lunes, 6 de abril de 2015

Chapter 11: Papá



 


Chapter 11: Papá
 


- Colócate bien la corbata, Nick – dijo Chris, con voz cansada. ¿Cuántas veces se lo había dicho?
- No soy Nick, soy Peter – protestó el aludido, y tras mirarle bien Chris comprobó que tenía razón. Lamentablemente para él, los gemelos tenían razón en una cosa: cuando se vestían igual y estaban a la vez en la misma habitación, haciendo lo mismo, era muy difícil distinguirles. Aun así, había cosas como la forma de mirar o las palabras que utilizaban que le ayudaban a distinguir a uno de otro.
- Bueno, pues igual colócate la corbata - le dijo, algo mohíno. Aunque los gemelos se divertían cada vez que se confundía, a él no le gustaba llamar a uno por el nombre de otro. Pero tampoco podía prohibirles jugar a ese juego inocente, aunque él empezara a cansarse.
- ¿Me ayudas? – pidió el chico, con cierta timidez. El colegio al que asistirían tenía uniforme: pantalones de pana azul marino, camisa blanca y corbata. No era nada horrible, comparado con otros que Chris había visto por ahí. Pero aquél era el primer día de clase para los chicos, y estaba dando más problemas de los que debería: Nick odiaba tener que llevar esa ropa, y los dos estaban tardando demasiado. Chris no quería que sentaran precedente llegando tarde el primer día.
Se acercó a Peter y le rehízo el nudo de la corbata. Él no parecía molesto por el uniforme, y además le quedaba muy bien. Lo llevaba con elegancia y le hacía parecer mayor de lo que era. El chico se había dado además un poco de gomina para intentar controlar sus rizos rebeldes, aunque no parecía haber tenido mucho éxito con esta tarea. Chris se alegraba secretamente: le gustaban aquellos rizos.
- Así – dijo Chris cuando terminó. – Mucho mejor.
- Gracias.
- ¿Qué tal vas tú, Nick? – le preguntó al chico. Estaba sentado en la cama, como si ya hubiera terminado. Chris le miró: estaba vestido y con la corbata bien puesta…Sí, ya estaba listo.
- Odio éste maldito uniforme – dijo como respuesta.
- Sí, creo que lo has dejado caer un par de veces. – comentó Chris, con paciencia.
- ¡No me lo avisaste! – le reprochó Nick. – No me dijiste nada de un maldito uniforme.
- No habría cambiado nada: te lo tendrías que poner igual. Además, se me olvidó. Leo aun no tiene que llevarlo.
Sólo los chicos mayores llevaban uniforme. Era una norma del colegio para evitar, entre otras cosas, tonterías innecesarias como que se metan con los chavales menos adinerados porque su ropa no es de marca.
Nick guardó silencio, pero dejando notar por su expresión lo molesto que estaba. En realidad, Chris creía que el uniforme no le desagradaba tanto: lo que pasa es que el chico estaba enfadado por no poder ver la televisión en algo más de una semana. Su castigo aun no había terminado, y Nick había descubierto que tener "vacaciones" sin televisión podía ser muy aburrido, sobretodo porque no utilizaba mucho el ordenador, lo cual, a su juicio, le dejaba sin pasatiempos. Chris esperaba que ahora que empezaban el colegio lo llevara un poco mejor: ya no tendría que estar tanto tiempo en casa, aburrido.
Cuando los dos estaban ya impolutamente vestidos y peinados, Chris empezó a sentirse nervioso, como si fuera él mismo el que iba a comenzar en un nuevo colegio. Se repitió mil y una veces que ya tenían dieciséis años, pero aun así no pudo evitar hacer una serie de preguntas de padre preocupado:
- ¿Lleváis todo?
- Sí – respondieron los dos al unísono
- ¿Seguro?
- ¡Sí!
- ¡Sí!
- ¿Bolis?
- ¡Sí!
- ¡Síii!
- ¿Papel?
- Sí
- Síiiiii
- ¿Dinero?
- Sí
- Chris, ¡vale ya!
Este último fue Nick, claro. Peter se limitó a responderle con paciencia, aunque se le veía tan harto como su hermano. Chris se obligó a contenerse: los chicos no eran tontos y era su primer día, no el fin del mundo.
Aquella mañana fueron al colegio los cuatro, pero sólo regreso Chris. Sintió que el coche estaba silencioso sin sus chicos y se fue al P3 con una extraña sensación de vacío.
Chris llegó a casa antes que sus hijos, y decidió hacer "una comida especial". Una comida especial para la rama cocinera de los Haliwell podía significar un banquete de los que te dejan sin comer por veinte días. Chris se esmeró por hacer los platos favoritos de cada uno y sonreía como un idiota mientras lo hacía.
- ¿Qué te pasa? – preguntó una voz a sus espaldas. Era Wyatt. Acaba de orbitar a la habitación y habló sin anunciarse, haciendo que a Chris le diera un vuelco al corazón. Ya tendría que estar acostumbrado a eso, pero no.
- ¿Por qué habría de pasarme algo?
- La última vez que te vi sonreír así volviste con dos gemelos nuevos bajo el brazo.
- Pues hoy esos dos gemelos empiezan el colegio – respondió Chris, sin dejar de sonreír, y sin prestarle mucha atención por estar ocupado con la bechamel.
- ¿Y sonríes por la paz, la tranquilidad y el silencio de tener la casa sólo para ti? – preguntó Wyatt en tono guasón, mientras intentaba meter el dedo en la crema. Chris se lo impidió con un manotazo, pero aun sonreía.
- Debería, ¿no? La verdad es que les echo de menos. No es que a Leo no, pero estoy acostumbrado a que esté en el colegio: me he perdido 16 años de la vida de esos chicos y cuando vuelvo del trabajo Nick tiene por costumbre ayudarme a cocinar. Hoy he vuelto y estaba vacío. Pero están a punto de llegar, y por eso sonrío.
- Chris, te has vuelto un ñoño – le aseguró Wyatt, y sin perder un segundo hizo orbitar una de las sartenes hasta sus manos. Hizo lo propio con una cuchara y probó la bechamel. – Pero sigues cocinando igual de bien.
Chris frunció el ceño ante el descarado robo de su obra de arte, pero luego se rió.
- ¿Quieres quedarte a comer?
- Gracias. Es más divertido cuando me autoinvito – dijo Wyatt – pero Linda y los chicos me esperan. No eres el único padre ¿sabes?
Aunque Wyatt seguía de broma, Chris le notó preocupado.
- ¿Ocurre algo?
- Me preguntaba sí…Tú eres bueno con las pociones. – comenzó Wyatt, y Chris sólo le miró – Victoria quiere aprender a hacer algunas. Me preguntaba si tú la enseñarías.
La hija mayor de Wyatt, de diez años, era aun muy pequeña para usar magia en el sentido estricto. No luchaba contra demonios ni nada de eso, pero se preparaba para hacerlo algún día, mientras para ella era aun un juego divertido.
- Claro, Wy, no es problema, pero tú también puedes hacerlo. Se te da tan bien como a mí, sino mejor. Eres el Dos Veces Bendito y todo eso…
No le suponía ningún esfuerzo enseñar a su sobrina, pero se preguntaba por qué no quería hacerlo él mismo.
- Pero no tengo paciencia – explicó Wyatt – y me está volviendo loco.
- ¿Estabas con ella ahora? ¿La has dejado sola con las pócimas?
- La he dicho que volvería contigo…si a ti no te importa. Sólo será un momento – añadió, para que no se preocupara por la comida ni por los chicos.
Chris se quitó el delantal y acompañó a su hermano. Pensó en advertirle que el de paciencia tampoco estaba sobrado, pero aquello parecía importante para Wyatt, y, como él siempre le ayudaba, estaba más que dispuesto a corresponderle. Estuvo fuera sólo veinte minutos, pero cuando volvió, un huracán había pasado por la cocina. Todo lo que había estado cocinando estaba por el suelo, y había salpicones manchando la pared. Escuchó gritos y se alarmó, hasta que ver que era el sonido de una discusión. Entonces tan sólo se enfadó. Fue al salón, de dónde venían los gritos, y vio una escena muy extraña. Nick y Leo estaban sentados en el sofá, y Peter de pie frente a ellos como si les estuviera echando una bronca. Tras escuchar unos segundos le quedó claro que eso era precisamente lo que estaba haciendo. Aunque aquello tenía algo de divertido, el estado de su cocina le impidió ver el lado gracioso del asunto.
- ¿Qué ha ocurrido? – preguntó, y su enfado iba en aumento: el uniforme de Nick y la ropa de Leo se habían ensuciado también.
- ¿Cuándo has llegado? – preguntó Peter, asombrado. Chris se dio cuenta de pronto de que había tenido suerte de que ninguno le viera orbitar en la cocina.
- Ahora mismo he cruzado la puerta, pero estabais gritando tanto que ni me habéis visto –mintió. Peter lo aceptó como posible y de pronto suspiró, derrotado. Pasó a sentarse al lado de sus hermanos, como si estuviera muy cansado.
- ¿Qué ha pasado? – volvió a preguntar.
Silencio total. Chris se imaginó una planta rodadora del desierto botando por la habitación. Peter le dio un pisotón a Nick para que hablara, y Nick se lo devolvió, sin decir palabra. Chris optó por una táctica más persuasiva.
- O alguien me cuenta por qué estáis sucios y lo que ha pasado en la cocina, o los tres vais a tener una tarde muy difícil.
Más silencio.
- Como encima me castiguen por vuestra culpa os juro que invento una tortura sólo para vosotros – amenazó Peter, pero no tuvo más éxito que Chris. Entendiendo por el contexto que sólo obtendría información de Peter, Chris se dirigió a él.
- ¿Me lo cuentas tú? – le preguntó.
- Ni se te ocurra – amenazó Nick, cuando vio que Peter iba a responder
- ¡No! – pidió Leo.
Chris se encogió de hombros.
- Muy bien, los tres estáis castigados. Subid a vuestro cuarto mientras me pienso qué hacer con vosotros.
Los tres se pusieron de pie, pero Peter se arrodilló junto a Leo y le dijo algo al oído. El niño suspiró y cogió algo de detrás del sofá. A pasitos cortos se acercó a Chris, con una pelota en la mano.
- Nick y yo hemos jugado a la pelota, y sin querer la hemos mandado a la cocina. La comida se había caído, así que intentamos recogerla pero no pudimos.
Chris dejó escapar el aire.
- No era tan difícil ¿no?
Odiaba que le ocultaran las cosas. Le hacía pensar que no confiaban en él, o que le tenían miedo. Sabía que era normal que los niños ocultaran sus travesuras, pero hubiera esperado que Nick fuera un poco menos infantil. En cuanto a Peter, nunca delataba a sus hermanos. Chris entendió por qué les estaba regañando cuando les encontró.
- Leo, te he dicho muchas veces que en casa no se juega a la pelota. Nick, a ti no te lo he dicho, pero eso es porque pensaba que tenías 16 años y no seis. Creía que era de sentido común, pero de eso te falta un poco ¿no?
Nick no dijo nada, consciente de que Christopher tenía razón. Tan sólo había pensado que no pasaría nada, y habían tenido cuidado de no darle a la tele…
- Lo siento.
A Chris le agradó que, por una vez, no le discutiera.
- Sí, ya puedes sentirlo, porque eso que habéis tirado era la comida. Subid a cambiaros mientras miro a ver qué puedo apañar. Nick, súmale una semana a tu castigo, y Leo, no vas a ir al parque en lo que queda de mes.
El niño subió haciendo pucheros y pataleando, pero Nick sabía que podía haberle ido peor, así que no dijo nada.
Chris fue a la cocina, esfumado su buen humor matutino, y se puso a limpiar aquél desastre. Peter, que no se había manchado, se puso a ayudarle. Trabajaron en silencio hasta que Chris se reprochó el estar tan frío con su hijo: él no había hecho nada malo.
- Deberías subir a cambiarte para no ensuciarte – le dijo - ¿Qué tal el primer día?
Se reprochó también el no haberle preguntado eso a Nick: vale que el chico hubiera hecho el tonto, pero él era su padre, no podía simplemente enfadarse y por eso no interesarse por él.
- Bastante bien. Lo peor ha sido tener que presentarme.
- ¿Por qué?
- No se me da bien. "Hola, soy Peter, soy el pequeño de la clase y vengo de un orfanato".
Chris quiso decirle que lo del orfanato no tenía por qué decirlo, pero supo que tampoco podía decirle que lo escondiera. Lo que no le gustó es que obviara el hecho de que ahora tenía un padre: él. Aun así, había acordado tácitamente con su cerebro no presionarles en ese punto, así que hizo otro comentario:
- ¿El pequeño de la clase?
- Nacimos el 30 de diciembre, o eso nos dijeron.
- Bueno, pero eso da igual ¿no?
- Sí, pero estoy acostumbrado a dar clase con niños a los que saco varios años, no a que haya tíos el doble de anchos que yo y chicas que me miren como si fuera deseable.
Chris contuvo las ganas de preguntar "¿te miraron muchas?" sabiendo que esa pregunta era más adecuada hacérsela a Nick. Pero si sumas el factor chico nuevo, con las características de mono y soltero, Chris sabía que obtienes un disparador de hormonas adolescentes. En cuanto las nuevas compañeras de Peter se enteraran además de su trágica historia, el chico tendría que espantarse las chicas a manotazos. O al menos, eso pensaba Chris, que dejó esto de lado para preguntar:
- ¿Cómo eran las clases en el centro?
- Nick y yo teníamos un profesor para nosotros, que nos mandaba ejercicios y cosas así que íbamos haciendo mientras enseñaban a los niños a sumar y a colorear.
- ¿Nunca os llevaron a un colegio con otros chicos?
- Nosotros no queríamos – explicó Peter, pero no añadió nada más. Chris lo dejó estar.
- ¿Y las clases? – preguntó con amabilidad.
- Las de hoy, bien. Pero aun me falta ver cuáles tengo mañana y creo que tengo matemáticas.
Chris le miró como preguntando "¿Y qué con eso?"
- Me gustan las mates, pero últimamente somos enemigos acérrimos.
Chris tomó nota, para estar pendiente.
Terminaron de recoger, y Peter subió a cambiarse mientras Chris improvisaba una comida. Sabía que los chicos no lo habían hecho aposta, pero le había molestado mucho que todos sus esfuerzos terminaran en la basura por culpa de una pelota. Decidió no tomárselo como nada personal y fue a ver qué tenía en la nevera, que no era mucho. Al final, hizo una ensalada y un lenguado para Nick para Leo y para él, y una ensalada y tortilla para Peter. Chris no quería ni imaginarse la cara que pondrían los chicos al ver el pescado, pero no tenía otra cosa, ni huevos suficientes para los cuatro. Además, así aprenderían a no destrozar buenas comidas por jugar al balón donde no debían.
Efectivamente, la nueva comida no tuvo una gran acogida, salvo por parte de Peter, que probablemente se la hubiera comido aunque la tortilla fuera de pimientos, que no le gustaban. El chico entendía cuando Chris no estaba dispuesto a ceder, pero a Leo y a Nick parecía faltarles esa habilidad, porque le insistieron con que no querían comerlo.
A Leo bastó con presionarle un poco para que se lo comiera, con su mejor cara de desprecio total hacia el pescado. Pero Nick fue harina de otro costal.
- Nick, come - dijo Christopher por vez número quinientos.
- A Peter le hiciste tortilla – protestó. Ese argumento era nuevo. Ya había probado con el "no quiero" "no, por favor" "no voy a hacerlo" y "prefiero quedarme sin comer".
- Peter es vegetariano.
- Pues yo también, a partir de ahora mismo.
Chris sabía que no podía reírle la gracia, aunque reconoció que el chico lo estaba intentando con todos sus trucos.
- No, tú te vas a callar y a comer el pescado. Ahora mismo.
Nick no dijo nada, pero no hizo ninguna tentativa de coger el tenedor. Peter y Leo ya habían terminado, así que Chris les dejó irse, pero él se quedó con Nick: se quedarían ahí hasta que se lo comiera.
- Pues vas a desperdiciar tu tarde – replicó Nick, con descaro.
- No seas insolente. Vamos, come. Ni siquiera lo has probado.
- Ni falta que hace: no me gusta.
- No tiene que gustarte. Te lo tienes que comer. – dijo Chris, agotada su paciencia.
- Cómetelo tú.
- Nick, estás a esto de que te ponga sobre mis rodillas. – le advirtió, muy serio.
Pensó que aquella advertencia bastaría para acabar con la insistencia del muchacho, pero se notaba que aun no tenía mucha práctica en tratar con adolescentes. A Nick le quedaron dos opciones: obedecer, o revelarse contra la amenaza. Y eligió lo segundo.
- ¡He dicho que no! - se puso de pie y empujó el plato, tirándolo al suelo. El cristal se hizo añicos.
Chris reaccionó con rapidez. Casi no se había caído el plato cuando le agarró del brazo y le obligó a tumbarse en su regazo. De un tirón le bajó el pantalón y comenzó con el castigo.
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- Basta de pataletas, Nick.
Como toda respuesta, el chico protestó débilmente por los azotes.
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- Si te digo que hagas algo, lo haces.
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- Voy a hacerte una trucha – Chris sabía que eso le gustaba menos todavía que el lenguado, ero este había terminado en el suelo. - El pescado te lo vas a comer, pero tú decides si va a ser de pie o sentado.
- Sentado – dijo Nick, llorando un poco.
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- Pues termina la escena y no hagas más el tonto. Si no hubieras tirado la comida en primer lugar te habría puesto otra cosa.
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Chris concluyó y le dejó incorporarse pero, antes de abrazarle, le advirtió:
- Si tengo que volver a castigarte iré a por el cepillo.
Nick negó con la cabeza y tragó saliva. Chris le dio un corto abrazo y le puso de pie con una palmada. Le dejó subirse los pantalones, y le ordenó que recogiera lo que había tirado. Le dijo que esperara mirando a la pared mientras le hacía una trucha. Nick empezó a decir que no era justo, que ya le había castigado, pero Chris le silenció con otra palmada.
- A la esquina – se limitó a repetir, y esta vez Nick obedeció.
Cuando el pescado estuvo listo le dijo que se sentara de nuevo y le miró con la advertencia en los ojos. Nick comió un trozo, pero puso cara de asco y se negó a comer más.
- Nick, que te he dicho…
- Ve a por el cepillo, ¡lo prefiero!, pero no me lo voy a comer.
- Nick, hijo, no sabes lo que dices. ¿Prefieres que te pegue con el cepillo a comerte un plato de pescado? Anda, bebe un poco de agua y come.
- No. Sabe fatal…
- Nick, éstas son tus opciones: o te callas y te comes el pescado, o te doy una zurra, te callas, y te comes el pescado.
Nick no estaba acostumbrado a que Chris le hablara así. Se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas, pero cogió el tenedor y empezó a comer. Costó diez minutos, y alguna que otra advertencia, pero al final se la terminó.
- Estaba asquerosa – dijo Nick, y se encogió cuando vio que Chris se acercaba, pero éste sólo le rodeó con un brazo y le dio un beso en la cabeza.
- Eres lo más cabezota que he conocido.
Nick se dio cuenta de que Chris ya no estaba enfadado con él, y se permitió ser un poco infantil.
- Eres malo.
- No, de hecho, he tenido demasiada paciencia y lo sabes.
- Pero eso es porque me quieres, papá – repuso el chico, sonriendo.
- ¿Qué has dicho?
- Que es porque me quieres.
- No, lo otro.
Nick lo sabía, pero quería hacerse de rogar.
- Papá – repitió, haciendo que la palabra sonara mágica, hermosa, especial.
Chris le abrazó tan fuerte que Nick creyó que se le rompía alguna costilla. Era la primera vez que le llamaba así y el corazón se le llenó de alegría.
- Papá, papá, papá – repitió Nick, divertido por la efusividad de su padre.

Se dejó abrazar, contento por haberse decidido a decirlo. Hacía tiempo que lo sentía así, pero era una palabra que, hasta cierto punto, le daba miedo. En ese momento estaba bastante convencido de que Chris le quería de verdad, y de que no iba a abandonarle, así que utilizó la palabra que sabía que le haría feliz. Realmente, era el único padre que le había conocido. Le trataba como un hijo y se preocupaba por él, así que bien se merecía esa palabra. Los dos disfrutaron de aquél momento, y Chris se preguntó si algún día Peter usaría también esa palabra.

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