viernes, 3 de enero de 2014

Capítulo 22: No estás sólo



Capítulo 22: No estás sólo

Nunca me he sentido tenso en mi cuarto. Es como mi refugio. Mi “santuario”, aunque por causas de fuerza mayor tuviera que ser un santuario compartido. Cuando Alejandro estaba de mal humor se hacía un tanto incómodo, pero ni eso conseguía que estar en mi habitación fuera una mala experiencia.  Aquél día, el primero de mi vida en el que dormía con Michael, si lo fue.

El silencio no podía ser más artificial. Todos estábamos despiertos. Cole dormía a mi lado, en mi cama, y Alejandro y Michael en la litera. Las luces estaban apagadas, pero por la ventana entraba la suave luz de la farola, haciendo que Alejandro y yo nos miráramos a los ojos, entre las sombras. Ninguno de los dos solía dormir de lado, pero nos habíamos puesto así para poder leernos mentalmente con la complicidad que dan los años. De vez en cuando él desviaba la vista hacia la litera de arriba, donde estaba Michael. Se escuchaba el tictac del reloj, lo que sólo contribuía a ponerme más nervioso.

-         ¿Podemos cerrar la contraventana? – preguntó Michael  al cabo de un rato, y su voz casi nos asustó por el largo silencio previo.
-         La dejamos abierta por el enano, para que entre luz – explicó Alejandro.
Noté que Cole se ponía rígido. Alejandro tenía que medir mejor sus palabras.

-         A mí tampoco me gusta dormir del todo a oscuras – mentí, para que Cole no se sintiera mal.
De todas formas, Cole YA se sentía mal. Papá estaba muy preocupado por la forma en la que había llorado aquella tarde, y yo también. Aidan le había estado persiguiendo para hablar con él antes y después de la cena, pero Cole le rehuía y como en casa somos tantos, no le fue difícil evitar la conversación.  Se metió en la cama muy pronto y se hizo el dormido cuando entró papá. No le engañó, pero Aidan decidió no forzarle. 
-         ¿Siempre hay tanto silencio antes de dormir o estáis así porque estoy yo? – preguntó Michael, de nuevo. Ya había notado que era muy directo, pero por lo visto no tenía reparos en mencionar directamente cosas que otras personas esquivarían.
-         Lo segundo, más bien – respondió Alejandro.
Tal para cual. Cortados por el mismo palo. Como esos dos se empezaran a juntar, no iba a haber quien les aguantara.
-         Alejandro, no es necesario ser hiriente… - comenté.
-         Hiriente sinceridad, querrás decir. Él ha preguntado.
-         No, está bien saberlo – dijo Michael. – Es mejor pensar que estáis callados porque soy un intruso a que sois unos aburridos.
-         No eres un intruso – me apresuré a decir.
-         Si lo es – me contradijo Cole.
Más silencio. Imaginar reencuentros felices y emotivos sólo servía para deprimirme cuando no tenían lugar. No era así como había imaginado mi primera noche con Michael.
-         Os he estado observando – volvió a hablar Michael al cabo del rato. – Hoy. Os he observado, y he llegado a la conclusión de que aquí cada uno va muy a lo suyo. Pasan cosas sin que todo el mundo se entere. Hacéis las cosas… de forma independiente. Funcionáis por horarios, y no por… conversaciones. Todo es muy… frío. A tal hora es la cena, y vais al comedor. A tal hora hay que acostarse, y vais a la cama. Casi podríais prescindir… ya sabes, los unos de los otros.

-         Te equivocas. Creo, de hecho, que somos la familia con los miembros más imprescindibles del mundo.  – dije yo. – Es cierto que cada uno sabe lo que tiene que hacer a cada hora. Eso se explica porque papá tiene que ocuparse de los pequeños. No puede dividirse. Somos demasiados, así que “vamos funcionando” por nuestra cuenta, en especial en éste momento del día, en el que los peques más le necesitan para cambiarse, cepillarse los dientes, acostarse, etc.  Pero cada uno tiene una “misión”, incluso los enanos. Si Kurt deja de poner los vasos un día, otra persona tendría que hacerlo por él, y esa persona ya tiene su propia función. Es importante que todos cumplamos con las tareas para que la cosa marche. Pero además, somos como una familia de pollos. Son muchos, pero no por ello prescindibles. Si uno se pierde la gallina se da cuenta enseguida y no para hasta encontrarlo. Y lo mismo los demás pollos.  – dije, y estrujé a Cole suavemente.
De nuevo el silencio. Entonces, de pronto, escuché una carcajada. Me incorporé un poco para ver como Michael se partía de risa.
-         Entonces, ¿Aidan sería la mamá gallina? – preguntó, y siguió riéndose.
-         Sí, tío, vaya metáforas eliges – dijo Alejandro, y yo me avergoncé un poco.
Michael siguió riéndose un poco más y luego respiró hondo para recuperar el aliento.
-         Me gusta – dijo al final. - ¿Puedo llamaros “los pollos Whitemore”?
-         Tú verás: tendrías que incluirte. Ahora eres un pollo más. – le dije.
Le oí respirar muy fuerte, como  quien se sorprende. Y de nuevo, más silencio.
-         ¿Y cuál sería mi función?
Supe que ya no hablábamos de poner platos ni de tareas de la casa. Me estaba preguntando el lugar que ocupaba en la familia, y yo no sabía qué responder. Debería haber dicho “ser el hermano mayor”, pero…¡ese era yo! Y no quería perder mi puesto. Era lo único que sabía ser. Lo que había sido toda mi vida.  Alejandro respondió por mí, sacando el cuerpo fuera de la cama y lanzando una almohada al piso de arriba:
-         La de dejar mal a Ted, por supuesto. Tienes que ganarle en todo lo que él nos gana a nosotros.
-         Al que tiene que ganar es a papá – protesté – Con la play.
-         ¡Es verdad! Por favor, machácale. Machácale y restriégale la puntuación – dijo Alejandro.
En ese momento se encendió la luz y nos giramos para ver a papá en la puerta. Intentaba hacerse el enfadado, pero sonreía y no podía ocultarlo.
-         ¿No hay sueño, o qué?
-         Ni un poco – respondió Alejandro. - ¿Me devuelves mi almohada? – le dijo a Michael.
-         Nop. – respondió, y ya con la habitación iluminada pude ver como la ponía encima de la suya, debajo de su cabeza. – Dormiré mucho mejor así, gracias.
Cole se rió un poco, por lo bajo. Papá le miró con esperanza, como si eso fuera un signo de que él y Michael podrían llevarse bien, aunque hubieran empezado con mal pie.
-         Muy gracioso, Michael, devuélvemela.

-         No habérmela lanzado.
-         ¿Cómo quieres que  duerma sin almohada? Papá, dile algo.
-         “Algo”.
-         Ja, ja. Me parto. ¿Te pones de su lado? – protestó.
-         Para otra vez, ya sabes: no le tires la almohada – dijo papá, riéndose. Creo que le gustaba ver que interactuaban de esa forma tan… normal. Como si llevaran siendo hermanos toda la vida.  – Ale, a dormir. Que mañana hay colegio.
-         Para mí no – respondió Michael, en tono triunfal de recochineo.
-         De momento – contraatacó papá. – Voy a ver si es posible que te incorpores al año ya comenzado y sino darás clases particulares para avanzar y poder ir el año que viene.
-         ¿Qué?  - bufó Michael.
-         Buenas noches – dijo papá, y apagó la luz.
-         No, espera. No puedes estar hablando en serio.
No obtuvo respuesta. Escuchamos los pasos de papá yendo hacia su cuarto.
-         ¡No pienso volver a clase! ¿te enteras?  ¡Lo dejé hace años y no me puedes obligar a volver! – gritó Michael, asegurándose de que le oían todos los habitantes de la casa.
-         Confía en mí: sí puede – replicó Alejandro.
-         Y una puta mierda. Que se ha creído ese… - empezó, y yo tapé los oídos de Cole mientras Michael insultaba a la madre de Aidan, a su venerable abuela, y a toda mi línea de antepasados.
Cuando se desahogó Alejandro y yo pusimos el oído para ver si escuchábamos a papá volver, enfadado por semejantes palabras, porque era muy probable que las hubiera escuchado. Pero nadie vino.
-         Debe de estar de buen humor – comentó Alejandro.
-         ¡Dejaré de estarlo si no os calláis de una vez! – exclamó, desde el pasillo. Desde ese momento reinó el silencio, aunque se oyó un suave “plof” cuando Michael dejó caer la almohada sobre la cara de Alejandro.

-         Aidan´s POV -

Pues sí: Michael había tenido razón. La insulina no se inyectaba como yo lo había hecho. Estuve mirando en internet  y debía hacerse lentamente, pellizcando la piel y con la aguja en un ángulo de 90 grados.  Yo no le había hecho así, y tenía que haberle hecho  mucho daño a Michael, aunque él apenas se había quejado. No iba a dejar que volviera a pasar de nuevo.

Consulté varias webs sobre diabetes y estudié los papeles con el régimen de Michael. El pobre no podía comer casi de nada. Nada bueno, quiero decir. Mi casa estaba llena de chucherías que Michael no debía comer, así que me apunté comprar snacks  aptos para él, como las galletitas saladas que me había dicho que sí podía comer.  En realidad, había alimentos que “podía” comer, pero que no “debía”. Pensé que se necesitaba mucha fuerza de voluntad para no comer determinadas cosas, sabiendo que están buenas y que no te van a hacer un daño grave o inmediato.

Michael tenía que comer seis veces al día. No comidas “comidas”, pero si los demás desayunaban, comían, merendaban y cenaban, él tenía que desayunar, desayunar por segunda vez, comer, merendar, cenar, y cenar por segunda vez.  Según él mismo me dijo le bastaba con algo pequeño, así que se había llevado un sándwich a la habitación, por si se despertaba a media noche. Si no se despertaba, me dijo que no solía hacer esa segunda cena. Decidí fiarme de él, ya que él sabría más del tema. Al fin y al cabo era su propia salud y ya estaba crecidito.

… o no tan crecidito, a juzgar por las voces y las risas que me llegaban del cuarto que compartía con Cole, Alejandro y Ted. Me gustó escuchar aquello. Sentí que podíamos funcionar como familia. Aunque fui a decirles que ya era hora de dormir, en realidad moría de curiosidad por ver cómo interactuaban.
A Michael no le gustó ni un pelo mi insinuación de que él también iría a clases. Soltó una retahíla de insultos que decidí ignorar, pensando en que al día siguiente estaríamos solos él y yo mientras todos iban a clase, y sería el momento ideal para hablar de algunas cosas y dejar claras algunas normas.

Me metí en la cama y me dormí enseguida. Me desperté al poco rato y me crucé con Cole, que volvía del baño, que es justo a donde yo iba. No parecía estar pasando una buena noche. Me pregunté si habría dormido algo.

-         ¿Y esa carita? – pregunté, pues sus ojos parecían tristes.

-         No es nada…

-         Mmm ¿seguro? Cariño, antes he querido hablar contigo, y no ha habido manera. ¿Qué es lo que te tiene así?

-         Creo que sólo… estaba nervioso por la llegada de Michael – respondió Cole.

-         ¿Nada más? – pregunté, seguro de que no era eso. Mi hijo había venido llorando muerto de miedo y me había pedido mi protección. Algo se me estaba perdiendo en toda aquella historia y yo necesitaba saber qué era.

-         Y además no me diste un beso de buenas noches – protestó.

Creo que pretendía distraerme… y funcionó.

-         Pues eso no puede ser. Ven aquí, microbio. Tienes razón: hoy no os he dado un beso a ninguno. Será mejor  que te de también los de Ted y Alejandro ¿eh? – bromeé, y le di tres besos muy sonoros. Cole sonrió ampliamente. Pensé que era por la muestra de cariño, pero…

-         No nombraste a Michael – dijo, triunfante. Suspiré. No era bueno que disfrutara al pensar que yo no tenía a Michael en cuenta.

-         Se me olvidó – reconocí, y le di otro beso. Cole siguió sonriendo de esa forma medio maliciosa y yo fruncí un poco el ceño. – Eso no significa nada. Sólo que tengo que acostumbrarme a que en vuestro cuarto haya una persona más. Campeón… ¿qué tienes con él?

Cole tenía inseguridades acerca de lo que Michael podía suponer en su relación con Ted, y encima Michael le había gritado. Tenía miedo de que le calificara como “enemigo número uno” antes de poder conocerle siquiera.

-         Nada…

-         Oye… ¿es que no confías en mí? ¿Por qué nunca me cuentas lo que te pasa? – pregunté, entre dolido, preocupado y desesperado.

-         ¿Me creerías?

En ese punto puse mis manos sujetando su rostro. Creo que me moví muy rápido y le asusté un poco.

- Así me digas que has visto un cerdo volando, te creeré – le aseguré, firmemente. Él me sondeó como para ver si era cierto, y luego se mordió el labio.

-         El problema es justo ese, papá. Que me creerías. No quiero ponerte en peligro a ti también, ni ser el motivo por el que… por el que todo se vaya a la mierda.

Le hubiera reprendido por esa forma de hablar, de no ser porque sabía que lo había dicho totalmente en serio. Le sujeté la barbilla con algo de ansiedad. No quería preguntarlo. Me sentí mal por hacerlo, pero tenía que saberlo. Yo no era idiota, ni quería  perjudicar a mi hijo por empeñarme en serlo. Había algo que era inevitable cuestionarse, dado el momento en el que había empezado la crisis de Cole.

-         ¿Es de Michael de quien tienes miedo? – pregunté. Cole me miró fijamente, pero no dijo nada. – Respóndeme, hijo, por favor. ¿Le tienes miedo a él? ¿Por su pasado? ¿Por qué ha estado en la cárcel? O, tal vez…¿por algo que haya hecho?

Hubo unos segundos de insoportable silencio.

-         No, papá. Te juro que Michael no me ha hecho nada. – declaró, y le creí. Le creí por varios motivos:

Primero, Cole sabía que no debía jurar en falso.

Segundo, no solía mentirme. El más mentiroso de mis hijos era Alejandro, y después Harry. Luego Ted, y después Madie. El resto solían ser adorablemente sinceros. Los peques los que más.

Tercero, quería creerlo. Era más feliz creyéndolo, y sinceramente no veía a Michael capaz de hacer daño a mi niño.

-         Cole´s POV –

Papá, perdóname por mentirte, por favor. Él es muy importante para Ted. Tú me creerías, pero Ted no. Él no me creyó cuando le dije que pensaba que Michael estaba mintiendo.  No quiero hacerle elegir entre Michael y yo, porque me da miedo que le elija a él. No quiero provocar una pelea entre ellos, ni entre Michael y  tú. No quiero ser el motivo de que todo esto salga mal. Todos parecían muy contentos de recibirle. Tú has sonreído mucho cuando nos has visto en la habitación, y en cambio estabas muy triste en la época en la que Alice estaba lejos. No quiero volver a verte así de triste porque Michael se vaya, y sé que si te cuento la verdad, le harías irse. Y Ted jamás me lo perdonaría. Y tú tampoco. Pero sobretodo, papá,  no quiero que Michael te haga daño a ti sólo porque yo no sé guardar un secreto”.

Quería decirle todo eso a papá, pero no podía. En lugar de eso me quedé callado mientras  él me daba un beso, y me sentí muy mal. De pronto quería devolver. Me escocieron los ojos, porque querían llorar, pero sabía que ya no podía hacerlo.

Ya no puedes llorar, Cole. Deja de ser un cobarde. No puedes correr con papá para pedirle ayuda o acabará por descubrir lo que te pasa. Ya no eres un bebé.”

Apenas fui consciente de llegar a mi habitación. Creo que papá me llevó allí. Me preguntó si quería dormir con él pero le dije que no. Era tentador dormir lo más lejos de Michael posible, pero si iba a compartir cuarto sería mejor que me fuera acostumbrando.

Mi habitación parecía más oscura que de costumbre cuando entré en ella. Ted estaba dormido cuando me volví a  meter en su cama, pero me abrazó en sueños. Eso me dio fuerzas. Me centré en eso, y en el Michael no amenazador. El que había estado bromeando hacía un rato con Alejandro y con Ted.

Estaba confundido.  ¿Era Michael el monstruo que yo veía, capaz de acabar conmigo, con mi padre y con toda mi familia? ¿O sólo era el chico inseguro, que deseaba y necesitaba encajar que veían todos los demás? ¿Era las dos cosas? ¿Hacía bien en tenerle miedo? No creo que uno pueda elegir del todo a qué cosas le tiene miedo. Yo me había repetido muchas veces que las arañas eran más pequeñas que yo, y aún así me asustaban. De la misma forma, mi corazón me decía que Michael no era tan malo, pero no le escuchaba.

Tenía que buscar algo convincente que decirle a papá. Algo que pudiera explicar por qué tenía miedo. Entonces se me ocurrió. Implicaba más mentiras, pero a esas alturas yo estaba dispuesto a mentir, mientras Michael siguiera haciéndolo. Me iba a meter en problemas, pero prefería que papá se enfadara conmigo a que lo hiciera Michael. Yo podría ser pequeño, pero sabía perfectamente cómo acababan los soplones en la cárcel.

-         Aidan´s POV –


Estaba cansado, tenía sueño, y Cole más, así que nos fuimos a la cama, pero no di el tema por zanjado. A cabezota no me ganaba nadie, y yo no iba a parar hasta obtener de Cole una explicación convincente para su miedo.

Teniendo en cuenta el poco éxito que había tenido por la noche, no pensé que pudiera cumplir mi objetivo tan pronto. Descubrí cuál era el problema a la mañana siguiente. Cole vino a mi cuarto diez minutos antes de la hora en la que sonaría mi despertador. Miraba al suelo y parecía compungido, pero no parecía triste, o no sólo, sino más bien… culpable. Esa era la actitud que mostraban mis hijos antes de confesar algo que habían hecho mal.

-         Hola… papá. – saludó, sin apenas mirarme.

-         Hola, cariño. ¿Has madrugado?

-         No podía dormir.

-         ¿Y por qué, campeón?

Cole se quedó en silencio. Me senté en la cama y salí de entre las sábanas. Le indiqué que se sentara a mi lado.

-         Ven aquí, hijo. Siéntate conmigo.

Él obedeció, con pasitos cortos y pesarosos.

-         No pude dormir porque tenía miedo… - me dijo. Quizá le había malinterpretado. Quizá no se trataba de culpabilidad. Era la segunda vez que Cole decía abiertamente que tenía miedo, y si había una tercera yo me volvería loco.

-         ¿Por qué? Por favor, hijo, dímelo. Si me quieres aunque sólo sea un poco, dímelo, porque no soporto verte tan angustiado.

-         Te… te lo voy a decir, papi, pero te vas a enfadar mucho conmigo.  – dijo Cole.

-         No, cielo. Nunca voy a enfadarme porque estés asustado.

Ay madre. ¿Tan horrible era como padre que mi hijo tenía miedo… de tener miedo?

-         Sí, porque yo he hecho algo malo.

Vale. Me estaba perdiendo. ¿En qué quedábamos? ¿Tenía miedo o culpabilidad?

-         Siempre puedes y tienes que ser sincero conmigo, Cole. Da igual lo que hayas hecho. Estás aquí, dispuesto a decirme la verdad, y yo lo voy a tener en cuenta.

-         Pues… es que… ¿te acuerdas de esa película que tiene Alejando? La de… la de terror.

-         ¿Cuál película?

-         La que le quitaste.

Hice memoria. Alejandro compró una película de miedo para mayores de dieciocho hacia un tiempo, y yo le dije que como el único habitante de la casa de más de dieciocho años era yo, la película se quedaba de mi habitación y no salía de ahí. Pensaba romper el DVD, pero Alejandro me dijo que la había comprado él y que no tenía derecho a romperla y una parte de mí estuvo de acuerdo, así que acordamos que se la devolvería cuando tuviera dieciocho, o al menos cuando los tuviera Ted, con la promesa de que sólo la vieran ellos dos.

-         ¿Qué pasa con ella?

-         Pues… yo… vi dónde la escondiste…y… la cogí….y… la vi. Fue horrible. Daba mucho, MUCHO miedo. Y el malo de la peli es el hermanastro del protagonista y…y se parece un poco a Michael… así que yo… tuve mucho miedo. Vi a Michael en el baño y me gritó, justo como pasaba en una de las escenas de la película…y entré en pánico… Aún me asusto cuando lo recuerdo – dijo, y tenía que ser verdad porque tembló un poco.

Me le quedé mirando fijamente, reorganizando mi cabeza porque me había pillado de sopetón.

-         Pero eso tuvo que pasar hace más de un mes. – comenté. La película había estado en mi cuarto durante unos días. Luego, la guardé en una caja en el trastero y Cole no tenía la llave. Así que tuvo que verla antes de que la llevara al trastero, y eso tuvo que ser hacía algo más de un mes. No sabía en qué momento Cole podía haber visto la película sin que yo lo supiera, pero era factible. Sin embargo, si tanto miedo le había dado, yo lo habría notado. Le había costado dormir, habría llorado, o algo. Uno no incuba un mes entero el horrible terror que mi hijo había sentido. Además, ya había visto a Michael con anterioridad, en el hospital. ¿Por qué entonces no se asustó?

-         Sí… Y todo estaba bien…. Pero que Michael me gritara en el baño me recordó la película y pensé que a mí me iba a pasar como a ese chico…. Y que me iba a hacer daño….

-         ¿Y por qué esta noche dijiste que no querías que yo estuviera en peligro también?

-         … Tuve una pesadilla… En la película cuando el padre descubre que el hermanastro es un asesino le mata….Por eso no te lo quería decir, pero he estado observando a Michael y me he convencido de que sólo estaba pensando tonterías…

Ladeé un poco la cabeza, pensativo. Cole era mi niño, mimoso, cariñoso, e inseguro, pero más allá de eso ya no era tan pequeño y era inteligente. Él ya sabía diferenciar película de realidad. Si se hubiera tratado de Kurt lo hubiera entendido, pero me costó creerme que Cole de verdad se hubiera asustado por cierto parecido entre Michael y el asesino de una película.  Sin embargo, no encontré un motivo lógico por el que Cole me mentiría, así que tenía que ser cierto ¿no? Sobretodo teniendo en cuenta que estaba confesando que entró en mi cuarto y cogió la película sin permiso.

¿Eso se escondía detrás del terror de Cole? ¿Sólo eso? Era algo tan… normal y poco preocupante. Mi niño no necesitaba mi protección. No había un peligro real… No lo había ¿verdad? No terminaba de tenerlas todas conmigo pero sacudí la cabeza y me obligué a no ser obsesivo. Cole ya me había dicho cuál era el problema. No tenía motivos para pensar que ocurría algo más.

-         ¿Para qué coges la película si sabes que no podías verla? ¡Mira lo que ha pasado por desobedecerme y ver cosas de mayores! – regañé, aunque con tono suave.

Cole me miró con tristeza.

-         Lo siento… ¿Me… me vas a pegar ahora o cuando vuelva del colegio?

-         No te voy a pegar, Cole  - respondí, con algo de fastidio. Me sobrecogía cuando decía eso. Ese “me vas a pegar”  me hacía parecer un torturador que iba a ensañarse con su víctima. Claro que técnicamente y sin eufemismos, eso era lo que yo hacía, pero había formas y formas de decirlo. – Te dije que iba a tener en cuenta el hecho de que hayas venido a decirme la verdad. Pero has tardado mucho en decirlo, y sabías que no podías ver esa película, así que quiero que te quedes en esa esquina unos minutos, y pienses en por qué yo os prohibí que la vieras, porque después te lo preguntaré.

-         Sí papá – respondió con voz lastimera, y se puso en una esquina de mi habitación. En realidad le dejaba ahí no sólo para que pensara él, sino para pensar yo también. Aun tenía que decidir si me creía su historia, y tal vez si me estaba mintiendo un tiempo en la esquina le ayudara a recapacitar y decirme la verdad. Mi día cababa de empezar, y ya me iba a estallar la cabeza.

 Mientras tanto me puse a hacer mi cama, y aún no había terminado cuando vino Ted. Jesús. ¿Ese día todos se levantaban antes de tiempo?

-         Buenos días, papa. ¿Has visto a…? ¿Qué hace el enano ahí? Precisamente por él te venía a preguntar.

-         Estoy castigado – respondió Cole, miserablemente. Rodé los ojos. Sí, vale, técnicamente era un castigo, pero no era algo tan horrible como para utilizar ese tono de “papá ha sido malo conmigo”.

Ted me taladró con la mirada y me indicó con un gesto que saliera fuera, como para hablar en privado. Coloqué mi almohada y salí, intuyendo lo que Ted me iba a decir.

-         ¿Le castigas? ¿Tan pronto por la mañana y después de la llorera que se pegó ayer?

-         Me encanta que te preocupes por tus hermanos, hijo, pero ellos tienen que aprender y es mi tarea enseñarles.  – respondí. En realidad tenía prisa por volver dentro, con Cole, como si dejarle sólo no fuera una buena idea.

-         Hoy es un día raro. Michael acaba de llegar y es como el “día 0”…Es un momento especial para todos. Un día importante, y más para Cole, que ha estado pasándolo fatal.  ¿Qué puede haber hecho tan malo como para que le des unos azotes a las seis y media de la mañana?

Yo debería haber dicho que ni le había dado ni le iba a dar unos azotes, y seguramente así habría acabado aquella conversación, pero me molestó un poco que Ted me cuestionara de esa forma… Y puede que tal vez y sólo tal vez yo intuyera que algo aún no estaba bien con Cole y pagara mi preocupación con mi hijo mayor. En  lugar de darle una respuesta que le tranquilizara, le di una que le dolió.

-         Algo que a ti no te incumbe. Si yo decido que merece un castigo tu me apoyas, o te callas.

Ted abrió mucho los ojos y luego bajó la mirada. Le vi debatirse consigo mismo y apretar los puños como si estuviera intentando contener una emoción fuerte.

-         Con tu permiso voy a sacarle de la esquina – susurró.

Yo me sentí mal al ver su mirada de cachorro apaleado, pero eso no bastó para hacerme decir las palabras adecuadas. Seguí hablándole como si Ted fuera una persona soberbia que necesitara una lección de humildad… cuando en realidad era una persona humilde que necesitaba una lección de “vales más de lo que crees”.

-          No, no tienes mi permiso. – repliqué, y le dejé con la palabra en la boca.
Según me alejaba,  algo mi interior me estaba gritando que era un idiota, pero tenía que despertar a todos mis hijos, hacerme cargo de Michael y un montón de cosas más y no lo medité bien.  Mi conciencia no estaba tranquila, sin embargo, y giré la cabeza un momento, y ahí fue cuando vi como Ted entraba a mi cuarto pasándose lo que yo le había dicho por el forro. Entré furioso al cuarto y le encontré abrazando a Cole, como si yo hubiera sometido al niño a alguna clase de tortura. Claro que Ted se pensaba que yo había hecho algo más que ponerle mirando a la pared, así que no debía entender por qué yo dejaba a Cole en la esquina en vez de consolarle. No era mi estilo y menos sabiendo que Cole estaba teniendo una época difícil y era lógico que Ted no lo entendiera. Pero moda.
-         Últimamente has hecho muchas cosas buenas, Ted, pero también alguna mala. Tienes tendencia a olvidar quién da las órdenes aquí. No sigas por ese camino porque si empiezas a desobedecerme y a hacer lo que se te antoja… - corté la frase a la mitad, al ver la cara que ponía Ted, de dolor absoluto, como si acabara de clavarle un puñal en el pecho.
“¿Pero que estoy haciendo? ¿En qué momento me he vuelto un imbécil? Le debo toda mi estabilidad mental a éste chico. ¿Lo que se le antoja? Hace tanto que Ted no hace lo que se le antoja que empiezo a dudar de que sepa cómo divertirse
Ted salió corriendo, y casi puedo jurar que lo hizo por no echarse a llorar.
-         Cole ve a vestirte – dije, y me dispuse a ir tras Ted, pero entonces me fijé en los ojos que me puso Cole. ¿Es que ese día iba a hacerlo todo mal? Me acerqué a él, y le di un beso. – ¿Sabes por qué te he castigado?
-         Por ver una peli que no debía ver.
-         Eso es, cariño. ¿Y por qué no quería que la vieras?
-         Porque daba miedo…
-         Quería evitar que estuvieras tan asustado como lo estabas ayer ¿entiendes? – pregunté con suavidad, y él asintió. - ¿Vas a volver a ver una película que yo te haya dicho que no puedes ver?
Cole negó con la cabeza. Le di otro beso.
-         Sólo quería que lo entendieras. Vamos, campeón, a vestirse para ir al cole.   Yo tengo que hablar con tu hermano. A mí también deberían ponerme en la esquina para pensar de vez en cuando.
Cole sonrió un poco y se fue a su habitación, y a mi me dejó sólo con mis pensamientos. Antes de ir a hablar con Ted, intenté ver qué narices me había pasado para hablarle así.
“No sé si será que éste no es mi mes, o si los planetas se alinearon este día para convertirme en un perfecto IMBÉCIL. Soy incapaz de entender a Cole, le hablo mal al hijo más bienintencionado que tengo… Sólo me falta salir a la calle a atropellar perritos para tatuarme el insulto en la frente. Pero... es que entre Cole, Ted, Michael...no puedo ni conmigo. Y eso sin olvidarme del resto de la tropa, que a lo mejor amanece también con algún problema…Estoy tan...¿cansado? No. ¿Preocupado? No, tampoco. Estoy tan...frágil. Me siento como si estuviera constantemente sobre un suelo de papel, que en cualquier momento se romperá, y yo caeré, rompiéndome también. Me siento presionado, como si estuviera caminando entre minas.”
Tal vez, después de todo, yo no podía con aquello. Tal vez doce era mi  número límite. Cuando Ted  habló en defensa de Cole, me sentí como si me cuestionara… como si cuestionara mi capacidad de ser su padre. ¿Qué clase de padre no sabe lo que le pasa a su hijo? Reaccioné así porque una parte de mí no se creía capaz de poder con todo. Yo no era el hombre adecuado. Ted…Ted lo haría todo mucho mejor que yo.
"Y una puta mierda, Aidan" me dijo una voz en mi interior "¿Qué Ted lo haría mejor? ¿Es que ahora eres de los que cargan a otros con sus obligaciones? Tú elegiste hacerte cargo de todo esto, son tus hijos, ¿recuerdas? ¿Acaso te estás arrepintiendo?”
Jamás. Nunca. Ni bajo amenaza de muerte.
“¿Te arrepientes acaso de traer a Michael?” siguió esa voz interna, lacerante, sibilina.
 -¡NO! - grité, en mi soledad. No había nadie para escucharme, ya que estaba sólo en mi cuarto, pero sentí la necesidad de decirlo. Si Michael era un problema para Cole, hubiera sido tentador decir “pues me desahogo del problema”. Pero es que Michael era más que eso. Mucho más que eso.
Eran mis niños. Todos. Conseguiría que se llevaran bien entre sí, y ser doce funcionaría. Todo iba a salir bien. Michael no estaba allí sólo por Ted. Desde el momento en el que le vi dormir supe que era mi hijo, y mis hijos eran la única cosa en el mundo con la que nunca me iba a rendir. Aunque trastocaran mi mente hasta el punto de tenerme allí en mi cuarto, hablando sólo, eran…eran la única “cosa” que se me daba bien en la vida. El único talento natural que tenía.
"Y entonces, ¿por qué les hablas así? ¿Crees que cada vez que te sientes confundido la puedes emprender con ellos? ¿Qué la puedes emprender con Ted, como si él tuviera la culpa de algo?"
-¡No!- repetí, y me miré en el espejo. Eso no podía volver a pasar. No iba a convertirme en Andrew. No iba a pagar el que otros arruinaran mi vida con mis hijos, arrastrando mis complejos hasta el punto de que les salpicaran. Eso es justo lo que mi padre hizo conmigo y es la única promesa que yo me había hecho como padre, sabiendo que cualquier otra me sería difícil de cumplir.
Con las ideas más aclaradas, fui a buscar a Ted, pero no le veía por ningún lado. Bajé las escaleras y vi que había empezado a preparar el desayuno. Suspiré.
-         Ted, deja eso por favor. Quiero hablar contigo.
Ted soltó el cazo de inmediato y se acercó.
-         ¿Sabes por qué te he hablado así ahí arriba? – le pregunté, e intenté que me mirara. Casi me arrepentí, porque cuando sus ojos chocaron con los míos le noté perdido, como si no supiera cómo reaccionar.
-          Yo desobedecí, señor. – susurró, y cada una de esas palabras me golpearon dolorosamente. No me gustaba que Ted me llamara señor. Creo que él se pensaba que sí, que debía llamarme así cuando yo estaba enfadado con él, pero no me gustaba en absoluto. Me impactó tanto que no le dije nada, y creo que él se pensó que estaba molesto, porque siguió hablando. - Perdón papá…Te juro que no lo hice por molestarte. No lo hice aposta para desafiarte, en serio. Sé que no debo meterme en tus decisiones pero el enano me dio pena. Ya sé que tus órdenes se cumplen. Lo haré mejor. – me aseguró, y en ese momento no aguanté más y le di un abrazo.
-         Es imposible hacerlo mejor, cariño. No, escúchame, por favor. La razón por la que te hable así fue porque…- empecé, pero no me dejó acabar.
-         Porque yo también soy tu hijo y no debo interferir cuando regañas a mis hermanos. Lo sé, papá – dijo, y para mi desconcierto vi cómo se llevaba las manos al pantalón. Se las sujeté antes de que siguiera adelante.
-         No, Ted. No hay castigo, mi vida. No has hecho nada malo. Perdóname. Estoy frustrado y lo he pagado contigo. Lo que intentaba decirte es que te he hablado así porque soy un idiota. Ayer por la noche hablé con Cole y me dejó muy preocupado. Hoy por la mañana se me acerca y me confiesa algo que supuestamente explica por qué tenía tanto miedo, pero por alguna razón sigo intranquilo. Le he regañado un poco y tú te has pensado que había sido duro con él, y tienes razón: nadie debería ser duro con Cole ahora mismo porque creo que ese niño está a punto de romperse en pedacitos. Haces bien en defender a tus hermanos y te pido que no dejes de hacerlo cuando creas que soy injusto, porque como acabas de ver me puedo equivocar y te agradeceré entonces que me frenes si no soy capaz de frenarme a mí mismo.
-         ¿No estás enfadado? – me preguntó, como para asegurarse.
-         Ted, ahora mismo eres tú el que debería estar enfadado conmigo. No tenía ningún motivo para hablarte como lo he hecho. No sé lo que me ha pasado. Yo… supongo que estoy bajo mucha presión ¿sabes? Pero eso no es excusa. No te merecías que la pagara contigo.
Ted suspiró con alivio, como si le hubiera quitado un gran peso de encima.
-         ¿Puedo ir a ver a Cole?
-         No me pidas permiso para eso. Por favor, no lo hagas. Siempre puedes ir a ver a tus hermanos.
Ted se fue escaleras arriba y a parte de sentirme un imbécil, yo tenía mucho en lo que pensar. ¿Por qué Ted era tan… sumiso? Nunca fui especialmente duro con él. De hecho, fue mi primer hijo y yo estaba loquito por él: es probable que fuera más permisivo. Nos llevábamos poca edad en comparación al resto y por ser el mayor a veces con él era más “hermano” y menos “padre”. ¿De dónde le venía entonces esa actitud? A veces Ted actuaba como si yo fuera lo único importante en su vida, y aunque eso me halagaba, me preocupaba un poco, desde el punto de vista psicológico.



- Cole´s POV -


Papá no se enfadó demasiado por lo de la película. En realidad no todo fue mentira: era cierto que la había visto, aunque no me dio ningún miedo. Era más de misterio que de terror, pero eso papá no podía saberlo, porque no la había visto. No iba para nada de un hermanastro, por supuesto, ni había en ella nadie que se pareciera a Michael. Mi historia cojeaba en algunos aspectos, pero creo que fue lo bastante creíble como para que papá la tomara por cierta. Ya no me seguiría preguntando por qué había tenido miedo, y no había delatado a Michael, así que no tenía por qué haber represalias.

Cuando me mandó a mi cuarto a vestirme, Alejandro y Michael aún estaban durmiendo. Era pronto. Yo había madrugado para hablar con papá, y Ted debió despertarse al no sentirme a su lado. Intenté cambiarme de ropa sin hacer ruido, pero algo debí de hacer, porque Michael se despertó. Se asomó por la litera y yo di un respingo. Se me quedó mirando, y el corazón empezó a latirme muy fuerte.

-         ¿Estamos solos? – me preguntó.

-         A…alejandro – respondí, señalando la cama que estaba justo debajo de él. Me costaba hablar. Él se colgó de la litera para mirarle y comprobar que estaba dormido.

-         Seré breve entonces. No tienes que tener miedo de mí ¿vale? Sólo… no digas nada de lo que escuchaste, por favor.

-         No… no escuché nada. Algo…algo de un dinero…y tú… estabas enfadado…

-         Nadie se puede enterar. Por favor. – repitió. Creo que no estaba muy acostumbrado a pedir las cosas.

-         ¿Por qué no me lo pediste por favor desde un principio? – logré decir al final.

-         No es… no es mi estilo. Pero no imaginé que ibas a tomarme tan en serio.

-         No te conozco. Has estado en la cárcel.

-         Y supongo que eso me convierte en alguien peligroso. No lo soy ¿vale? No para ti.

-         Entonces ¿por qué mientes? – pregunté. Empezaba a sentirme más valiente. No sé si porque le creía al decir que no iba a hacerme daño, o porque el miedo estaba dejando paso al enfado.

Sin embargo, Michael no pudo responderme porque Alejandro se despertó.

-         Ted´s POV –

Ninguno de mis hermanos conocía a papá también como yo. No sólo por el hecho de que por lógica, yo hubiera convivido más años con él, sino porque Aidan y yo éramos muy parecidos (aunque también, muy diferentes).  Por eso mismo yo conocía sus límites, y papá tenía un límite muy claro: la falta de información. Nada le ponía tan nervioso, nada le destruía tanto como para no saber algo que nos incluyera a nosotros. Y no me refiero a novias, y cosas así, sino a… sentimientos. Papá prefería que le gritaras y rompieras cosas a que le ocultaras que estabas enfadado. Creo que por eso el asunto de Cole le tenía tan preocupado.

Por eso fue incomprensible para mí el que empezara el día castigándole. Yo llevaba días pensando que Aidan estaba muy cansado. La noche en la que Cole durmió en el jardín pensé que mi padre necesitaba urgentemente un poco de tranquilidad. Pero no había tenido ninguna. Las últimas semanas estaban siendo un completo caos. Pensé que por fin todo le había superado, y lo pagó con mi hermanito….

Luego comprendí que en realidad lo pagó conmigo. Me sentí culpable por lo que me dijo. Era cierto que yo había cometido algunos errores pero…era normal ¿no? Pese a lo que Alejandro dijera a veces, yo no era perfecto, ni estaba cerca de serlo. Pensé que papá ya había perdonado mis pequeñas cagadas… Me sentí mal al creer que no…Y al pensar que ya no tenía derecho a intervenir por mis hermanos. Fue como si de pronto me hubieran borrado de ser el hermano mayor. Ya no podía ocupar ese puesto, ya no podía defender a Cole… porque el nuevo hermano mayor era Michael.

Papá vino a disculparse, y ahí fue cuando me di cuenta de dónde me venía mi necesidad de hacer los paces con Aidan por cada pequeña cosa: porque él también la tenía. Era algo mutuo, y ninguno de los dos estaba bien si algo no estaba bien entre nosotros. Me sentí algo cohibido al comprender esto, como si fuéramos dos partes inseparables e indivisibles. Aquello me estaba poniendo demasiado sensible, así que fui a ver  a Cole antes de terminar diciéndole a Aidan el montón de pijadas que le había soltado hacía dos días.

Cuando entré a mi cuarto Michael y Alejandro se estaban vistiendo, y era muy gracioso porque se estaban dando la espalda, como si no quisieran verse desnudos. Era normal: Michael al fin y al cabo aún no inspiraba la misma confianza. Lo que me extrañó fue ver a Alejandro vestirse allí. Él solía esperar y lo hacía en el baño, en un tiempo record, como si le incomodara la posibilidad de que alguien le viera sin ropa, aunque ese alguien fuera su hermano y también se estuviera vistiendo. Ese día no lo había hecho y me inspiró cierta curiosidad, pero me mordí las ganas de preguntar. 

Cole estaba terminando de preparar su mochila y me fije en que metía una nintendo DS.

-         ¿Qué haces llevando al colegio una videoconsola? – pregunté. Lo extraño de esa escena era que la consola no fuera un libro. Que se trataba de Cole, no de Zach.

-         Hoy es el primer día en la nueva clase. Ya conozco a todos mis compañeros, son de mi curso, pero quiero caerles bien.

Mierda. Me apostaba algo a que con todo el lío papá se había olvidado de ese detalle. Eh…¿cómo que habría que decirle algo, no? Unas palabras de ánimo, o algo así. Le habían cambiado de clase por sus problemas con aquél abusón…. Si es que Cole no arreglaba una cosa y se metía en otra. Pobrecito…

Michael se dio la vuelta con curiosidad, mientras terminaba de ponerse la camiseta.

-         ¿Nueva clase? – preguntó.

-         Un matón la tomó con él.  – expliqué.

-         ¿Tiene tu edad? – indagó Michael. Cole asintió. - ¿Tu peso? ¿Tu estatura?

-         Eh….no… Es mucho más grande.

-         Perfecto entonces: será lento. Si se mete contigo le metes una buena patada en…. – empezó Michael.

-         En ningún sitio – corté yo. – Ya sabes lo que opina papá de las peleas.

Fulminé a Michael con la mirada para indicarle que la cortara con ese tipo de consejos. Él se encogió de hombros.

-         Sólo trataba de ayudar. Es lo que hacía yo a su edad, pero sí, tal vez no haga bien en seguir mi ejemplo – repuso, y se rió. Yo no lo consideré gracioso.  – Oid, ¿aquí no se desayuna?

-         Papá y yo tenemos que prepararlo. Aún es pronto. Papá tiene que despertar a los demás, tenemos que vestir a los enanos, pelearnos por el baño, y luego ya desayunamos – expliqué.

-         Oh, sí, hablando del baño… - comentó Michael, y se agachó para coger algo de su mochila. Sacó una aguja y un frasquito y salió de la habitación.

-         ¿A dónde va? – preguntó Cole.

-         A pincharse, supongo.

-         ¿Es un yonkie? – preguntó Alejandro, pero en vez de hacerlo con el debido espanto, había casi admiración en su voz.

-         ¡No! ¡A pincharse la insulina, imbécil!.

-         Ah. Jo. Lo otro molaba más.

Rodé los ojos. A veces me preguntaba si Alejandro no sería extraterrestre. Habría que estudiarlo. Aún así, sus palabras me hicieron darme cuenta, una vez más, de lo poco que conocía a Michael. ¿Se drogaba? ¿Fumaba? Rápidamente me quité esas ideas de la cabeza, y me reí, de sólo imaginarlo intentando hacer eso con Aidan en casa.

-         Aidan´s POV -

Propósito del día: no volver a cagarla. Más concretamente, estar de buen humor con mis hijos, sin importar mis preocupaciones, mis cosas pendientes y que los de la editorial me estuvieran dando por culo.

Cuando Ted se fue yo me quedé en la cocina haciendo tortitas. Solía dejar eso para los fines de semana, pero aquél era un día especial, o yo quería que lo fuera. Algo que no dejaba de alucinarme con el tiempo era mi capacidad para romper dos huevos golpeándolos el uno contra el otro. Cuando sólo tenía a Ted rompía más huevos de los que comíamos. Supongo que la práctica hace al maestro, y más me valía ser hábil si tenía que cocinar para tantas personas.

En medio de la faena vino Ted. Le di mi mayor sonrisa,  intentando compensar lo de antes y él a cambio me sonrió con timidez, mientras se ponía a mi lado para ir sacando los vasos y los cubiertos.

-         ¿Alejandro está despierto? – le pregunté.

-         Sí. Casi todos lo están.

-         Iré a despertar a los que no – anuncié, mirando el reloj.

-         Tenemos que incluir a Michael en el horario del baño – me recordó.

-         Cierto. Lo haré hoy mismo.

-         Y creo que tiene hambre.

-         No sé si tomaría algo por la noche… ¡Ah! ¡Tengo que ponerle la insulina! – recordé, y del golpe que le di a la sartén casi la tiro.

-         Se la está poniendo el sólo. Lo que si deberías hacer es hablar con Cole. Hoy le cambian de clase. Barie quería que la enseñaras a hacer el pino: tendrás que hacerlo esta tarde. Harry empieza hoy a trabajar para el vecino. Alice y Hannah empiezan ballet en una semana, y necesitan un tutú nuevo. Yo empiezo natación enseguida, pero me vale el bañador del año pasado. Hoy se me acaban las pastillas que me mandó el médico, pero dijo que sólo las tomara dos días y yo creo que esto ya está curado. Tienes que comprar insulina para Michael, y hablar con el oficial Greyson para ver cuándo empieza a trabajar con ellos. El salón está lleno de juguetes y casi me mato al bajar aquí. Tu editor está esperando una respuesta y si le sigues dando largas tendrás que buscarte otro trabajo. En el teléfono había un mensaje: un periódico quiere hacerte una entrevista. Ha llegado la factura del teléfono y mejor no te digo cuanto es. No culpes sólo a Madie, que como estuve en el hospital usamos el teléfono más de lo corriente. Aún llevas puesta la camiseta del pijama y si vas a conceder una entrevista tal vez deberías plancharte una camisa.  El cesto de la ropa sucia ha alcanzado una altura peligrosa y Kurt necesita pantalones limpios. La nevera está casi vacía y no sé si resistiremos hasta el viernes. Un día de ésta semana, no me acuerdo cual, tenías una reunión en el colegio de Dylan. No creo que sea hoy, pero deberías mirarlo.

Me deprimí ante una lista tan larga de tareas, pero luego no pude evitar sonreír un poco.

-         Ted, si te cansas de estudiar, te contrato como mi secretario. Te pagaré bien, de verdad. Tienes una agenda en la cabeza.

-         Qué va. Sólo leí la tuya – respondió, y agitó mi libretita delante de mí, con picardía. Creo que eso significaba que nosotros dos estábamos bien. Le arrebaté la agenda y fingí que intentaba darle una colleja, aunque no puse mucho esfuerzo.

-         ¡Caradura! – le dije, y ojeé la libreta. – Se te olvidó algo: hoy tengo que pedir cita porque en unos cuatro días te toca dentista. A ti, y a los demás. Y creo que aprovecharé para llevar a Barie al ginecólogo.

-         No, no se me olvidó. Lo omití aposta – protestó. Ted no tenía miedo al dentista, pero sí horror ante la posibilidad de que le pusieran un aparato.

-         Ha sido un buen intento – concedí,  divertido por la cara que puso, tan parecida a la que ponía Kurt.

Le pedí que preparara el almuerzo mientras yo subía a poner en marcha al resto, pero cuando subí me di cuenta de que todos estaban bien despiertos ya. Siete y diez de la mañana y nadie en la cama. Tenía que ser un record. Había cola en el baño y puesto que Ted estaba con el desayuno, fui yo el que intenté hacer respetar los turnos.

-         ¡Papá, es que Michael está dentro! – protestó Maddie. - ¡Y es un tardón!

-         ¡Ya salgo, jo! – se escuchó desde el baño.

-         Michael, déjame entrar, anda. – le pedí, y tras unos segundos de silencio la puerta se abrió. La cerré tras de mí. – Yo te ayudo con la insulina, ya te lo dije.

-         Todas las mañanas y todas las noches. Vas a terminar harto.

-         Para nada. – le aseguré, y cogí la jeringuilla y la ampolla con la insulina. Por lo que había leído tenía que meter la aguja en el frasquito y extraer el líquido. El día anterior esa parte la hizo Michael y ¡no era nada fácil! Él me dijo en qué ángulo colocar la aguja y al final logré extraer  la insulina.

Antes de inyectársela, le miré con curiosidad.

-         Leí que se puede poner en el brazo, en el abdomen, o en diversas partes del muslo. Ayer estabas intentando ponértela en el abdomen, y a mí me dijiste que te inyectara en el muslo. ¿Por qué? ¿Por qué no escoges el brazo?

-         Es que ahí me duele menos que en la tripa – me explicó.  – Y no puedo pincharme en el brazo.

-         ¿Por qué no?

Se remangó la camiseta y pude ver un complicado tatuaje con un águila y un lobo. Era bonito y a color, y bastante grande, y comprendí que no podía clavarse una aguja ahí por miedo a que la tinta acabara en su sangre o algo así, provocando una infección.

-         Bonito, ¿eh? – preguntó, con suficiencia.

-         Estúpido. – repliqué. No podía hacer nada. El tatuaje ya estaba hecho y se lo hizo mucho antes de conocerme, pero…Grrrrr.  – Date la vuelta, anda. – le pedí, y me senté en la taza del WC. Se remangó la camiseta y se bajó muy poquito el pantalón. Cogí un algodón y lo humedecí en alcohol, dispuesto a hacer las cosas bien aquella vez. Pasé el algodón allí donde terminaba su espalda y pensé un momento antes de coger la jeringuilla.

-         En realidad si podrías pincharme en el brazo. – me dijo, susurrando. -En ese o en el otro, da igual. Es que… me da miedo que la aguja llegue al músculo. Una vez me inyectaron ahí y lo hicieron demasiado profundo. Además, el brazo es más recomendable para insulina de acción rápida.

-         Pensé que esa es la que tú utilizabas, y que por eso te pinchabas dos veces al día.

-         No. Además conviene rotar cada poco los sitios de inyección.

-         Vale. – respondí, y me di cuenta de que estaba incómodo, y algo asustado. Creo que no era por el pinchazo, sino por… mí.  Me puse en su piel unos segundos: sólo, en una casa llena de doce extraños que quieren ser mi familia. Definitivamente él se lo estaba tomando bastante bien.

Con cuidado le pellizqué un poco la piel e introduje la aguja basándome en lo que había leído y en las instrucciones que él me iba dando.

-         Ya está. – dije, se dio la vuelta, y le sonreí.

-         Gra-gracias… Esta noche lo haré yo. Llevo cuatro años haciéndolo, sólo perdí práctica…

-         Como quieras, pero a mí no me importa – le aseguré. Quería darle un abrazo, pero no sabía cómo iba a reaccionar. – Vamos. Dejemos el baño libre que tus hermanos tienen que ir a clase…

Lo de “tus hermanos” me salió sólo y provocó que él me mirara algo extrañado, pero no hizo comentarios.

-         ¿Aún sigues pensando que yo vaya también?

-         Hablaremos eso más tarde. Tenemos toda la mañana, mientras ellos están en el colegio.

-         Vale. Por cierto… el tatuaje… es de pega. Es de henna, que, por si no sabes lo que es, dura sólo unas semanas…

-         Sé lo que es. Y se te puede quedar la piel roja o salirte ampollas. Qué ganas de estropearte el cuerpo…

-         ¿O sea, que no odias sólo los piercings sino también los tatuajes? ¿Y si me tiño el pelo? – preguntó, casi divertido. Creo que no me estaba tomando en serio. La intuición me dijo cómo debía responderle.

-         Oh, pero de rosa, por favor. Rosa chillón, que te quedaría super mono.

Michael me miró fijamente, y luego estalló en carcajadas, porque yo había puesto la voz aguda como una mujer. Salimos del baño y los demás nos miraron como si estuviéramos locos, por reírnos así.

El resto de la mañana fue como en un día normal, en realidad. Michael se acopló a nuestra rutina con facilidad. Yo me ocupé de los más pequeños y luego bajamos todos a desayunar. Michael comió como si no hubiera un mañana y deduje que tenía el mismo apetito voraz que Ted. No habló demasiado, pero empezaba a pensar que era del tipo de personas que prefieren escuchar, para así sacar sus propias conclusiones.

Le di ánimos a Cole para su nueva clase, limpié a Alice que se había puesto perdida de sirope y por fin estuvimos listos para salir de casa.

-         Michael, ¿nos acompañas? – pregunté, deseando que respondiera que sí.

-         ¿A dónde?

-         Al colegio. Les dejamos, y luego tú y yo volvemos aquí.

-         Bueno.

-         ¿En mi coche o en el de Ted? – le pregunté, sonriendo.

-         ¿Ted tiene coche? – exclamó Michael, algo alucinado.

-         Me lo compró papá – aclaró él. - ¿Tú tienes carnet?

Michael negó con la cabeza.

-         Pero sé conducir.

-         Prefiero no preguntar. – dije, intuyendo que eso significaba que había conducido alguna vez, sin licencia. -  Vamos, todo el mundo al coche. – animé. A ver si después de todo íbamos a llegar tarde.

La casa se llenó de gritos de “Yo con Ted” y “Yo con papá”. Algunos días les costaba mucho ponerse de acuerdo. Michael dijo que quería ir con Ted.  Entre los dos coches había catorce plazas y éramos doce, así que no había problema. Fuimos al colegio, Ted aparcó el suyo, yo estacioné el mío momentáneamente y empezaron las despedidas. Despedirse de Alejandro era muy fácil: pasaba de mí, muerto antes que darme un beso en la puerta del colegio. Los demás me daban un abrazo, y Alice se colgaba de mi cuello y no se soltaba hasta que no se sentía satisfecha de mimos y cosquillas. Ese día hubo una variante, y es que algunos de mis hijos se despidieron también de Michael. Ted chocó el puño con él y lo mismo hizo Alejandro. Alice le dio un beso, Kurt le chocó la mano, y Hannah se abrazó a su pierna. Noté que Michael no sabía muy bien cómo reaccionar con los más pequeños, pero no fue brusco. Se fueron, pero Kurt se giró y corrió hacia mí en plan juguetón, sabiendo que yo le cogería en el aire. Oírle reír así daba años de vida, o algo.  Le di un beso.

-         Ten un buen día, bebé. Y pórtate bien.

-         ¡Yo siempre! – respondió, y quise responder “en qué mundo”, pero lo dejé estar.

Esperé hasta que se metieron y me quedé sólo con Dylan.

-         Ahora tienes que ir en mi coche sí o sí – le dije a Michael. – Ted lo deja aquí para cuando salgan.

Continuamos el recorrido hacia el colegio de Dylan. Michael iba en el asiento del copiloto y Dylan en uno de los asientos traseros. Empezó a dar golpes al siento de Michael sin ningún motivo aparente. Era algo que hacía veces e intenté decirle que se estuviera quieto pero no solía funcionar. Michael aguantó con la paciencia de un santo, aunque le escuché resoplar y murmurar cosas que sonaban a “lo que hay que aguantar” y “hace que uno se replantee lo de tener hijos”. Cuando bajamos del coche Dylan no me dejó darle un beso y simplemente entró al colegio. Yo suspiré, y observé cómo se marchaba.

-         Mmm…. Esto… ya he notado que hay algo raro con él…De hecho, me di cuenta en el hospital pero qué….¿qué le pasa? – preguntó Michael.

-         Es autista – respondí. Sabía que la pregunta llegaría en algún momento y a decir verdad era bueno que lo preguntara. Que empezara a interesarse por… todos. – ¿Sabes lo que es?

-         Tengo una ligera idea. Eso explica que por toda la casa haya fotos de las cosas. ¿Eso le ayuda?

-         Ver una foto con juguetes encima de un cajón le ayuda a saber que es ahí donde tiene que guardar los juguetes. Ver una foto de la ducha le indica que es hora de ducharse. No es que no sepa en qué mundo vive: es que se distrae con facilidad.

-         Me queda mucho que aprender sobre vosotros todavía.

-         ¿Aprender? Michael, no tienes que estudiarnos.  Somos tu familia ahora.

Casi podía jurar que se ruborizó.

-         No vas a dejar de repetirlo ¿verdad?

-         Nop – respondí, triunfalmente.

Volvimos al coche, y a casa. Michael no dijo nada en el camino de vuelta, aunque se puso a juguetear con la radio para poner una música que a mí no me gustaba nada. Me sirvió para conocer sus gustos un poco más. Usando sus palabras, yo también tenía “mucho que aprender” sobre él todavía.

Una vez en casa me puse la armadura mentalmente, porque intuía que iba a ir a la guerra.

-         Tengo dos horas y media antes de tener que salir a ser devorado por  un periodista – le dije. – Había pensado que pasemos un rato juntos…

Un poco de tiempo padre e hijo para ir conociéndonos” maticé en mi interior.

-         ¿Haciendo qué? – preguntó con desconfianza.

-         No sé… hablando… viendo una peli…explicándome como es eso de que sabes conducir…

-         Yo había pensado que podríamos hablar del hecho de que tú pretendas que vaya a clase cuando lo cierto es que tengo que ser ayudante de un policía. – replicó. Caray. Le gustaba ir al grano ¿no?

-         Durante tres meses – le recordé. – Luego serás libre.

-         Exacto. Libre. No encerrado en ningún colegio.

-         No estarías encerrado. Ni que fuera un internado….

-         Mira Aidan, no voy a ir a ningún colegio, ni a ningún instituto, ni a ningún otro lado. Hazte a la idea de que no me voy a sacar la secundaria ¿vale?

Me senté en el sofá y le miré con interés, dispuesto a no discutir.

-         ¿Por qué?
-         ¿Necesito algún motivo?

-         ¿Para no sacarte un nivel de estudios obligatorio por la ley? Pues sí, yo diría que sí.

-         Pues no lo tengo. No voy a hacerlo y punto.

Decidí usar otra estrategia, porque de otra forma se cerraría en banda en plan cabezota, y acabaríamos mal. Y no era mi idea el empezar así nuestra conversación.

-         Me dijeron que falsificabas obras de arte…. Obras literarias. Que usabas seudónimos de escritores famosos. Aunque lo usaras para cosas ilegales, eres inteligente y sabes el valor que tienen… los libros.

-         Sí, y pude hacer todo eso sin estudios. Podría  reproducirte un manuscrito de Dickens y no sabrías diferenciar la copia del original – respondió, orgulloso.

En vez de decirle que no debería sentirse orgulloso de eso, me apoyé en el exceso de ego que había detectado en él, pensando que por ahí podía tener más suerte.

-         Si puedes hacer eso sin estudios, imagínate lo que harás si llegas a sacarte una carrera.

Por un segundo coló. Me miró con interés, pero luego sonrió.

-         Buen intento. Pero no.

-         Michael, vale, soy realista…. Si no te gusta estudiar no te digo hacer una carrera, pero… ¿los cursos básicos? ¿En cual te quedaste exactamente?

-         Tercero de la ESO. *

-         ¿Qué? ¡Ni siquiera es el curso de Alejandro!

-         ¿Ted tiene la ESO? – indagó Michael. – No quiero ser más tonto que él…

Entendí que no quería sentirse “inferior” a su hermano pequeño.

-         No estamos hablando de inteligencia aquí. No eres tonto, ni él tampoco. Pero, como ves, DEBERÍAS terminar el colegio. – insistí. – Di  al menos que te lo pensarás.

-         No voy a pensar nada, Aidan. No puedes obligarme.

Resoplé. Esa manía de no hacer las cosas si no te obligan a hacerlas me sonaba de Alejandro.

-         Sí, sí que puedo.

-         ¿Porque vivo en tu casa? ¿En serio me vas a salir con ese argumento? Porque me voy tan fácil como he venido…

-         No, porque eres mi hijo – respondí, con calma. – Y no te vas a ningún sitio. Ahora, por favor, siéntate y escucha…

-         No voy a escuchar una mierda, ¿vale? Mira, reconozco que esto tienes sus ventajas. Sois muchos, así que yo puedo ir a mi bola sin tenerte todo el día encima. Pero si vas a empezar con todo ese rollo de me obedeces porque soy tu padre entonces lo dejamos aquí. Aún no firmé ningún puto papel. ¡No tienes ningún derecho sobre mí, joder!

-         Michael no es necesario levantar la voz, ni hablar con agresividad, ni decir tacos. Esa es otra cosa que quería hablar contigo. Considero que no tengo muchas normas, pero una de ellas es la de cuidar la forma de hablar. Ayer no te dije nada porque aún no habíamos tenido ésta conversación, aunque pensé que lo había dejado claro en el hospital. Nada de palabrotas, ni de malas palabras.

-         ¿Qué tengo ahora, cinco años?

-         Esto no tiene nada que ver con tu edad. Esa norma también es para mí, y admito que me cuesta cumplirla, pero por desgracia para ti el que se encarga de que tú la cumplas soy yo. Así que vamos a seguir hablando tranquilamente, sin alzar la voz ni perder las formas.

Michael se acercó a mí, con una postura que pretendía ser amenazante y en parte lo era.

-         Tus formas – me dijo, susurrando con rabia. - … te las metes por el culo.

Suspiré. Creo que iba a cambiar de religión. Sip. Me iba a hacer budista, para alcanzar el nirvana y controlar mi paz interior.

-         Está bien. Siguiente cosa que tenemos que hablar. Cuando me faltes al respeto, o pases de algo que te he dicho previamente, justo como acabas de hacer ahora, habrá consecuencias.

-         ¿Consecuencias? ¿Pero tú te oyes hablar?

-         Un castigo, si lo prefieres. Consecuencias me sonaba menos infantil, pero mira, el hecho cierto es que por muy adulto que seas si uno juzga el cómo te comportas sólo eres un niño. Así que sí, si te portas mal habrá un castigo. ¿Así lo entiendes mejor?

-         Tú te has fumado algo.

-         No, no fumo ni he fumado en mi vida, y tampoco tomo drogas. – respondí, como si él hubiera hecho una pregunta.- Te dije que iba a cuidar de ti cuando hablamos lo de la adopción. Así que dime: última oportunidad ¿vas a hablar como es debido?

-         ¿O sino qué?

-         Te castigaré.

Me miró a los ojos y supe que iba a probarme. Supe que iba a hacerlo.

-         Chúpamela.

Estaba preparado. Me moví rápido y le agarré, del brazo. Quedó algo impactado, tal vez por la rapidez del movimiento.

-         Si querías comprobar si iba en serio podías haber preguntado. Nos habríamos ahorrado esto.

-         ¿Ahorrarnos qué? ¿Qué me vas a hacer?

-         Para saber eso también podrías haber preguntado. Yo tenía previsto informarte de qué consecuencia puedes esperar para cada acción, pero ahora te lo mostraré  gráficamente.

-         En serio, tío…¿qué me vas a hacer? – preguntó. Ya no sonaba gallito, ni agresivo, sino más bien asustado. Por instinto le solté. No quería que me tuviera miedo.

-         No me llames tío. Y voy a recrear nuestra… conversación…en el hospital. Por lo visto no fui lo bastante claro.

-         ¿Pretendes pegarme?

-         No, Michael. No lo pretendo, voy a hacerlo. Te voy a dar unos azotes para enseñarte la primera de muchas cosas que vas a aprender aquí: no me faltarás al respeto.

-         Escucha… estaba de broma, vale…. No te pongas así….

-         Yo no estaba de broma – respondí, muy serio. Luego suspiré. – No te asustes. – le dije y volví a agarrarle, esta vez tirando de él.  Por fin pareció reaccionar y se resistió. Se soltó y se alejó de mí. Parecía muy enfadado. Me puse de pie y él se acercó, para empujarme.  – Michael, no voy a pelear contigo.

-         ¡Y yo no voy a dejar que me golpees!

-         No voy a golpearte. Ya hemos pasado por esto antes.  Voy a castigarte.

-         ¡Por encima de mi cadáver!

-         Eso nunca. – dije, mientras le agarraba de nuevo. Michael levantó entonces el puño, como si fuera a darme un puñetazo pero lo dejó ahí arriba, quieto, sin moverse. Nos miramos a los ojos durante quién sabe cuánto tiempo, y al final bajó el brazo lentamente. Sonreí un poco. Aquello me había demostrado algo que yo ya sabía: Michael no era tan mal chico como él mismo quería hacer creer.

Había un hecho objetivo, sin embargo, y es que Michael era bastante fuerte. Ted también lo era, pero su actitud era bien diferente. Si Michael quería imponerse físicamente sobre mí, podía hacerlo, de la misma forma que yo podía imponerme físicamente sobre él, pero no parecía lo más correcto para hacer en ese momento. No quería que malinterpretara las cosas.

 - ¿Crees que estás obrando bien? – pregunté, apelando a la conciencia que yo sabía que había dentro de él. – Por más exasperante que yo pueda resultarte, ¿crees que me merezco que me hables así, cuando sólo estoy intentando que tomes la decisión correcta para ti, y para tu futuro? Estaba dispuesto a hablar las cosas tranquilamente, porque tienes edad para opinar y para decidir por tu cuenta. Iba a ser insistente, pero realmente no pensaba obligarte. Entiendo que tú no supieras eso, aún no me conoces del todo, pero en cambio sabías perfectamente que hablaba en serio con lo de las palabrotas. Querías ver hasta qué punto podías empujar, y empujaste demasiado. Ahora hazte cargo.

Michael me miró más calmado, pero con el ceño fruncido. Creo que no sabía qué hacer. Realmente no tenía ni idea. Estaba muy perdido.

-         Sé que harás lo correcto – le dije – Tal como yo lo veo tienes dos opciones: sigues haciendo lo que quieres como hasta ahora, lo cual si me permites no te ha funcionado muy bien, o bien asumes que el mundo funciona por medio de normas que deben respetarse, y que si no se respetan causan problemas. Ahora tu problema es muy pequeño, pero ya has tenido que enfrentarte a alguno de los grandes. Por hacer lo que quieres sin medir las consecuencias, acabaste en la cárcel.

-         ¡TÚ NO SABES POR QUÉ ACABÉ EN LA CÁRCEL! –  me gritó. - ¡ NO TIENES NI PUTA IDEA, ASÍ QUE NO HABLES DE LO QUE NO SABES!

Caray. Eso me sorprendió mucho. No me esperaba una reacción semejante. Parecía a punto de llorar. Instintivamente, le acaricié la mejilla, y él no repelió el contacto. Me pareció que lo calmaba, así que seguí haciéndolo.

-         Porque estabas sólo – le dije. – Pero ya no lo estás.

Me miró con los ojos muy abiertos, como Kurt cuando jugaba con él y hacía como que sacaba una moneda de su oreja. Mi niño me miraba entonces muy asombrado, tomándome por el mejor mago del mundo. Michael me miraba justo de esa manera, como si le costara creer lo que había escuchado.

Lentamente tiré de él y le acerqué a mí, y le di un beso en la frente. Por primera vez no tuve que agacharme para hacer eso con uno de mis hijos.  Luego seguí tirando un poco, y le llevé al sofá, sin que opusiera ninguna resistencia. Era más grande que Ted y nada me garantizaba que mantuviera esa buena disposición por mucho rato, así que me planteé no tumbarle encima de mí, sino ponerle en alguna otra posición. Sin embargo un vistazo a su mirada insegura me hizo ver que eso sería una mala idea. Si iba a castigarle, lo mejor sería tenerle muy pegadito a mí, demostrándole lo que ya le había asegurado: que no estaba sólo.

Me senté en el sofá  y le guié para tumbarle boca abajo, de tal forma que se apoyaba en el sofá más que en mí. Le agarré de la cintura, no porque fuera a caerse ya que era prácticamente imposible, sino para indicarle que estaba ahí mismo, en todos los sentidos de la expresión.

-         No me faltaras al respeto ni dirás palabrotas – dije, y levanté la mano. La dejé caer sobre su pantalón vaquero con menos fuerza de la que solía emplear con Ted, pero aun así él dio un respingo. Lo ignoré y continué.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS


- No serás desafiante. – dije después e intenté verle la cara. Tenía los ojos cerrados con mucha fuerza. No podía dolerle mucho, aunque seguro que tampoco le estaba haciendo cosquillas. Intentaba no quejars ey eso hacía que se pareciera mucho a Ted…

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Ommm PLAS PLAS PLAS

-         No te enfrentarás conmigo físicamente.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS Aaahs. PLAS PLAS PLAS PLAS

PLAS PLAS PLAS Auuu PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS  Owww  PLAS PLAS

Me detuve ahí. Consideraba que estaba siendo demasiado suave, pero él no estaba acostumbrado a eso así que pensé que sería suficiente. Una llamada de atención clara y contundente, pero no demasiado intensa.  Tenía que darle la oportunidad de ver si era capaz de entender el mensaje antes de ser más duro.

Le froté la espalda y le palmeé los hombros suavemente.

-         Vale, Michael. De pie contigo. – le dije. Tardó un poco en moverse y lo hizo muy lentamente, visiblemente avergonzado y hasta más que eso. Seguramente deseaba que la tierra se lo tragara o que viniera un OVNI a llevársele antes de tener que mirarme a la cara, pero no pudo prolongarlo más y llegó el momento en el que se encontró de pie frente a mí. Yo me puse de pie también y quise abrazarle, pero él se alejó un poco, por instinto. - Te explico lo que sigue ahora. Voy a abrazarte y a darte un beso, y ciertamente no hay nada que puedas hacer por evitarlo. – repuse, sonando como si le estuviera dando una orden, pero en realidad le sonreí.

Le rodeé con los brazos y me sorprendió al hacer lo mismo, con una fuerza que amenazaba con disminuir el volumen de mi cuero al de una hoja de papel. Respiré como pude, y así aspiré su aroma. No sé qué clase de colonia usaba, pero me gustaba bastante. Olía también a champú.

Escuché un sonido extraño, como el que haría yo al quedarme sin respiración, y luego le noté estremecerse. Comprendí que estaba llorando. Le separé un poco para comprobarlo.

-         Eeey. – susurré, y puse mis manos en sus mejillas, para limpiarle las lágrimas con los pulgares.

-         Dilo otra vez – me pidió. Estuve a punto de preguntar “¿el qué?” pero algo dentro mío lo supo.

-         No estás sólo – afirmé, casi como una promesa, en un tono que no admitía discusión. Le oí suspirar y le di un beso en la frente. – No lo estás, y ya nunca lo estarás.

-         Lo estaré… pero hasta entonces… gracias.

No supe por qué había dicho eso. ¿Tal vez pensaba que iba a cambiar de idea con el tiempo? ¿O que llegaría un momento en el que ya no quisiera ocuparme de él? Algo en su voz me hizo pensar que había algo más. Casi sonó como si él tuviera la certeza de que yo iba a abandonarle, porque él iba a hacer algo para merecerlo.

-         No lo estarás – repetí. – Eres mi hijo.

-         Aún no firmamos los papeles.

-         A la mierda los papeles.

Michael me miró buscando a ver si le mentía, y luego sonrió.

-         Mira quién habla mal ahora.  – dijo, y se pasó la manga por la cara.  - ¿Vas a hacer esto cada vez que diga palabrotas?

-         Eh… no. En realidad con mis hijos mayores suelo usar un tarro, en el que meter dinero por cada taco. A veces lo uso conmigo mismo. Tengo la sensación de que contigo en casa, y con Maddie y Alejandro, acabará rebosando.  – comenté, chinchándole un poco. Luego me puse serio, para decirle algo importante: -  Nunca más tendrás que enfrentarte sólo a los problemas y convertiré en mi misión especial el evitarte cualquier sufrimiento, pero en el trato entra también que hay ciertas reglas que hay que respetar. Se resumen básicamente en dos: no harás nada que te ponga en peligro de alguna manera o que implique hacer algo que yo te haya prohibido.

-         Y…¿qué pasa si rompo… esas reglas? – me pregunto.

-         Ya lo has visto.

-         ¿Y qué más?

-         A veces en lugar de esto o además de esto habrá otros castigos como no salir, no ver la televisión, y esas cosas.

-         ¿Y qué más? – insistió. Lo pensé bien. Que yo supiera no me dejaba nada. Entonces me di cuenta que le lo preguntaba en otro sentido.

-         Nada más.

-         Yo no soy como tus hijos. Acabé en la cárcel. Puedo hacer cosas bastante peores que saltarme el toque de queda o fumar marihuana.

Abrí mucho los ojos.

-         ¿Para ti esas dos cosas están al mismo nivel? Porque te saltas el toque de queda y me molestaré un poco, pero te acercas a cualquier droga a menos de un kilómetro y no quieres estar ahí para ver que pasa.

-         Como sea, yo… puedo llegar a hacer cosas peores que esas.

-         No me gustaría que te lo tomaras como un objetivo – repuse, porque esa forma de decirlo me sonó extraña. – Pero hagas lo que hagas no voy a cambiar de opinión sobre ti, si es lo que te estás planteando, ni voy a dejarte sólo. Romper las reglas te meterá en muchos problemas, pero serán problemas del tipo padre enfadado – dije, y Michael sonrió un poco. – Ey, pero tampoco quieres estar en esos problemas – le aseguré, al ver la forma tan exagerada en la que se relajó. No debí sonar muy intimidante, porque parecía como si le hubiera quitado un enorme peso de encima.

-         ¿Entonces, no puedo hacerte cambiar de opinión con lo del colegio? – preguntó tras unos segundos.

-         La cuestión es si yo puedo hacerte cambiar de opinión a ti. Legalmente ya no tienes por qué estar escolarizado, así que no puedo obligarte. Pero realmente me gustaría que lo hicieras.

Michael se quedó pensativo.

-         Haremos esto: tengo que estar los próximos tres meses al servicio del agente Greyson. Lo pensaré, y después de ese tiempo, te digo.

Esa respuesta me parecía bastante razonable. Asentí, pensando que ya podría haberme respondido eso desde el principio.

-         Hablando de eso… ¿Te dijo cuando empezabas? – pregunté.

-         La próxima semana.

-         A una parte de mí le sigue pareciendo una mala idea… Puede ser peligroso.

-         Mala o buena, era mi única opción – dijo. Supuse que tenía razón. La cárcel no era una opción real.

Aunque preocupado porque su colaboración con la policía pudiera ponerle en peligro, me alegraba mucho de tenerle allí. Había tenido un atisbo del interior de Michael, y me gustó lo que vi.

Sugerí que viéramos una película, pero a él no le gustaba ninguna de las que teníamos.

-         De críos, de críos, de críos, muuuy de críos, de críos…- decía, mientras iba pasando un DVD tras otro.

-         ¡Ey, que esa es de Ted!

-         Pues Ted me películas de críos.

-         Es Moulin Rouge. No es de críos.

-         Tienes razón: es de gays.

Sacudí la cabeza. Era una de mis películas favoritas…. Michael siguió buscando y no encontró ninguna que fuera de su agrado. Al final, se rindió.

-         ¿No tienes ninguna de miedo?

-         Esta casa está llena de niños pequeños, Michael…- empecé, pero entonces recordé la película que Cole había mencionado. – Oye. A decir verdad creo que tenemos una en el trastero. Tengo entendido que el prota se parece a ti.

-         ¿Ah sí? Eso quiero verlo. Siempre he sabido que esta era la cara de un actor de cine, pero ahora tendré pruebas – dijo Michael, pavoneándose un poco.

Hicimos la versión para diabéticos de unas palomitas. En realidad palomitas sí que podía comer, pero decía que no le bastaba con eso así que saqueó la despensa. Definitivamente Michael comía como un elefante y tenía los modales de uno, pero yo no iba a meterme con si era más o menos fino a la hora de comer. La verdad es que me gustaba verle ahí, en mi salón, picoteando tranquilamente mientras veía una película como un chico normal de su edad.

La película era un muermo. Lo supe desde el minuto uno. Tal vez es que me había acostumbrado a ver películas Disney, o que el terror nunca había sido lo mío, pero no me gustaba demasiado. Sin embargo, según avanzaba, me di cuenta de una cosa. No había ningún hermanastro. No había ningún chico que se pareciera a Michael. Es más, no había ningún chico de color. Cole me había mentido. Tras unos cuarenta minutos, cogí el mando y le di al pause.

-         ¡Ey! Se estaba poniendo interesante – protestó Michael.

-         ¿Por qué te tiene miedo Cole? – pregunté, muy serio.

-         ¿Qué?

-         ¿Por qué te tiene miedo Cole? – repetí, taladrándole con la mirada. A esas alturas se me hizo evidente que estaba pasando algo más que un grito al salir del baño, porque sino Cole no me habría mentido.

-         No sé… no sé de que me estás hablando.

-         ¿POR QUÉ TE TIENE MIEDO COLE? – insistí. Ahora Michael también me estaba mintiendo. Mentía bien, pero mentía.

-         Aidan… ¿qué pasa? No sé a qué te refieres… - balbuceó Michael.  Su tono de voz y sus ojos proclamaban su inocencia… el sudor de su frente indicaban que ocultaba algo.

-         Michael….¿Por qué…te tiene miedo Cole? – dije, una vez más, susurrando casi sin abrir los labios, y creo que él entendió que no lo preguntaría de nuevo.

-         Le amenacé. Me escuchó hablar por teléfono y yo le amenacé.

-         ¿Qué le dijiste?

-         Que… que no dijera nada de lo que había escuchado…

-         ¿Qué escuchó?

-         Na…nada. – musitó. Se alejó de mí todo lo que el sofá le permitía. Aún tenía el cuenco de palomitas sobre las piernas, subió los pies al sofá, como poniéndolos de escudo entre él y yo.  Le quité el cuenco y lo puse sobre la mesa y me acerqué mucho a él, que se agazapó como si yo le estuviera apuntando con una pistola.   – Escuchó… escuchó una conversación privada ¿vale? Un amigo me llamó al enterarse de que me sacaban de la cárcel. Dijimos un montón de tonterías… hablamos de algunas cosas que habíamos hecho juntos en el pasado… y yo no quería que tú te enteraras de eso… No pretendía amenazarle en serio, pero no medí mis palabras ni mis acciones…

De todo lo que dijo, me dio la sensación de que sólo lo último era cierto. Le agarré de la camiseta y le obligué a mirarme.

-         ¿Cole vino llorando, temblando de terror, porque tú le amenazaste? – pregunté, como si no hubiera quedado claro. - ¿Te quedaste callado mientras lloraba desesperado, y te  inventaste una excusa para que nadie te echara la culpa? Y el niño estaba tan asustado que la secundó, claro. – dije, y algunas piezas comenzaron a encajar. – Cole no quería ponerme en peligro “a mí también”. Dios, ¿pero qué le hiciste? ¡Pensó que ibas a matarle, o algo así!

-         ¡No sé lo que se pensó, pero no fue para tanto! ¡No le haría daño, jamás le tocaría un pelo!

-         ¡TIENE DIEZ AÑOS MALDITO PSICÓPATA! ¿Un desconocido le amenaza y tú esperas que él  no se acojone?

-         ¡Lo siento! ¡No quería hacerlo! ¡Lo siento! –exclamó, y verle tan desesperado me calmó un poco. Le solté la ropa y observé sus claros ojos llenos de lágrimas que no llegaron a derramarse.  – No era mi intención meterle tanto miedo…Yo sobrerreaccioné, él sobrerreaccionó… Las cosas se salieron de quicio y ya… ya era tarde… Lo siento….Sólo… dame unos minutos para recoger mis cosas.

-         ¿Qué?

La sorpresa y la incomprensión hicieron que el enfado dentro de mí se esfumara.

-         Uno. Un minuto…No necesito más, si sólo tengo una mochila…

-         Michael. ¿Qué estupideces estás diciendo?

-         Dile a Ted que me ha gustado conocerle… que he estado un poco distante con él, pero que no sabía qué decirle…

-         Michael. No vas a ir a ningún lado. – dije, pero me di cuenta de que no me estaba escuchando.

-         Le enviaré… algunas cosas de nuestra madre. Son muy pocas, pero creo que querrá tenerlas…

-         Para, para ¡para! ¿A dónde piensas ir?

-         No sé…

-         Yo te diré dónde: a tu cuarto. Estás castigado. No vas a ver el final de esta película. Le harás un buen regalo a Cole. Le gusta mucho leer así que quiero que le escribas un cuento, a modo de disculpa. ¡Y yo lo voy a leer después, así que más vale que sea apto para un niño de diez años!. Y te voy a dar unos azotes.

Michael se me quedó mirando muy fijamente, incapaz de decir nada. Parecía estar tratando de asimilar el hecho de que no le estaba echando de casa.

-         ¿Prefieres que sea aquí, o en la habitación? – pregunté.  Michael seguía sin decir nada, como si se hubiera quedado mudo. – Aquí entonces – decidí por él, y acorté la distancia que nos separaba.

Puse mis manos en sus caderas  y me peleé con el cinturón de sus pantalones. Se lo desabroché y luego empecé con el botón del vaquero.

-         ¿Qué…qué haces? – preguntó al final, con un hilo de voz. No se había movido ni un milímetro, convertido de pronto en una estatua viviente.

-         Quitarte el pantalón para darte una buena zurra. – respondí, aún con enfado, y tiré de él. Pero entonces vi que no se movía ni aún conmigo haciendo fuerza, suspiré, y me relajé un poco. Le faltaba poco para orinarse encima. – Por más enfadado que me veas, no me tengas miedo. Esto no va a gustarte pero no es para estar asustado. Tal vez creas que soy muy duro contigo, pero me tomo la salud y los sentimientos de mis hijos muy en serio, y no permito que nadie les ataque, menos aún uno de sus hermanos. Porque sí, ese chico es TU HERMANO, acostúmbrate a cómo suena,  y últimamente lo ha estado pasando muy mal. Le intimidan en el colegio. Lo último que necesita es que lo hagan también en su casa.

Terminé de bajarle el pantalón y le tumbé encima de mí por segunda vez en apenas una hora. Antes de comenzar, sentí como temblaba, y me di cuenta de que el pobre estaba teniendo un día complicado. No ponía venir de nuevas e introducir tantos cambios en su vida. Nadie acepta fácilmente que de pronto venga un tío a ponerte límites y a zurrarte cuando los cruzas. Además, lo de Cole lo había hecho antes de nuestra charla sobre las normas… Lo había hecho, para ser precisos, nada más llegar a casa, y si yo lo hubiera descubierto en ese momento no hubiera sido capaz de castigarle, así, de recién llegado.

Le di cinco únicos azotes, aunque bastante fuertes.

PLAS PLAS PLAS Auuu  PLAS PLAS

-         No vuelvas a mentirme – le dije. – Si metes la pata al menos ten el valor de decírmelo. Moría de angustia por saber qué le pasaba a Cole. Por esta vez vamos a dejarlo, pero si no te veo ser la persona más amable del mundo con Cole vas a tener que estar de pie durante varios días. ¿He sido claro?

-         Mucho – respondió Michael. Le dejé levantarse y entonces intentó salir corriendo, pero le agarré del brazo.

-         Eh. Eh. Eh. ¿A dónde vas? ¿No me oíste antes? Ahora te doy un abrazo y un beso. – le dije, y antes de dejarle pensar le inmovilicé en un abrazo casi tan fuerte como el que él me había dado antes. – Te lo dije, Michael. Nunca estarás sólo de nuevo. No debes temer que te eche por cometer un error. Aunque reconozco que enterarme de que amenazaste a Cole me enfadó bastante.

-         Lo siento…

-         Lo sé. Y confió en que no lo harás nunca más. No me gusta cumplir mis advertencias, pero siempre lo hago.

Michael tragó saliva tan fuerte que yo pude oírlo. Sonreí un poco y le di un beso.

-         Intenta ser un buen chico por hoy ¿vale? No llevas aquí ni veinticuatro horas, y no quiero pasarme tu primer día castigándote.

Michael miró al suelo avergonzado a más no poder. Se quedó ahí sin saber qué decir ni qué hacer, poco acostumbrado a esas situaciones y creo que en general poco acostumbrado a que le regañaran.

-         Vamos, a tu cuarto – insté, con un empujón semicariñoso – Tienes un cuento que escribir.

-         Pero… yo no sé…

-         ¿No sabes escribir? Pues yo leí una nota tuya muy interesante en el hospital.

-         Pero no sé hacer cuentos…Yo… no escribo bien…

-         Es la intención lo que me importa,  Michael. Quiero que le hagas algo bonito a Cole porque a él le gustan estas cosas, y ayudará a que deje de verte como alguien malo.

-         Hace bien en verme así… - susurró. No sé si quiso que yo lo oyera o no, pero lo oí.

-         Si fueras malo no perdería mi tiempo contigo. Como no lo eres, lo invierto en ti. Y me encanta hacerlo, pero me gustaría no dedicar ese tiempo a regañarte, así que vamos, sube.

El resto de la mañana fue bastante tranquila, con él en su cuarto, escribiendo. Yo no le había dicho a Michael cómo de largo tenía que ser, y tampoco le había dado un plazo pero en un determinado momento subí a decirle que tenía que irme a la editorial.

-         Puedo…¿puedo ir contigo?

-         No voy a hacer nada interesante….Sólo trabajo. – comenté, pero me fijé en su aire alicaído. Creo que no quería quedarse sólo – Si vienes, habrá un montón de gente que querrá conocerte, así que prepárate para un grupo de pelotas acosadores.

Michael sonrió un poco y se puso de pie con cierto entusiasmo. Cuando pasó a mi lado le di un abrazo rápido con una sola mano, para dejar claro que no estaba enfadado con él. Me había dado cuenta que había aún mucho de niño en aquél joven adulto.

… Fue mucho peor que un grupo de pelotas acosadores. Mientras yo hablaba con mi editor toda la plantilla de la editorial quiso conocer a Michael y le hicieron muchas preguntas que él esquivó con habilidad. Pensé que se sentiría incómodo, pero vi una faceta de él que no conocía. Una que debería haber intuido: la de camaleón.  De pronto parecía como pez en el agua, haciendo chistes, y metiéndose a todo el mundo en el bolsillo. Michael sabía encandilar a la gente, y lo hacía con una facilidad que asustaba.

Yo le había presentado simplemente como “Michael”, y dejé que él eligiera como quería introducirse. Si como mi hijo, como mi hermano, o como qué. Bromeó sobre el asunto con la gente, sin dar ninguna respuesta concreta.

-         En realidad soy su guardaespaldas, pero debo hacerme pasar por su sobrino – le decía a uno, guiñándole el ojo, pero más adelante le decía a otro: - Soy un amigo de toda la vida. Tan de toda la vida que me conoció hace cuatro días.

La gente se rió cuando se dio cuenta de que les estaba tomando el pelo. Yo sonreí también, aunque me hubiera gustado que les dijera que era hijo mío. Pero no quería presionar. Estaba medio embobado viéndole engatusar a todos mis conocidos y por eso no me di cuenta de que un periodista se me acercaba hasta que fue demasiado tarde.

-         Señor Whitemore, ¿puedo hacerle unas preguntas?

Suspiré.

-         Puede. Y llámeme Aidan, por favor.

-         Sobre su nuevo libro… ¿es cierto que…?

Empecé a responder preguntas que desvelaban que ese hombre no había leído el libro sobre el cual me estaba entrevistando y después, vino la pregunta del millón.

-         ¿Es cierto que va a adoptar otro hijo?

-         ¿Cómo se ha enterado?

-         Es mi trabajo – respondió con petulancia. - ¿Es aquél muchacho? – preguntó, señalando a Michael, que estaba algo alejado. Suspiré.

-         Su nombre es Michael Donahow.

-         ¿Es cierto que acaba de salir de la cárcel?

-         No veo la relación que eso puede tener con mis novelas – repliqué, cortante.

-         ¿Cómo se lo han tomado sus hermanos? ¿Va a suponer esto algún cambio en su peculiar estructura familiar?

-         El día que quiera escribir un libro sobre eso se lo haré saber. Ahora, sí me disculpa…

No me gustaban los periodistas. Lo admito. Hacía algunos años  me buscaron un lío muy grande con Andrew y Alice, que casi hace que no pudiera tener a mi pequeña. Odiaba las preguntas personales, pero podía aguantar un poco de “¿tiene novia?” “¿cómo es que aún está soltero?”. Por donde no iba a pasar era por preguntas sobre mis hijos.

Pues aún tuve que lidiar con dos periodistas más antes de poder irme. Creo que mi editor me había hecho una encerrona, diciéndoles a todos que iba a estar allí para que no pudiera escaparme. ¿Es que no podían dejarme en paz? Aún no había empezado la promoción. Había terminado un libro. Se suponía que ese era “mi tiempo de vacaciones”. ¡Si todo el mundo hubiera cumplido con sus plazos yo ni tendría que estar pasándome por la editorial hasta dentro de algunas semanas!

Por fin, me escapé de las garras de todo el mundo y Michael y yo pudimos salir de allí.

-         Me cae bien esta gente – dijo Michael cuando estuvimos sólos.

-         Pues a mí no.

-         ¿Por qué no? Todos hablaban maravillas de ti.

-         Porque mis libros tienen éxito. Cuando tenga una mala época a ninguno de ellos les importaré un pimiento.

-         Guau. Es… duro… que te quieran por interés.

-         Bueno, alguno se salva. Hoy no estaba Matt. Él es quien ilustra mis novelas, y es un buen tipo.

Empecé a hablarle de mi trabajo mientras volvíamos a casa, y me gustó poder hablar del tema, sobretodo porque a él le gustaba escuchar. Lo hacía con interés y no por compromiso.

Cuando entramos en casa, me quité el abrigo y miré el reloj, pensando en cuánto faltaría para que vinieran todos. Fui a hacer algo de comida para Michael y para mí, pero él me detuvo agarrándome del brazo. Quiso decir algo, pero luego cerró la boca, como inseguro.

-         ¿Qué ocurre?

En vez de decir nada, Michael me abrazó. Sentí que no debía soltarle, así que no lo hice, hasta que pasado más de un minuto fue él quien se separó. Fingió que no había pasado nada y se fue a beber un vaso de agua. Solté una carcajada  y sacudí la cabeza.

Comimos (de nuevo, él devoró)  y se fue, creo que a seguir con el cuento. Me agradaba que se lo hubiera tomado en serio. Creo que le gustaba la idea, que se lo tomaba como un reto.

Poco después fuimos a recogerles del colegio. Cole parecía haber tenido un buen “primer día en la nueva clase”. Zach había sacado un nueve, y Harry no había suspendido, lo cual era un logro para él. A Ted le había encantado volver tras una semana fuera, y en general a todo el mundo pareció haberle ido bien… salvo a Kurt. Me olí a trastada nada más verle la cara, y supe que no iba a tardar ni medio segundo en decírmelo.

-         ¿Qué pasa, campeón?

-         Papi… - gimoteó.

-         Dime.

Sacó un papel de su bolsillo y me lo dio, y al hacerlo empezó a llorar sin apenas ruido. Era una nota de su profesora, diciendo que no había parado quieto en todo el día. Yo pensé que podía tener que ver con la llegada de Michael. Era un cambio muy grande en la vida de un niño tan pequeño. Pero lo cierto era que le había dicho que si traía otra nota le iba a dar unos azotes, y a juzgar por sus lágrimas él se acordaba perfectamente. Me agaché y le di un beso.

-         Hablaremos en casa, campeón.

Él fue en el coche de Ted y por lo que me dijeron cuando estuvimos todos en casa, no dejó de llorar en todo el camino. Seguía llorando  cuando me acerqué a él, y empezó a hacerlo con más fuerza. Me rompía el corazón, y me hacía sentir un monstruo. A saber cuánto hacía que Kurt tenía la nota. Debía de haberse pasado el día pensando en el castigo. Me dio mucha pena.

-         Anda, Kurt, vamos a tu cuarto – le dije, y le tendí la mano para que la agarrara, pero él prefirió agarrarse a mi pierna. Le cogí en brazos y él se colgó de mi cuello, llorando sin consuelo, sin decir nada, sólo con gemiditos y berridos.

Cuando entramos en su cuarto, yo ya no soportaba verle así.

-         Bebé, ya sabes que en el cole tienes que portarte bien. En el cole y en casa, pero allí más, que sino tu seño se enfada y me manda una nota…

Kurt no respondió. Creo que no podía hacerlo por la forma en que lloraba. Se iba a quedar sin aire, o algo. Le di un beso y le acaricié la cara.
-         Sabes por qué te voy a castigar ¿verdad?

Él asintió.

-         Porque…porque…ya…ya me has dicho…mu…muchas veces….que…que tengo que portarme bien.

-         Eso es, cielo.

Le tumbé con cuidado encima de mí  y ahogó sus sollozos sobre mí sin dejar de llorar. Joder. Me sentí un monstruo. Le acaricié la espalda suavemente, con masajitos circulares.

-         Cariño… no hay por qué llorar así. Papá no es capaz de hacerte daño.

-         Díselo…snif… a mi culito. – gimoteó. Durante unos segundos enmudecí por esas palabras, pero luego me reí un poco.

-         Está bien. Culito de Kurt: sé que hace poco fui muy duro contigo y lo siento mucho. Estaba muy triste y muy asustado porque creí que mi bebé precioso se había tragado un clavo, y luego descubrí que fue una bromita suya así que me enfadé. No volveré a ser duro contigo si Kurt no hace cosas peligrosas o no finge hacer cosas peligrosas. Pero Kurt se ha portado mal, así que se ha ganado un castigo – dije, y solté tres palmadas, bastante flojas.

PLAS PLAS PLAS

Kurt se quedó muy quieto. Noté cómo se tensaba, y luego su cuerpecito se relajó.

-         ¿Ya está?

-         Ya está, cosita hermosa.  ¿Ya no vas a llorar? Mira que yo me pongo muy triste cuando lloras.

Kurt se levantó y se sentó encima de mis piernas. Se limpió las lágrimas con las mangas y luego se alzó un poquito y me dio un beso.

-         No estés triste – me dijo.

Cómo matar a un hombre en tres pasos. Primer paso: fabricar un niño de ideas traviesas y un gran corazón. Paso dos: dotar a ese niño con una carita de ángel. Paso tres: soltarle en la misma habitación del hombre al que se quiera matar. Si ese hombre es Aidan Whitemore es muy probable que en cinco minutos haya muerto de ternura.

Le devolví el beso y puse mi mano en su cabeza suavemente.

-         No lo estoy si tú no lo estás.

-         Pero estás enfadado – protestó.

-         No hay mundo en el que yo me pueda enfadar contigo, bebé. – susurré, y le cogí en brazos apretándole contra mi pecho. Respiró un poco agitado porque había llorado mucho, pero ya no lloraba. Le di varios besitos en la frente.

-         Papi… ¿estás llorando?

-         No…

-         Es mentira. ¡Estás llorando, papi!

-         Es que… Kurt, ¿tenías miedo de mí?

-         No… Pero no quería que estuvieras enfadado.

No podía hablar, así que le di otro beso. Luego respiré hondo, le separé un poco, y le sonreí.

-         No vamos a volver a hacer esto ¿eh?  A portarse bien en el colegio todos los días.

-         Te lo prometo.

-         Vale. – dije, y le volví a abrazar. Aquello había sido una de las cosas más difíciles que había hecho como padre. – Te quiero.

-         ¿Mucho?

-         Mucho, mucho, mucho.

-         ¿Más que de aquí a la luna? – preguntó con su voz infantil, lo cual le dio un toque aún más adorable a la pregunta.

-         Más que de aquí  hasta el sol, ida y vuelta, cariño. Te quiero más que grande es el universo.

Que alguien se atreva a llamarme cursi. Que se atrevan.


***


* N.A.: Uso el sistema de cursos de mi país, porque me es más fácil xDD En realidad, en el sistema de EEUU, Michael se habría quedado en octavo. Según tengo entendido allí la cosa es Kinder Garden, luego Elementary School, que va de primer grado a sexto grado. Después viene Intermediate School, que va de séptimo a noveno y luego High School, del décimo al duodécimo. Aquí en España sería Educación infantil (desde los 2-3 años hasta los 5-6), Educación primaria (Seis años. Desde los 5-6 hasta los 11-12), Educación secundaria obligatoria o ESO (Cuatro años. Desde los 11-12 hasta los 15-16) y Bachillerato (desde los 15-16 hasta los 17-18)

9 comentarios:

  1. Me saco el sombrero y literalmente me lo saco (tengo uno a lo Neal Caffrey) te a quedado divino... Alejandrito con sus payasadas, Cole con su EXTREMADA TERNURA que me lo como... y Micheal Guuuaauuuu sin palabras... mi segundo favorito... Ted la madre del grupo como aboga por sus hermanitos es digno de admiración Kurt bebito hermoso y el nunca bien reconocido tarro de las palabrotas que arreglan el presupuesto de Aidan y el resto de los chicos que se tomaron medianamente libre hoy los adorooooo

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  2. NAGUARAAAA.... y yo pense que el capi que termine era largo pense en picarlo en dos jajjaja,,, pero despues de leerte.... WAOOOO ... TE ESMERASTES .....REALMENTE LO HICISTE...AMIGA MIA.. mantener a alguien leyendo sin querer parar, deseando no parar...es más deseando que no acabe.... es porque es REALMENTE DEMASIADO BUENO....felicitaciones...

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  3. muy bello el capi! pero maldito psicópata? era necesario esa crueldad? pobre mike

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    1. xDDD

      Estaba enfadado. Luego fue bueno con él!!

      Gracias a tod@s ^^ Me costó mucho, pensé que no iba a gustar u.u

      Lady, la mamá gallina en realidad es Ted xDDD

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  4. estoy de acuerdo con sanha una desea que sea largo y q no termine nunca cuando te lee. me gusto el dialogo entre cole y mike estos chicos van a ser inseparables

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  5. Dreaaaaaaaaaaaammmm.... Me encantó demasiado tu tremendo capítulo! Adoré a todos porque todos son simplemente sensacionales! Sin embargo, tengo un pequeño reclamo de algo que me dejó una mala sensación: lo de MALDITO PSICÓPATA, que lo mismo que el comentario de Anónimo, me pareció cruel, innecesario y fuera de la personalidad de Aidan! Sé que es sobreprotector de sus hijitos y lo que estaba haciendo era defender a uno de sus niños, pero al que tenía al frente también era su hijo, o no?!, por algo lo acogió en su hogar!! Es como si se hubiera cegado y no midió sus emociones ni se fijó en cuánto podía herir al pobre chico! =(
    Espero no ser pesada con esto, pero es que me dejaste enojadita con eso, jeje! ;P

    Por todo lo demás, creo que fue un capítulo magnífico y cómo no puede gustar?!... si se nota a leguas que está hecho con tanto cariño y tanto talento, como el que desbordas en cada línea! Eres genial! Y te admiro mucho!

    Un besote!
    Camila

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  6. Wow este capitulo me encanto :'3
    Me gusto mucho la interacción de aidan con michael y aunque si fue cruel lo de maldito psicópata creo entender su reacción jeje lo bueno que después lo trato como a todos sus peques y que michael lo abrazara me mato de ternura
    Actualiza pronto plis (carita de gato con botas) amo tu historia y quiero saber que pasara con cole y michael
    Saludos dream
    Atte. Miranda

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  7. Hermosa historia, me encanto la personalidad de Michael, es un picaro que se va a llevar más de una tanda de nalgadas, pobrecito, si no se comporta Aidan tendra que cumplir lo que le prometio y dar una buena azotaina que no podra sentarse el pobrecito, eres maravillosa, por fa, por fa pronto actualiza, no me tengas en esta angustia, siii

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  8. ES un poco tarde lo sé, pero querida DreamGirls, no queria irme sin dejar un comentario en resumen a tu preciosa tarea, heleido todos, y cada uno de tus cortos regalados por año nuevo yos cap que me falataban de tu historia original
    ha sido un verdadero deleite sentir todas las emociones, renegando con algunos padres, renegando con algunos hijos, teniendo casi siempre el amen en la boca y el estres en el estomago haciendo que mi ulcera se active (te pasare la cuenta de mis antiacidos jajajajaj)
    no puedo decirte cual me gusto mas o menos, pero debo confesar que adore al niño cuyo padre le do una tunda con el cinturon jjjjj pero pase penita, mucha penita por el
    Ahora con Michel, mmmm me descontrola sus cambios bruscos de humor, nose si vale el termino creo que no, pero me desconcierta que sea canchero como decimos en mi pais (o sea confinzaudo) en algunas cosas y de pronto sea tan sumiso como Ted, imagino que es la falta de amor y eso el paraliza y no se hace aun a la idea de que se merecer todo el amor del mundo y sobre todo de la familia

    FELIZ AÑO NUEVO, SI LO SE ES UN POCO TARDE, Y FELIZ REYES BONITA, PERO NO TE OELIDESDE MIS DEMONIOS GEMELITOS NI DE MI ARTURITO SI?

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