bien, cariño. – le aseguró Chris.
- Tal vez deberías dejar que Leo lo haga. Él lleva más tiempo que yo siendo brujo…
- Confío en ti, cielo. Sé que puedes hacerlo. Eres muy poderoso, Nick. Peter y tú sois más poderosos que yo.
Nick sonrió un poquito.
- Pero para éste hechizo necesitas algo de la persona desaparecida. Y todo lo que tenemos pertenece a nuestro Peter, y no a éste.
- Nick tiene razón, Christopher. Esto no sirve para nada. Peter es ahora un Anciano. Ningún hechizo localizador podrá encontrarle si no desea ser encontrado.
- Pero…¿por qué quiere tus poderes? – preguntó Chris, que no lo entendía. Tampoco entendía por qué el chico se había ido. Se sentía culpable, pensando que era su culpa, que no le había hecho sentir a gusto…
- No lo sé. Pero espero que para nada malo, porque ahora mismo ese chico es el ser mágico más poderoso del maldito mundo.
 


Una gota en su hombro.
- ¡Ay!
Otra en su mano.
- ¡Ay!
Dos gotas en su espalda, una en la nuca, otra más en la mano.
- ¡Au, Santa mierda! – gritó Peter, agitando la mano como para quitarse el ardiente líquido rojo de encima. Tiró el objeto inservible de su mano izquierda: aquél era el quinto paraguas que se le quemaba. Ninguno resistía más de un minuto bajo aquella lluvia. Estaba debajo de un porche, usaba un paraguas, y aun así se quemaba. Delante de él la acera echaba humo. De los árboles sólo quedaba ceniza. La calle estaba vacía.
Se transformó en demonio, para curarse las pequeñas quemaduras, y luego volvió a su forma humana. Siguió observando, quieto, como una estatua, imperturbable, serio, inmóvil…
- ¡Chico! ¡Eh, chico!
El oficial le gritó desde uno de esos coches. ¿Un Jeep, tal vez? Peter no estaba muy puesto en la tipología automovilística, pero se trataba de un vehículo grande.
- ¡Chico! ¿No sabes que hay toque de queda? ¿Qué haces ahí? ¡Te vas a quemar! ¡Ese porche se está deshaciendo! ¡Es de madera! ¡Vamos chico, vuelve a tu casa!
Peter no respondió. Insignificante soldadito. Probablemente las estrellas de su pecho significaran algo para el resto de insignificantes soldaditos, pero no para él. Él tenía magia, lo que ya le elevaba por encima de esas piezas de ajedrez bélico, pero además en esos momentos tenía dentro de él el poder de un demonio, el de un Anciano, y el suyo propio. Y sólo acababa de comenzar. Si quería, podía aplastar a esa hormiga vestida de camuflaje. Pero no lo haría. De momento.
- ¡Chico! ¡Maldita sea!
- Señor, tal vez esté en shock. Hay que… hay que llevárselo de aquí.
El oficial estuvo de acuerdo y dos soldaditos se acercaron a Peter. Ellos no tenían magia. A Peter no le interesaban, porque no tenían poderes que les pudiera quitar. Así que sólo eran una molestia. ¿Y si les quitaba de en medio?
"A Chris no le gustaría" pensó.
¿A qué Chris? ¿A su padre, o a su burda imitación? Más bien a la imitación. Y daba igual lo que a él no le gustara ¿verdad? ¿Qué había hecho Chris por él?
En su mente resonaron las palabras de Christopher. " Yo siento lo que te he dicho. No creo que seas un mal hermano. Ni una mala persona. Lo que acabas de hacer es algo muy bueno, y requiere mucha valentía. Te has disculpado por propia voluntad y eso hace que esté muy orgulloso de ti."
Se había disculpado con él. Había dicho que no era malo. Le había llamado valiente. Y había dicho que estaba orgulloso de él. Eso es lo que Christopher había hecho por él y era más de lo que había hecho nunca nadie, salvo su propio padre.
Luego, rememoró las palabras de Leo, al que había llamado abuelo como parte de una estrategia pero que quizá se hubiera ganado el uso de aquella palabra. "Volverás a ver a tu familia, Peter. Ya lo verás. Y entonces tendrás dos. Siempre estaremos disponibles para ti, para lo que necesites."
Esa gente no le conocía y le había abierto su puerta, su casa, su vida, su corazón, y sus secretos. Era el hijo del tipo que se había llevado a su Peter y Chris no había hecho ni dicho nada al enterarse. Y él les estaba traicionando.
"No se traiciona a la familia. Papá siempre lo dice."
He ahí la cuestión. ¿Eran o no eran su familia? Ese era el momento de decidirlo. De decidir si seguía adelante: si mataba a esos soldados y se iba por ahí a buscar más poderes para enfrentarse él sólo a Barbas, o si por el contrario volvía a casa, y se ponía en manos de Chris, fiándose de él para resolver aquello. Porque aquella lluvia era el pistoletazo de salida, y ahí el que no corría, volaba.
Peter sabía que si decidía quedarse con Chris, tenía que ser al 100%. Que se acababan los comentarios crueles, y el buscar hacer daño. Que tendría que confiar en aquél hombre y hacerlo a su manera, con sus frases cursis, sus abrazos (por Dios, tooodo el día abrazándole), su altruismo y sus estúpidas normas.
Quería hacerlo sólo. Quería irse, acabar con aquellos soldados, reunir poder, matar a Barbas. Pero no sabía por dónde empezar. Y estaba… tan cansado de estar sólo. No todo había sido mentira: era cierto que aquél Leo le había traído recuerdos de su propio abuelo. Quería volver a verle. Y al resto de su familia.
- ¿Dónde vives, chico? – preguntó el soldado. Se había acercado a él bajo lo que parecía un paraguas de acero.
Peter vio que sería muy fácil. Sólo tenía que responder "en el 105 de Angel Ave" y le llevarían allí. O más fácil todavía. Sólo tenía que orbitar de vuelta. Pero aún no estaba preparado. Aún no era el momento de confiar totalmente en otra persona. Aún no estaba tan loco como para vivir en el país del arcoíris y la piruleta.
Levantó la mano, lentamente, y utilizó uno de los poderes de su abuelo. Lanzó un rayo muy potente, y sintió cómo el hombre se electrocutaba. Sintió cómo moría bajo su mano. De pronto, el resto de la compañía militar había desaparecido. Cobardes. Peter cogió el paraguas metálico. Le sería útil, sin duda. El metal era una de las pocas cosas que esa lluvia no corroía.
 


- ¡Quiero ir con papá! – dijo la voz de Leo al otro lado de la puerta.
- Papá está buscando a Peter, cielo – respondió la voz de Amy. Había estado cuidando del niño durante todo el rato.
- ¡Peter es idiota!
- Leo, sé que estás muy triste, pero no por eso puedes insultar a nadie.
- ¡Lo es! ¡Es idiota, y ha robado los poderes del abuelo, y papá se ha puesto triste por su culpa!
- Papá está triste por otros motivos, campeón.
- ¡No me llames campeón! ¡Sólo él me llama campeón! ¡Tú no puedes, tonta! – gritó Leo. Chris decidió salir en ese momento. Abrió la puerta del desván y miró a su hijito enfadado, que al verle se quedó sin respiración.
- Leo… - dijo solamente. Una única palabra en un determinado tono, y a Leo le quedó muy claro que su padre lo había oído todo y no estaba nada contento. Se llevó las manos atrás, como para protegerse de posibles represalias contra su parte posterior. - ¿He oído bien? ¿Has llamado tonta a Amy y la has gritado?
- Sí, papá – respondió Leo, mirando al suelo.
- ¿Y has llamado idiota a Peter?
- Sí, papá. – respondió Leo, aún más hundido.
Chris se agachó para ponerse a su altura. Dobló el dedo índice repetidamente, indicándole que se acercara.
- Nunca más, ¿me oyes, Leo? O tus manitas no te protegerán.
Leo asintió.
- Perdón.
Chris esperó unos segundos, mirándole reprobatoriamente, y Leo pareció entender lo que quería que hiciera:
- Lo siento, Amy.
Amy le respondió con un suave "no pasa nada" y Leo miró a Chris, que asintió complacido.
- Querías venir conmigo. Aquí me tienes. ¿Qué ocurre?
- Nada. – dijo Leo, y juntó los deditos.
- ¿Nada? ¿Seguro?
- Yo… quería un abrazo.
Chris sonrió y le cogió en brazos.
- Mira qué mimosón está mi campeón. – le dijo, con cariño - ¿Te aburres?
- Un poquito. Y tengo miedo.
- ¿Miedo? – preguntó Chris, sorprendido.
- En la calle no hay nadie y todo está manchado de rojo. No deja de llover sangre…
- He intentado que no mire por la ventana – explicó Amy – Pero lo ha visto.
- No tienes que tener miedo, Leo. No voy a dejar que te pase nada.
- No es por mí por quien tengo miedo, papá. Esta lluvia estaba en las visiones de Victoria.
- A papá no va a pasarle nada, enano – intervino Nick, levantando la cabeza de los mapas y el cristal que estaba usando para el infructuoso hechizo de localización.
- ¿Cómo lo sabes?
- Porque yo no voy a dejar que le pase. Ni el abuelo tampoco.
- ¡Ni yo! – protestó Amy, indicando que con magia o sin ella, también contaba.
Chris miró a su familia, preguntándose qué había hecho para que le quisieran tanto. Dejó a Leo en el suelo y les miró a todos con ternura.
- Papá, aunque te enfades conmigo, Peter sí es idiota. Nadie le dijo que se fuera. – dijo Leo, con indignación.
- Lo decidió él sólo, Leo. No sé por qué, y quiero encontrarle, pero…tal vez no estaba a gusto aquí.
- Pues si no está a gusto aquí es que además de idiota es imbécil.
- Leo… - avisó Chris, con un suspiro.
- ¿Qué?
- Que parece que estés buscando que te lave la boca con jabón – respondió el otro Leo por él. Nieto y abuelo se miraron, y Leo se escondió detrás de Chris, como para protegerse.
- Ah no, campeón. No vale refugiarse aquí cuando uno se porta mal.
- Pero…¿y si no lo vuelvo a hacer?
- No sé, pregúntale al abuelo.
- Abu… ¿estás enfadado?
- ¿Vas a dejar de decir palabrotas y de insultar? – contraatacó él.
- Sí.
- Eso le habías dicho a tu padre hace justo un segundo.
- Pero es que… Peter…
- Campeón, piénsatelo. Que parece que el abuelo habla en serio.
- Pero… él…Yo…- empezó Leo, y luego se rindió – Lo siento. No volveré a hacerlo.
- ¿Y qué crees que debería hacer yo? – preguntó su abuelo, mirándole a los ojos.
- Lo que tú decidas, abuelo – respondió Leo, devolviéndole la mirada con ojitos tristes. Leo I se sorprendió por esta respuesta. No fue un "no me castigues" ni un "por fa, no lo haré más". Sino una respuesta que denotaba confianza y obediencia. Se acercó a su nieto, y le cogió en brazos.
Leo, al ver que estaba "a salvo" y que su abuelo no estaba enfadado, se agarró a él con fuerza.
- Abu, he visto a mamá – le dijo.
Chris ya se lo había contado pero Leo I actuó como si no supiera nada.
- ¿De verdad?
- Sí. Estaba muy guapa. Y me dijo que me quería.
Leo intercambió una mirada con Chris, y luego volvió a mirar a su nieto.
- ¿Y qué más te dijo?
- Que no confiemos en Peter. En el nuestro. Pero se debió de equivocar. Tenía que referirse al otro. ¿Verdad? ¿Verdad que tenía que referirse al otro?
Nadie supo qué responder. Todos sabían lo que querían creer, pero eran ya muchos malos augurios en contra de "su Peter", como si estuviera destinado a hacer algo malo.
 


REALIDAD 2
Peter como carcelero no valía un centavo. Se durmió a los diez minutos, y su prisionero, Chris, fue "libre", aunque no abandonó su "cárcel". Se quedó junto al chico viendo como dormía, sabiendo que últimamente no dormía demasiado. Luego se fue con cuidado de no despertarle, sólo para comprobar que Nick también se había quedado dormido, en el sofá.
Subió al desván, y no había puesto un pie en la puerta cuando alguien se apareció frente a él. Una silueta que conocía y odiaba. Barbas se apoyó en la pared, en actitud chulesca. Chris le fulminó con la mirada.
- ¿Perdiste algo? – le preguntó.
- Sí, a uno de tus chicos – respondió el demonio, mirándose las uñas.
- A los dos – respondió Chris, triunfante.
- Oh, no. El otro está justo donde le quiero. Y al final de ésta conversación te lo demostraré.
- ¿A qué has venido?
- A comprobar que recuerdas nuestro…trato.
- No voy a cumplir ningún trato. Ya no tienes nada que ofrecerme. No tienes a mis hijos.
- ¿Eso crees?
- Lo sé.
Barbas paseó por toda la habitación, como observándola. De pronto, chasqueó los dedos.
- El portal al otro mundo está abierto. Tu hijo está ahí, esperándote.
Christopher abrió mucho los ojos. Se le detuvo el corazón. Peter.
- ¿Cuál es la trampa?
- Sólo podrás volver a éste mundo con el cadáver de tu alter ego. Y has de llevar contigo a los muchachos. Si no es con ellos, no podrás cruzar, me he encargado de ello.
- ¡Jamás! – dijo Chris, pero el demonio ya no estaba.
Chris paseó nerviosamente por toda la habitación. Pero no podía engañar a nadie: ya había tomado una decisión. Puso una mano en la pared, y formuló las palabras que activaban el hechizo. Por primera vez en días, funcionó. El portal.
Casi sentía cómo Peter le llamaba desde el otro lado. Se quedó mirando la pared, con un leve reflejo azul, como hipnotizado. Tan cerca. Tan cerca, y tan endemoniadamente lejos…

"Tal como te dije: Peter está justo donde quería" pensaba Barbas, oculto mágicamente. Sabía que le llevaría un tiempo. Que Chris tenía que meditarlo. Que no quería poner en peligro a Nick, ni al "otro Peter". Pero también sabía que acabaría diciendo que sí. Porque Barbas aprendía de sus errores, y tantos años tratando con esa familia le había dado, por fin, la clave: no hay nada que un Haliwell no hiciera por su hijo. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario