lunes, 6 de enero de 2014

Capítulo 23: El lobo



Capítulo 23: El lobo

Sabes que  tienes que hacer un  cambio en tu vida cuando tus profesoras te saludan con un par de besos y tus profesores te estrechan la mano, contentos de ver que estás bien. Si Alejandro llega a estar presente en mi clase me habría llamado calzonazos por lo menos. Pero, aunque me sintiera algo abrumado por el afecto que parecían tenerme, me gustó. Tenía buena relación con la mayoría de mis profesores. Me gustaba especialmente el de Lengua, porque tenía buen humor y se tomaba la vida de una forma con la que me sentía identificado: él también le daba prioridad a su familia. Tenía un hijo de unos tres años, creo, y no sé si alguno más, y alguna vez nos había hablado de él en clase o entre horas.

Fue genial volver y sentir que había gente a la que no le daba igual si yo estaba o no.  Para mí el colegio era un ambiente en el que casi siempre me sentía bien, y por eso me daba pena que para Cole no fuera lo mismo. El enano era un empollón al que le gustaba aprender y hasta creo que estudiar, así que aquello debería haber sido un paraíso para él, y no un infierno. Deseé que tuviera suerte con la nueva clase.

No es que todo fuera color de rosas para mí. Al abrir mi taquilla encontré un panfleto en el que había una foto mía de uno de mis entrenamientos de natación, manipulada con un programa para que pareciera que estaba vomitando sobre la piscina. En el papel ponía “¿Queremos un capitán al que pueda explotarle el apéndice en medio de una competición? Esto es lo que pasará cuando comience la temporada. ”

Arrugué el papel sin darle mucha importancia. Primero, el idiota que lo hubiera hecho tendría que informarse un poco mejor: ya me habían extirpado el apéndice. Que yo supiera a nadie pueden darle dos ataques de apendicitis… Segundo, para hacerme daño hacía falta un poco más que eso. El idiota anónimo no debía de conocerme muy bien: a mí no me preocupaba excesivamente el poder… No iba a crearme miedo o inseguridad sobre si debía o no ser capitán del equipo. Si el entrenador decidía que en la nueva temporada otro debía ocupar mi puesto, por mí estaba bien. No era ambicioso.

Antes de acabar las clases encontré tres papeles más de esos, y todos acabaron igualmente en la basura.

-         ¿No quieres saber quién los hizo? –  me preguntó Mike, cuando me vio arrugar el cuarto en el camino hacia la clase de Historia del Arte.

-         No especialmente. Tengo otras cosas en qué pensar.

-         ¿Cómo por ejemplo? – insistió mi amigo. A él le estaban cabreando bastante esas octavillas, casi como si hablaran de él y no de mí.

-         Como por ejemplo en qué estará haciendo mi nuevo hermano. – respondí. ¿Papá y él se habrían sacado los ojos? ¿Estarían hablando?  ¿Peleando? ¿Entendiéndose?

-         Va a ser un problema eso de que tengas dos hermanos que se llamen Michael – dijo Mike, como si nada, y yo le miré un segundo con mucho afecto. Más de una vez habíamos dicho que Mike era como mi hermano gemelo, a pesar de que él no pudiera ser más pálido, más rubio, más pecoso y más diferente a mí físicamente.

-         Por eso a ti te llamamos Mike – respondí, sonriendo. – Él me pidió que le llamara así, pero creo que ya se ha quedado con Michael.

En ese momento se nos unió Fred. Estaba blanco, más blanco de lo habitual, quiero decir, y muy serio. Pero bueno, Fred siempre estaba serio, así que eso no era tan extraño. Lo raro era que no hizo su saludo habitual. Fred solía hablarnos en Na´vi (sí, el idioma de la peli Avatar) y nos decía algo así como: “Kaltxì. Ngaru lu fpom srak?” que viene a significar “Hola, ¿qué tal?”.

Entonces me fijé en las extrañas marcas que había en su mejilla derecha e intenté descifrar que era. Me llevó un rato entender que eran la marca de la juntura de los azulejos de la ducha. Fred acababa de tener Gimnasia, y esas marcas sólo podían significar que habían vuelto a acosarle. Me cabreé muchísimo.

-         ¿Ha sido el idiota de Jack? – ladré, en vez de decir “hola”.

-         No sé a qué te refieres – mintió.

-         Deberían expulsarle de una maldita vez. – dije, lleno de rabia.

-         No lo harán. No con la pasta que se deja su padre en el colegio. Además, gracias a él el equipo de fútbol es el mejor de nuestra categoría y no pueden permitirse perderlo.

-         Aún así, si Fred hablara con el director…

-         No voy a hacer nada de eso – cortó Fred – Y vosotros tampoco. Sólo empeoraría las cosas.

Grr. De verdad, que manía le tenía a Jack. Por… por todo…. Por si no bastara con que fuera el imbécil con el que estaba saliendo Agustina, era un matón de cuarta. Mientras esperamos a que viniera el profesor estuve intentando que Fred me dejara hacer algo, pero era demasiado cabezota. Supongo que pensaba que si le tenía por un chivato Jack podría ponerse más bruto… Pensar que no decía nada por miedo me enfadaba todavía más. Le eché una mirada venenosa a Jack, que tenía esa clase con nosotros y él me devolvió una mueca burlona. ¿De qué se reía? ¿De haber humillado a mi amigo? El tipo tenía suerte de que yo no fuera violento, porque en ese momento hubiera sido capaz de romperle los dientes. Me propuse ser el guardaespaldas de Fred, aunque no íbamos juntos a todas las clases, así que era algo difícil…

En un determinado momento de la clase de Historia del Arte, que era la última de la mañana, el profesor puso unas diapositivas de templos griegos que podrían caer en el examen, y empezó a comentarlos. Quedé absorbido por la imagen del Partenón y fantaseé con la posibilidad de viajar a Grecia algún día. Luego pensé en si sería un viaje en solitario o de toda la familia, y sonreí para mí mismo al imaginarnos a todos en el avión. Papá era el único que había montado alguna vez en uno. Bueno, y por lo visto yo también, pero era tan pequeño que ni me acordaba. Ah, y Michael. Michael había dicho algo así como que había salido del país así que lo más seguro es que hubiera volado en avión también.

Tan distraído estaba planificando un viaje imaginario que casi no me di cuenta cuando la diapositiva cambió. La siguiente imagen no fue ningún templo, y tampoco tenía nada de griega. Era una foto mía de cuando tenía unos seis años, en los brazos de Aidan, en la presentación de alguno de sus libros. Recordaba perfectamente esa foto. En ese sitio había mucha gente y yo me perdí.  Tardaron más de dos horas en encontrarme. Creo que papá se asustó mucho, y eso explicaba que en esa foto, sacada a traición y publicada en varios medios de prensa, papá saliera medio llorando, o al menos con aspecto de haber llorado recientemente.  Explicaba también por qué en el pie de la foto había un subtítulo que decía  “las lágrimas de Aidan”. Sentí un latigazo de compasión. Un hombre soltero, de 26 años, a cargo de seis hijos (y los que aún le faltaban…). Ahí me di cuenta que aunque últimamente papá estuviera estresado, en realidad nunca dejó de estarlo. Desde que yo llegué a su vida, todo había sido un caos para él. Dios, como admiraba y quería a ese hombre.

Mis compañeros de clase no le admiraron tanto. Todo el mundo allí sabía quien era Aidan Whitemore. Cuando algún compañero tuyo tiene un padre famoso, te informas sobre él. Y no es que normalmente los escritores fueran “ultra famosos”, pero sí eran conocidos. Además, papá no era sólo un escritor. Era un hombre soltero con un pasado inspirador que la prensa del corazón sabía perfectamente cómo explotar. Salía en muchas revistas y en realidad en muy pocas se mencionaban sus obras.

El caso es que todos sabían quién era Aidan, y verle llorar en aquella foto les causó gracia, no me explico bien por qué. El que hizo la foto era un cabrón, o un dulce, no lo sé bien, pero el que la publicó fue sin duda un hijo de puta. Los que se reían de ella eran simplemente personas sin corazón que encontraban gracioso el hecho de que un hombre manifestara sus sentimientos.  Gracias a Dios papá nunca había hecho que llorar me pareciera vergonzoso, aunque a mí no me gustara hacerlo y sentirme vulnerable. A mí me daba vergüenza llorar, pero eso no era por nada que papá me hubiera inculcado. Él siempre decía que llorar era natural, y hasta necesario, y que no debe inspirar más que empatía y compasión.

El profesor, al darse cuenta de que alguien había cambiado la diapositiva, apagó el proyector y se enfadó bastante. Él también sabía que los de la foto éramos mi padre y yo y se marcó una pedazo de bronca que hizo que más de un compañero se encogiera en el asiento. Intentó que saliera el culpable, pero lógicamente eso no sucedió, así que mandó un montonazo de deberes extra y anunció que lo haría durante toda la semana hasta que el culpable confesara. Por alguna estúpida razón, recibí varias miradas acusadoras, como si yo tuviera la culpa de ese castigo. ¿Hola? ¡Que yo era la víctima, no el culpable! La culpa la tenía el gracioso que había cambiado las diapositivas.

Cuando sonó el timbre todos salimos disparados como de costumbre, pero el profesor me retuvo.

-         Whitemore.

-         ¿Sí, profesor?

El señor  Rogers era uno de los pocos profesores a los que tenía que llamar de usted, y que nos llamaba de la misma manera. El resto nos pedía que usáramos su nombre de pila y que les tuteáramos. Tal vez fuera cosa de la edad: el señor Rogers estaba ya cerca de los sesenta y cinco años. No sé. Yo asociaba edad con formalidad…

-         Sólo quería que supiera que usted no tiene que hacer esas tareas extras. Lamento mucho que sus compañeros hayan usado mis diapositivas para hacerle burla.

-         No se preocupe. Me ha molestado un poco, pero en realidad no he entendido por qué se reían…

El profesor se mostró de pronto visiblemente incómodo.

-         Seguramente… sea debido a…esto…al reportaje que salió hoy en el periódico.

-         ¿Eh?

Al ver que no sabía de qué le estaba hablando, el hombre puso su cartera en la mesa y sacó un periódico de ese día. Pasó páginas hasta llegar a la sección de cultura y me señaló una noticia:

“Faltan dos semanas para que el nuevo libro de A.J.Whitemore salga a la venta.  La novela, que se titula “Lágrimas de invierno” ha suscitado polémica entre la crítica por salirse de su repertorio  habitual. Whitemore, especializado hasta ahora en literatura infantil y juvenil, comienza con ésta obra lo que puede que sea una prometedora carrera en literatura adulta. ¿O es tal vez una incursión esporádica?
 Es de conocimiento público que Whitemore se encarga desde hace años de cuidar a sus once hermanos. ¿Tal vez se ha cansado ya de los juegos de niños? ¿Estará preparado para esta nueva etapa profesional o el título resultará profético y lo único que quede serán lágrimas si éste intento resulta un fracaso?”

Terminé de leer, y suspiré.

-         Me encanta la imparcialidad de los periodistas. – dije, con sarcasmo. – Supongo que la foto hace referencia a esto. Bueno, hay que mirar el lado positivo: al menos han leído el periódico, y saben el título del nuevo libro de mi padre. Con esa broma le han hecho publicidad gratis.

El profesor sonrió un poco, pero me miraba como esperando que en cualquier momento me pusiera a gritar. Respiré hondo.

-         No voy a decir que no me afecte, porque mentiría. Mi padre es intocable y a nadie le gusta que se rían públicamente de sus seres queridos. Es evidente que hay alguien intentando molestarme, pero no termina de conseguirlo. Esto son… tonterías. No sé lo que pretendía quien hizo esto pero casi me preocupa más que esté reuniendo fotos mías y de mí familia que el hecho de que las use para burlarse.

-         Trataré de averiguar quién lo hizo.

-         Se lo agradezco – respondí, con educación, aunque en realidad hubiera preferido que lo dejara estar. Todos mis compañeros tendrían ahora un montón de deberes, entre ellos Fred y Mike que no habían hecho nada. Bueno, sí habían hecho algo: no esperarme a la salida ¬¬

Salí de clase y fui a reunirme con mis hermanos, en la esquina donde solíamos esperar a papá. Aidan aún no había llegado, pero no tardó demasiado. Kurt había traído otra nota y el pobre estaba triste en grado extremo. Supe que no era el momento de preguntarle a papá si había leído  el pequeño trozo de periódico en el que le mencionaban. Tampoco era momento de preguntarle por Michael, aunque los dos parecían de pronto muy cercanos y eso me dio curiosidad.

El enano se vino en mi coche y no dejó de llorar en todo el rato. Tuve ganas de parar el coche y consolarlo, pero realmente Kurt parecía inconsolable y nada funcionaría hasta que hablara con papá. Lo supe porque Barie ya estaba intentando calmarle, sin mucho éxito. Y si ella y su voz dulce no podían, poco podía hacer yo. Al llegar a casa papá se lo llevó a su cuarto, y aunque yo sabía que probablemente le iba a castigar, sabía también que Kurt dejaría de llorar y de sentirse mal después, y no debí de equivocarme. Cuando bajaron de nuevo Kurt estaba mucho más tranquilo, aunque papá parecía algo afectado, como si hubiera absorbido el malestar de mi hermanito. Pobremente expresado, eso es lo que hacía papá cuando nos castigaba: absorber nuestras penas, nuestro mal humor, nuestra rabia, nuestra ira… El problema era quién absorbía la de él.

No. Papá no necesitaba saber en ese momento que un periodista imbécil ponía en duda el éxito de su libro aún sin estrenar, ni que algún idiota en el colegio estaba haciendo una campaña en mi contra.

-         Aidan´s POV –

Kurt no parecía tener mucho interés en salir de mis brazos, pero yo tampoco le hubiera soltado de ser así. Bajé con él para ver lo que hacían el resto de mis hijos. Abajo sólo estaba Ted, como si quisiera decirme algo, pero no me lo dijo. Los demás estaban estudiando, o al menos habían desaparecido en sus cuartos, que yo no era tan optimista como para pensar que todos se habían puesto a estudiar. Cole seguro. Y Barie. Y Maddie. Y tal vez Zach. El resto, probablemente no.

-         Enano, ¿papá te ha castigado? – preguntó Ted con cariño. Estiró los brazos para cogerle y así Kurt pasó de mis brazos a los suyos.

-         Un poco – respondió Kurt, sincero hasta para eso, en vez de llamarme malo o de sobreactuar para que Ted le mimara más.

-         ¿Y te ha mimado? ¿O me tengo que enfadar con él? – siguió Ted, haciéndole unas pocas cosquillas bajo la barbilla mientras me miraba a mí y me sonreía.

-         No, ¡me ha mimado mucho!

-         Ah, bueno. Entonces le perdonamos. – respondió, y yo le miré con indignación, pero Ted me ignoró. – ¿Y qué has hecho esta vez, a ver? ¿Por qué te han dado esa nota?

Caí en la cuenta de que yo no había llegado a preguntárselo.

-         Porque estaba de pie, cuando tenía que estar sentado…

-         ¿Sólo por eso? – inquirió Ted, capciosamente.

-         Es que estaba de pie… muchas veces. Hasta que mi profe se enfadó. ¡Es que me aburría!

-         Pero uno no va a divertirse al cole, enano. Si te lo pasas bien, pues mejor, pero vas para aprender.

-         ¡Pues tendría que ser más divertido! – insistió Kurt.

-         Totalmente de acuerdo – respondió Ted con una sonrisa. – Haremos campaña para que el cole sea más divertido, pero hasta entonces a portarse bien ¿eh?

Mi enano asintió y se quejó cuando Ted hizo ademan de ponerle en el suelo.

-         Pero bueno, tienes piernas ¿no? – reprochó Ted. Kurt le miró con ojos brillantes y Ted se rindió, con un suspiro. – Está bien.

Se me caía la baba al verles así. No podía ni quería ocultar lo mucho que me gustaba ver que se querían tanto.

-         Ya que te has convertido en mi pegatina, vamos arriba, que tengo que estudiar. Pero si te quedas conmigo tienes que estar calladito ¿eh? – dijo Ted, y Kurt asintió, como el niño bueno que no siempre era.

Yo subí poco después a ver cómo iban todos, porque la casa estaba anormalmente en silencio. El cuarto de Ted estaba abarrotado. Una pared entera estaba rodeada por una mesa larga, en la cual estaban Cole, Alejandro, Michael y Ted. Kurt estaba sentado en la cama de Ted, entreteniéndose con el móvil de su hermano.

-         Alejandro, me estás moviendo – se quejó Cole.

-         Lo siento, es que necesito más espacio.

-         ¡Tienes más que yo!

-         Pero tengo que usar la regla para estas gráficas, y aquí, no quepo – se quejó Alejandro.  En realidad me di cuenta de que ninguno cabía. La mesa era pequeña para los cuatro, y encima el ordenador fijo les quitaba algo de espacio.

- La mesa del salón está libre – sugerí – Y podéis usar la de mi cuarto.

-         ¡Me pido el cuarto de papá! – gritó Cole, y salió corriendo.

-         ¡Y yo el salón! – dijo Alejandro, y también se evaporó.  Ted y Michael cupieron mucho mejor siendo sólo ellos dos.

-         ¿Qué haces? – le pregunté a Ted.

-         Esquemas de filosofía. Intento que Kant no me ocupe más de una cara.

-         ¿Qué tal te fue hoy?

-         Bien.

-         ¿Seguro? – pregunté. Su respuesta no me sonó a mentira, pero había dudado un poco antes de responder.

-         Sí. Tengo muy pocos deberes.

-         Eso es estupendo. Luego quiero hablar con todos. ¿Y tú qué haces, Michael?

-         El cuento… - respondió, con tono de cansancio. Ted le miró con curiosidad y Michael suspiró. – Tu padre quiere que escriba un cuento para Cole, porque ayer la cagué un poquito con él.

-         NUESTRO padre tiene muy buenas ideas – contraatacó Ted, poniendo énfasis en el plural. – Esa es la forma de caerle bien a Cole.

Les dejé hablando, sabiendo que Ted le echaría un cable a Michael, que parecía algo inseguro de su tarea. Fui al resto de habitaciones, gratamente sorprendido porque todos estuvieran estudiando. Incluso Harry. Incluso Alejandro.

-         ¿Agobiado? – le pregunté a Alejandro cuando bajé al salón.

-         El examen es el lunes – me dijo. Se refería al examen de matemáticas. El que pondría fin a su castigo de no salir, aunque no es que yo estuviera siendo muy rígido en eso. Había salido al hospital e iba a dejarle ir a la fiesta de su amigo. Creo que lo que Alejandro peor llevaba era que yo le preguntara todos los días.

-         Aún tienes tiempo. No lo llevas mal. Pero me alegra verte estudiando. Voy a hacerte un zumo ¿vale? Y un sándwich.

-         ¿Y no puede ser colacao y galletas?

Rodé los ojos.

-         Al menos tenía que intentar que comieras algo sano – respondí. Alejandro siempre quería merendar cacao y galletas. Y si estas eran de chocolate, mejor.

Fui a la cocina e hice una merienda personalizada casi para  cada uno. Cocacao y galletas para Ted y Alejandro, zumo y sándwich de jamón y queso para Harry y Zach, zumo y sándwich vegetal para Barie y Madie, colacao y sándwich de atún para Cole, zumo y sándwich de atún para Dylan, Kurt y Hannah, zumo y sándwich de paté para Alice. Miré  la lista de las comidas de Michael y le hice un sándwich de jamón queso y huevo, y un zumo de melocotón casero, para que no tuviera azúcar. Cuando todo estuvo listo silbé para que bajaran, y  se escuchó una pequeña estampida mientras todos acudían a la cocina. Casi se tropiezan con los juguetes y eso me recordó el decirles a Kurt y Hannah que los recogieran un poco.

Después de merendar, Harry se fue para empezar a trabajar en el jardín del vecino y Kurt Hannah y Alice me pidieron que les pusiera le película de Tarzán. Alguno de los mayores seguía teniendo deberes que hacer, y los demás se sumaron al plan de la película. Michael  se quedó sólo en el cuarto compartido y seguía escribiendo. Estaba rodeado de hojas arrugadas y me recordó un poco a mí cuando escribía: había más papeles en la papelera que en el cuento en sí mismo.

Barie dejó de ver la película y me abordó, diciéndome que había prometido ayudarla a hacer el pino y no lo había hecho.

-         Tienes toda la razón. ¿Lo hacemos ahora? Lo mejor será ir al jardín.

Ella asintió con algo de miedo.  Se puso unos pantalones cortos bajo la falda para que la cubrieran aún cuando estuviera del revés y salimos al jardín. Barie estaba realmente aterrada. Nunca entenderé la necesidad de aprender a hacer el pino en el colegio. Para mí era uno de esos conocimientos innecesarios. Algo que uno no necesita por qué saber hacer y que no tienen ninguna repercusión importante. Pero en fin, eso no lo decidía yo, así que debía limitarme a cumplirlo.

Empecé subiéndole los pies yo y apoyándolos en la pared, y me di cuenta de que Barie no tenía fuerza en los brazos para sostener su peso. Aún así, tras varios intentos yo noté algún progreso. Ella fue ganado confianza poco a poco y al final me dijo que la dejara hacerlo sola. Lo intentó pero se la dobló la muñeca en un ángulo realmente malo. Pensé que se habría hecho una luxación y la levanté del suelo enseguida. Tomé su brazo y lo examiné.

-         ¿Te duele? – pregunté, ansioso.

-         No.

-         ¿Seguro? – insistí, y le moví la muñeca para un lado y para el otro. Ella retiró la mano con brusquedad.

-         ¡Que no, jolines!

-         Bueno, no te pongas así. Creo que ya ha sido suficiente por hoy. Seguiremos mañana ¿de acuerdo?

-         ¡No! Ya casi lo consigo.

-         Sí, ya casi lo tienes, por eso no pasa nada por continuar otro día.

-         Pero yo quiero seguir… lo estoy haciendo bien…

-         Lo estás haciendo muy bien, princesa, pero ya basta por hoy – dije,  con algo más de firmeza, buscando acabar con la conversación. – Entra en casa y mira la peli con tus hermanos.

Me miró mal y se metió en la casa, muy enfurruñada porque no le gustaba nada que la llevaran la contraria. Eran pocas las veces que le decía que no a mi princesa consentida, pero cuando tenía que ver con la posibilidad de hacerse daño no había discusión posible.

Antes de entrar, sentí curiosidad y rodeé mi casa un poco para ver el jardín del vecino y observar el trabajo de Harry. Estaba agachado, plantando unas rosas y lo hacía con mucho amor y cuidado. A Harry siempre le habían gustado mucho las plantas, y me quedé un buen rato observando, fascinado por el cariño que ponía en cada movimiento. Pocas veces le veía esforzarse tanto por algo. Tal vez aquella fuera su vocación.

Tras cinco minutos mirando, empecé a sentirme un poco como un espía, así que deshice mis pasos para entrar en casa. Pero en la otra parte de mi jardín vi a Barie, que había vuelto a salir y estaba intentando hacer el pino. Al verme, boca abajo como estaba, se asustó y se cayó. Me acerqué enseguida, asustado por la posibilidad de que se hubiera golpeado la cabeza.

-         ¡Pa…papá! – exclamó sin aliento. – Pensé que estabas en tu cuarto.

-         No llegué a entrar en casa. ¿Estás bien?

-         Sí…

-         ¿No te has dado en la cabeza?

-         No.

-         ¿Y la muñeca?

-         Está bien – respondió, y sólo entonces suspiré. Después la miré algo enojado, y ella puso ojitos de ángel. De ángel travieso, más bien.

-         ¿No te dije que era suficiente por hoy? – regañé, mientras la envolvía con un brazo y la empujaba para entrar en casa.

-         ¡Pero yo quería seguir!

-         Da igual lo que quieras, Bárbara. Si te digo que no, es que no. Y no me puedes desobedecer sólo porque te apetezca. Sé que sabes eso, porque casi siempre me haces caso.

-         ¡No estaba haciendo nada malo! – protestó.

-         Hay opiniones sobre eso, señorita. – dije, y la miré bien. - ¿Qué voy a hacer contigo?

-         No te enfades… - me pidió. Suspiré. Así lo arreglaban todo. Como si el malo fuera yo por enfadarme. La ladeé un poquito y solté unas palmadas suaves sobre su falda, que a la vez tapaba su pantalón así que no pudo dolerla mucho.

PLAS ….  Si yo… PLAS ….no me enfado… PLAS ….pero tú no me obedeces.

Fui realmente suave, con una intensidad parecida a cuando te palmean el hombro, así que no me esperaba la reacción que tuvo mi niña. Gritó un “¡no!” y salió corriendo. La perseguí, atravesando el salón donde todos nos miraron, algo asombrados al vernos correr. Atrapé a Barie antes de que subiera las escaleras.

-         ¿Qué pasa? Ey, ¿qué ocurre princesa?

-         ¡Ellos escucharon! – protestó, a punto de llorar. Me costó entender a qué se refería. Yo la había regañado en el hall y los demás estaban en el salón, que no quedaba muy lejos. Pero estaban distraídos viendo la película y yo dudaba mucho de que se hubieran enterado de algo hasta que ella gritó y salió corriendo.

A mi niña eso la daba igual. La daba muchísima vergüenza que la regañara y/o castigara delante de sus hermanos.  Suspiré, y la di un beso y un abrazo.

-         Pero si eso ni fue un castigo, mi amor. Armas tú más escándalo por reaccionar así. Anda, vamos a ver la película ¿sí? No merece la pena enfadarse ni llorar por esto.

Ella me miró triste un poco más y luego asintió, pensando seguramente que yo tenía razón y no había sido para tanto. La di un beso más y la escuché suspirar.

-         Eres malo. – me acusó, sonando intencionadamente infantil y arrugando la nariz de una manera muy graciosa.

-         Cuando te pones así te pareces mucho a Hannah – comenté, pero no como un regaño, sino con cariño.  La di un toquecito en la nariz y ella, a su pesar, tuvo que sonreír.

Nos pusimos a ver la película con los demás, y al rato bajó Michael también. Casi a la vez que la película terminaba volvió Harry, lleno de tierra hasta en las cejas. Se fue a dar un baño mientras yo iba a mi cuarto y sacaba unos papeles. Volví a reunir a todos en el salón y esperamos a Harry, que no tardó mucho en bajar.

-         Vale, chicos, hay algo importante que tenemos que hacer, como familia.

-         Entonces aquí hay alguien que sobra. – dijo Cole. Gracias a que sabía lo que había pasado entre ellos dos no me enfadé por estas palabras, aunque no dejaron de sonar crueles y provocaron jadeos de sopresa en sus hermanos.

-         No, Cole, no hay nadie que sobre. Somos justos los que tenemos que ser. Estos papeles… - empecé, pero no pude terminar.

-         ¡Él no es mi familia! Es el hermano de Ted y mi compañero de habitación. Punto.

Fruncí el ceño. Todos me miraban como para ver cómo iba a reaccionar. Yo no estaba enfadado con Cole ni quería sonar enfadado, pero esas palabras no me gustaron un pelo, sobretodo tras ver la forma en la que Michael cerraba los puños, mirando al suelo en un intento de permanecer imperturbable.

-         Cole, no digas eso, cariño…

-         Tengo derecho a decirlo.

-         Es cierto. Tiene derecho a decirlo – intervino Michael,  y se puso de pie. – Ahora vuelvo.

Antes de que alguien pudiera decir nada, desapareció escaleras arriba. Volvió enseguida con dos hojas de papel. Deduje que se trataba del cuento que había estado escribiendo y no me equivoqué.


-  Michael´s POV -

Me rodeaba una panda de idiotas gobernados por un ser dominante, tocapelotas y que daba miedo. ¿Cómo narices había terminado viviendo con un tipo como Aidan? Me sentía como en un planeta extraterrestre donde todo está hecho de arcoiris y gominola. Estaba seguro de que ese tipo no dudaría ni medio día en la cárcel… Teníamos una idea del mundo tan diferentes… Tenía un sentido de la moralidad tan estúpidamente definido… Como si todo fuera blanco o negro.

Si tuvieran la más mínima idea de todo lo que yo llevaba encima  no se atreverían a juzgarme. Yo no podía hacer otra cosa. ¿Qué había gritado al maldito crío? Pues sí. ¿Y eso les parecía malo? Pues entonces era mejor que fuera escondiendo la lista de mis antecedentes, porque sino iba a darles un infarto…

Y el peor de todos era Ted. Llevaba allí aproximadamente 23 horas y aún no le había visto decir una palabra más alta que otra, ni un solo taco, ni una sola mala cara. Todo eran sonrisas, y abrazos y… ¿de verdad éramos hermanos?  Porque éramos como la luna y el sol. Él el chico impecable y yo… en fin, supongo que en estos casos se podía decir que era “pecable”, porque pecados había cometidos unos cuantos.

Ocultaba tantas cosas… había dicho tantas mentiras que tenía que acordarme de las que había dicho primero para mentir sobre ellas después. Aunque, a decir verdad, en realidad había sido bastante sincero. Con lo que sentía. Con eso había sido sincero. Aidan… Rayos, ¿cómo se puede mentir a alguien que baja absolutamente todas tus barreras y de una forma tan…tan humillante? Me hizo llorar con una facilidad odiosa y nunca sabré bien su fue por sus palabras o por… por lo otro… ¿Qué fijación tenía con pegarme en el trasero? ¿Cuál era su problema, en serio?

Nunca he querido encajar tan desesperadamente en un sitio. Esa era la pura verdad. Si ese era el planeta arcoiris, yo me pedía el color añil, y me moría por formar parte. Eso fue lo que me llevó a desear caerle bien al enano… a Cole… Sería mejor habituarme al hecho de que tenían nombres. Ya me sabía todos, pero se me hacía extraño usarlos. Más extraño era que la renacuaja… Hannah… se pegara a mí como una lapa. Mientras estábamos en el sofá la faltó poco para sentarse encima mío.

Aidan quería decirnos algo pero no tuvo ocasión porque Cole no quería que yo estuviera presente. Supe que ese era el momento de acabar con eso de una puta vez. Después de todo no había hecho el maldito cuento para nada. Subí al cuarto de Ted… a mi cuarto… cogí unos papeles, y bajé enseguida. Todos me miraban y eso estuvo a punto de echarme a tras, pero Aidan me miró como intentando darme ánimos, y lo consiguió.

-         Ted quería leerlo y yo no le dejé pero en realidad creo que…en realidad…. Me gustaría que todos lo oyerais – dije, y en ese momento hubiera estado genial que el suelo del salón se abriera por la mitad haciéndome caer dentro. Pero eso no pasó, así que continué.  -  Es de mí de quien Cole estaba tan asustado, y  le di motivos para que lo estuviera… Yo…. esto… no sé pedir disculpas así que… bueno que ya… voy a leer y punto…- balbuceé, muy cohibido. Aquello era demasiado íntimo…Lo que ponía en ese papel era demasiado personal…Y pensándolo bien no era un cuento para un chico de diez sino más bien para uno de seis…

No, era una tontería. No podía leer eso ahí delante. No estaba tan desesperado como para eso. ¿Qué me había pasado? En unas pocas horas me había vuelto alguien completamente indefenso… Con lo que yo había sido… ¿En serio estaba ahí, con esa cursilería en la mano? Jamás lo leería en voz alta. No. En un arrebato por poco rompo las hojas por la mitad, pero salido de no sé dónde, Aidan me sujetó las manos.

-         Por favor – me dijo. – Queremos oírlo.

Sonó sincero.  Tenía algo en esos malditos ojos oscuros que me anulaba por completo. Ya me había pasado antes. Aidan me miraba a los ojos y de pronto yo sentía deseos de complacer y hacer cualquier cosa que me hubiera pedido. Casi diría que era un super poder.

Me aclaré la garganta y empecé a leer.

***

“Érase una vez una cría de lobo que creció escuchando lo peligrosa que era. “Tiene enormes dientes”,  decían “y poderosas garras”. La pequeña criatura no entendía por qué todo el mundo le miraba con miedo. Al principio, ni siquiera se daba cuenta de estas miradas. Cuando creció, empezó a entender que le temían por ser el hijo de un lobo malvado, que había hecho daño a mucha gente. Para el pequeño lobo, su padre no era alguien de quien tener miedo. Era el jefe de su manada y siempre fue bueno con él. Le dejaba salir por ahí a olisquear libremente, y siempre estaba ahí para ayudarle a salir de los agujeros en los que se caía… aunque nunca le enseñó a no caer en ellos, ni le dijo que no estaba bien husmear.

>>Aunque un poco malcriado, el lobito era feliz. Pero un día le separaron de su padre. Todos decían que era un padre malo que desatendía al lobito.  ¿Por qué? ¿Por qué a veces no traía comida a casa? El papá lobo hacía lo que podía. ¿Por qué dejaba sólo al lobito durante mucho tiempo? ¡Así el lobito pudo aprender más, y meterse en algún lío divertido! Pero para los demás aquellos líos no eran “divertidos”, y creían que papá lobo era una mala influencia para el lobito…

>>Así que el pequeño lobo se encontró sólo en el mundo, y se metió en muchos problemas. Hasta tal punto el lobito desconocía el mundo real, que terminaron metiéndole en una jaula, por hacer las cosas que solía hacer con su papá. ¿Cómo podía estar mal si su papá lo hacía? ¿Cómo podía estar mal si lo decían las personas que le habían separado de su padre? Pero estaba mal. Y, el lobito, en el fondo lo sabía. Él no quería ser un lobito malo… y estar en esa jaula le asustaba mucho… Pero pensaba que al salir de allí podría ver a su papá, y eso le daba fuerzas. Sería un buen lobito y así nadie diría que su padre era una mala influencia. Si él se portaba bien, nadie le separaría de su papá…

>>Pero el lobito estaba equivocado. Nadie le dio la oportunidad de portarse bien, porque cuando salió de su jaula le dijeron que su papá estaba muy, muy lejos, en una jaula aún peor, y que estaría allí para siempre. El lobito se enfadó mucho. ¿Cómo podían dejar a su papá encerrado para siempre? ¿Quién iba a ser su papá ahora? Las personas que le cuidaban desde que le separaron de su papá eran amables, pero no eran su familia. No eran lobos. El lobito no estaba a gusto allí, porque sabía que no le querían. Le toleraban, le cuidaban, se preocupaban por él, y hacían un montón de cosas que papá lobo nunca había hecho por él, pero no le querían. ¿Acaso nadie veía que a él le daba igual todo lo demás? ¿Qué él sólo quería que le quisieran?

>>Tal vez si hubiera esperado un poco más… El lobito siempre fue muy impaciente. Esa gente era buena. Seguro que si hubiera esperado un poco, habrían llegado a quererle. Pero el lobito no quería esperar. Lo que el lobito quería era ver a su padre, y no que le dieran otros, por más buenos que fueran. Así que se escapó, con la idea de hacer mucho dinero para poder ir a ver a su papá que estaba en otro estado… digo reino, en otro reino…

>>Pero en algún momento el lobito se olvidó de su papá. Tal vez creció, y se dio cuenta de que aunque fuera un buen papá era un hombre malo. Tal vez entendió que por más que él hiciera, su papá siempre estaría en una jaula. Lo que más le costó admitir, es que su papá se merecía estar en una jaula.  El lobito esperó y esperó, demasiado asustado como para atreverse a ir a ver a su padre, aunque hacía mucho que tenía dinero para hacerlo.

>>Entonces le empezaron a perseguir. El lobito había hecho cosas malas y había llamado la atención de algunas personas. Le perseguían tantas personas diferentes que a veces el lobito no sabía si huía d elos buenos o de los malos. El lobito huyó por todo el reino, e incluso a veces estuvo en reinos lejanos. Viajó, corrió, se escondió…mintió, robó, estafó… Más que un lobito parecía un zorro, lleno de astucia y más inteligente que sus perseguidores… O quizá, no tan inteligente.

>>Metieron al lobito en una jaula, sin saber que la verdadera prisión la llevaba por dentro. El lobito lo pasó muy mal… tan mal que no merece la pena ni hablar de ello, porque eso forma parte de otro cuento… y entonces, un día, cuando estaba intentando escapar no de la cárcel sino de otras cadenas diferentes, alguien se cruzó en la vida del lobito.

>>El lobito tenía un hermano pequeño… pero él no era un lobo, sino un cachorro. Y no estaba sólo. Había toda una manda de perritos con él… Once. Once perritos que vivían con un perro un poco mayor. Y todos ellos entraron en su vida a mogollón y sin preguntar…¡como si un lobito estuviera acostumbrado a verse rodeado por doce perros! ¿Y si le mordían?

>>¿Y si descubrían que él era un lobo malo y ya no querían estar con él? Uno de los perritos estuvo a punto de descubrirlo, y el lobito se asustó mucho, así que le enseñó los dientes y erizó la piel. Es lo que hacen los lobitos para que sus presas les tengan miedo. Lo que las presas no saben es que a veces el lobito tiene más miedo que ellos.

>>El lobo descubrió que los perritos no mordían. Bueno, el perro grande un poco, pero también le quería.  Le quería como su padre lobo, e incluso más, porque él no era sólo un buen padre sino además… una buena persona.

>>Para el lobo es muy importante encajar entre los cachorros. Son de especies diferentes pero tienen muchas cosas en común. Y sólo lamenta la forma en la que empezó con el cachorro listo y pequeño.”

***

Mientras leía, mantuve la vista cuidadosamente sobre el papel, para no morir de vergüenza al ver sus reacciones.  Tampoco levanté los ojos al terminar, y durante varios segundos todo quedó en silencio. No sabía lo que los demás estaban pensando porque  no dejaba de mirar el papel blanco con mis letras escritas en él. Entonces, de pronto, escuché un sollozo. Eso me sorprendió tanto que levanté la mirada. Busqué al emisor de aquél sonido, pero la verdad es que podía haber sido cualquiera de ellos. Todos me miraban con mucha emoción, como si mis palabras les hubieran llegado al corazón.

Pero al que había oído era a Cole. El niño se puso de pie y corrió hacia mí, y me placó con tanta fuerza que me tiró al suelo. Se echó a llorar encima de mí, sin dejar que me levantara y agarrándose a mi ropa como si lo necesitara.

Me moví muy despacio, porque no sabía cómo reaccionar. Pasé mis brazos por su espalda y le abracé.

-         Aidan´s POV –

Por la vergüenza que sintió antes de leerlo ya había imaginado que el cuento de Michael iba a mostrar cosas sobre él, pero jamás pude imaginar hasta qué punto… Aquella fue la historia de su vida y conforme leía aumentaban mis ganas de llorar.

Cole fue el primero en reaccionar, y lo hizo efusivamente, pero pude ver que sus palabras tocaron la fibra de todos mis hijos. Cuando Alejandro habló, casi parecía que tuviera la voz tomada:

-         ¿Entonces… ya no somos pollos…sino cachorros? – preguntó. No sé lo que quería decir, pero para Michael sí debía de significar algo, porque sonrió, mientras luchaba porque Cole le dejara levantarse del suelo.

- Eso ha sido precioso – susurró Barie.

-         Oye, si él es el cachorro listo y pequeño ¿yo cuál soy? – exigió saber Hannah, muy seria, como si fuera algo esencial y muy importante. 

Michael parpadeó y pareció pensarlo. Creo que se vio en un pequeño apuro. Aún no conocía tanto a todos como para poder definirlos…

-         El cachorro pegajoso – dijo al final.

-         ¡Oyeee! – protestó Hannah, pero luego lo pensó. – Bueno, no está mal – dijo al final, y corrió para sumarse a Cole y aplastar a Michael contra el suelo, como si quisiera demostrar cuan “pegajosa” podía ser.

 Kurt y Alice se sumaron también y poco a poco todos mis hijos se tumbaron sobre Michael, en una especie de abrazo-aplastamiento-placaje masivo de rugby. Como que faltaba yo ¿no? Aunque una parte de mí quería  sumarse al mogollón, no quería que algo bonito terminase con alguien haciéndose daño así que empecé a quitar gente de encima de Michael a base de cosquillas. Lancé a Kurt sobre el sofá como si no pesara nada y él se rió y volvió a tumbarse sobre Michael, así que le cogí y me le colgué del hombro, como el monito que era. Al ver a Kurt ahí Alice cambió de objetivo y dejó tranquilo a Michael para ponerse encima de mí.
-         Ay…no… quitaros…plastas… A Aidan… acosar a Aidan un ratito… - decía Michael, medio encantado, medio agobiado.

Por lo visto le tomaron la palabra. Me reí al verme derribado por mis hijos y me sentí muy feliz en ese momento.

-         ¡Es trampa! ¡Sois mayoría! ¡Tramposos! – me quejé.

En esas estaba cuando llamaron al timbre. Sorprendido, pensando que tal vez sería el cartero con algún paquete o algo de eso, caminé hacia la puerta con tres lapas aún adheridas a mí, con nombre propio: Kurt, en mi pierna derecha, Hannah, en mi pierna izquierda, y Alice, en mi brazo.

Abrí, y no era ningún cartero. Se trataba de una mujer algo regordeta. Era una periodista. Supe que lo era porque iba armada con una grabadora, un bolígrafo y un block de notas. Por poco no le cierro la puerta en las narices, pero me contuve. La mujer sonrió al ver a mis tres enanos escalando por todo mi cuerpo, y soltó una risita nerviosa.

-         Buenas tardes, señor Whitemore.

-         Buenas.

-         Siento molestarle en su casa, pero es realmente imperativo que me conceda una corta entrevista. – farfulló. Estaba muy rígida, como si no estuviera respirando, y evitaba mirarme a los ojos.

-         ¿Realmente imperativo? – pregunté, intentando no reírme.

-         Sí, señor. ¿Me la va a conceder?

-         Ni que fuera un baile – respondí. La forma de hablar de esa mujer me divertía mucho. – Aún no me ha dicho quién es, ni se ha presentado.

-         Oh, es cierto. Soy Holly. Holly Pickman.

-         Encantado, Holly. Soy Aidan, y estos son Kurt, Alice y Hannah.

-         ¡Hola! – dijeron los peques a la vez.

-         ¿Quiere pasar? – pregunté, y me retiré de la puerta para hacerla un hueco. Me extrañé de mí mismo por hacer eso, pero me había caído simpática.

-         En realidad…yo…prisa...molestar… - balbuceó, de tal forma que apenas pude entenderla. Hilvané las palabras y formé algo así como “tengo prisa, no quiero molestar”.

-         Entonces, ¿pretende entrevistarme en el portal de mi casa? – pregunté, alzando una ceja. Ella se ruborizó.

-         N-no. Claro que no. Eso... eso sería una estupidez.

-         Eso pensaba. Pues entonces, adelante. Entre.

-         Casi…casi mejor lo dejamos para otro día.  ¡Encantada señor Whitemore! – barbotó y prácticamente salió corriendo. Me quedé mirando como volaba hacia un coche plateado sin entender nada.

-         Qué mujer más rara – dijo Kurt.

-         Totalmente – coincidí, y entré en casa.

Bajé a los enanos y les dejé en el suelo. Me volví a concentrar en lo que estaba haciendo y cogí los papeles que había traído al principio. Les pedí que se volvieran a sentar en el sofá, en el suelo, o donde cupieran. Miré a Michael con amor profundo por el momento que acabamos de vivir, y me alegré mucho de ver que Cole estaba sentado junto a él, sin muestras de estar incómodo. De hecho, estaba medio apoyado sobre Michael.

-         En fin… después de revolcarnos por el suelo… creo que sólo me queda decir…”Bienvenido a la ceremonia de adopción de Michael”. No podía haber elegido un ritual mejor que el del aplastamiento masivo, la verdad.

-         ¿Ceremonia de adopción?

-         Ahá. Estos papelitos de aquí, que yo ya he firmado,  convertirán a Michael en mi heredero…

-         ¿Heredero o hijo? – preguntó él. La diferencia no se le escapaba.

-         Heredero, porque mi hijo ya lo eres – repliqué, y él sonrió.

Se levantó y tomó los papeles con cuidado. Los observó casi como si fueran algo sagrado. Los observó mucho… pero no hizo nada por firmarlos.

-         Puedes… puedes tomarte tu tiempo… para pensarlo – balbuceé, y él asintió. Yo me horroricé. ¿Qué había que pensar? Lo había dicho por cortesía. ¿Es que acaso tenía dudas?

Luego respiré hondo y me calmé. Era normal que quisiera pensar un poco. Aclarar ideas, tener intimidad… y no ahí, de golpe y sopetón, con todos delante.  Decidí darle todo el tiempo que necesitara, así fueran semanas. Nada iba a cambiar para mí. Acabábamos de vivir el hecho de que ya era uno más.

E nvié a todo el mundo a la ducha. Y por alguna razón me quedé pensando en la periodista. Generalmente me molestaban las visitas de la prensa, pero aquella no me había sentado tan mal.

Subí a ayudar a los peques en la ducha y a Michael con la insulina, aunque éste último se empeñó en hacerlo sólo y yo respeté su decisión. Metí a Alice en el baño y la peque estaba juguetona. Me salpicaba, se reía y no se estaba quieta, y de pronto, mientras la estaba envolviendo en la toalla, me abrazó.

-         Me gustó el cuento de Michael – me dijo. Yo dudaba de que ella hubiera entendido todo el significado, pero la sonreí.

-         ¿Eres un cachorrito? – pregunté, mientras la secaba el pelo.

-         ¡Síiii!  

-         Un cachorrito de pitufa, eso es lo que eres – respondí y cogí su camiseta del pijama.

Con su ayuda,  la vestí y me fui con Hannah. Y cuando acabé con ella me fui con Dylan. Por último, fui con Kurt. O lo intenté, porque no le encontraba. Al final le vi corriendo por todo el pasillo, sin camiseta y descalzo. Le frené con un brazo.

-         ¡Kurt! Estáte quiero, caramba. ¿Qué haces sin zapatillas? Anda, ve a por ellas. Y para otra vez quítate la camiseta cuando estemos en el baño.

Kurt volvió a salir volando, como un bólido de carreras. Sacudí la cabeza. Creo que para lograr que se estuviera quieto alguien tendría que pegarle al suelo con pegamento. Esperé con paciencia, pero Kurt tardaba en venir. Le fui a buscar y le encontré saltando en la cama.

-         ¡Kurt! ¿Qué te ha dicho papá?

Mi peque se sentó en la cama de golpe.

-         Que no salte en la cama…

-         En realidad me refería a lo que te he pedido que hagas hace un momento, pero ya que lo dices si es cierto que te he dicho muchas veces que no saltes. Ponte las zapatillas y vamos al baño.

Kurt obedeció pero en el corto trayecto que va del baño a su cuarto (no más de cinco metros, en serio) se dispersó y empezó a correr otra vez y yo a perseguirle. Escuché un grito agudo de Maddie cuando Kurt abrió su puerta.

-         ¡Kurt! ¡¿Quieres dejar a tu hermana en paz, que se está vistiendo!? Vamos al baño de una vez, que me estoy enfadando ¿eh?

-         Lo siento… - murmuró y me dio la manita. Suspiré y mi insté a tener paciencia.

Por fin entramos en el baño y me dio penita verle triste.

-         Ya. Yo sé que no tenías mala intención, pero es que no te estás quieto, ¿eh, terremoto? – dije apretándole un poco la tripita mientras le sonreía. Sonrió un poquito y se apoyó en mí para quitarse la ropa.

 Le ayudé a meterse en la ducha y le di algo de privacidad porque ya sabía ducharse solito. Intervine sólo para enjabonarle bien le pelo… o intentarlo. Empezó a moverse mucho y era realmente difícil.

-         Kurt, estáte quieto bichito, que se te va a meter jabón en los ojos. – pedí, pero nada. – Quieeeto, Kurt.

Me sentí ignorado, y al final pasó lo que pasó: le cayó espuma en los ojos y le escocieron. Protestó y le eché agua fría con cuidado.

-         ¿Lo ves? Si es que… En fin, vamos a aclararte. – cogí la alcachofa de la ducha e intenté aclararle el pelo, pero Kurt  siguió moviéndose y por poco se cae. Le sujeté bien y  le miré con una mezcla de preocupación y enfado que le asustó un poco.  – Quieto ¿entendido?

Asintió, y durante unos segundos pareció que me iba a hacer caso, pero al cabo del rato volvió a moverse y a escurrirse. Frustrado, cerré el grifo de la ducha y le apoyé en el borde la bañera para darle dos palmadas en su traserito desnudo.

PLAS PLAS

-         Bwaaaaaaaa. Papiiiii

 Sé que le dolió porque fue directamente sobre la piel, y además mojada, aunque no le di muy fuerte.

-         Es que no paras, caray – regañé, y eso le hizo llorar más. Al segundo siguiente se abrazó a mí, sin importarle un bledo el hecho de estar mojado. Le cogí en brazos y busqué como pude una toalla para envolverle. – Bueno, bueno, shhh. Ya pasó, campeón.

Pensé con pena que ese día le había castigado dos veces, aunque no fui muy duro en ninguna de ellas… Pero a Kurt no parecía importarle mucho si yo era duro o blando… lo que le dolía era que me enfadara con él.

-         Sé que es difícil estarse quieto, pero en la ducha sí tienes que estarlo porque puedes caerte y hacerte daño, bebé. Y si te haces daño, entonces que hago yo ¿mm?

-         Snif…snif… Darme un besito.

-         Eso lo voy a hacer ahora – dije, y le besé en la frente. Le di un masaje suave en el culito con la toalla. - ¿Duele? – pregunté dulcemente.

Él negó con la cabeza y luego se apoyó en mí totalmente. Le mecí suavemente y luego le vestí. Jugueteé con él hasta que vi que sonreía, y luego le llevé a su cuarto, para ya de paso darle las medicinas a Dylan.

-         Alejandro´s POV –

Es difícil describir lo que se siente al formar parte de un sándwich humano de más de diez personas. Te sientes aplastado, pisoteado, con la seguridad de que al día siguiente tendrás moretones… y lo harías una y otra vez. Me fui a la ducha con una buena sensación en el cuerpo. Lo que Michael había hecho era una cursilada… pero una cursilada genial. Me parecía una buena metáfora, la de compararse con un lobo.

Me estaba enjabonando cuando noté que alguien entraba en el baño. Con la cortina de la ducha echada no pude ver quién era, pero daba igual:

-         ¿No ves que está ocupado?

-         Sólo voy a mear – dijo el intruso. Era la voz de Harry.

-         Pues te esperas.

-         Sólo hay dos baños, y papá está en el otro con la enana. No seas cascarrabias.

-         Y tú no seas plasta. Salgo enseguida. Ahora ¡fuera!

Harry se fue dando un portazo y yo terminé de ducharme. Fui a mi habitación  y entonces empezó a sangrarme la nariz. A veces me pasaba, con cambios de temperatura y cosas así. Corrí al baño a por papel antes de mancharme el pijama que me acababa de poner, pero la puerta estaba cerrada.

-         ¡Tengo que entrar, es urgente!

-         ¡Ahora te jodes! – respondió Harry desde dentro.

-         Tío, es en serio… - insistí, pero nada.

Levanté la cabeza con la nariz mirando hacia el techo y pensé que no podía tardar mucho en hacer pis, pero no salía…

-         ¡Harry! ¡Tú ya te has bañado antes así que no tienes que ducharte! ¡Sal ya, por favor!

-         ¡No me da la gana!

-         ¡No es buen momento para hacer el idiota! – repliqué. Harry abrió la puerta con brusquedad.

-         No estoy hacien… - empezó, pero no le dejé terminar y le empujé para entrar. Corrí hacia el papel y me limpié la nariz. Luego me puse un poco taponando uno de los orificios.  - ¿Por qué me empujas, idiota? – se quejó.

-         No me dejabas pasar.

-         Ni tú a mi antes.

-         Es distinto.  – dije, caminando hacia la puerta.

-         Claro, porque ahora eres tú el que quería pasar – replicó y no me dejó salir del baño.

-         ¿Me vas a retener aquí, o qué? ¿No ves que me estaba sangrando la nariz?

Intenté salir con más ímpetu, empujando contra él pero creo que le hice daño porque soltó un gemido y se frotó las costillas. Me empujó con fuerza.

-         ¡Idiota!

-         Pues apártate.

-         ¡Me has hecho daño! – gritó, y me volvió a empujar. Esa vez me hizo daño él a mí, así que se lo devolví. Y así nos enzarzamos en una pelea por una tontería.

-         Ey, ¿qué pasa aquí? – intervino papá, al acercarse. - ¡Harry, Alejandro, estaros quietos!

Ninguno de los dos le hizo demasiado caso.

-         Aidan´s POV –

Eran frecuentes las peleas por el baño… dos eran pocos para tantas personas… Intuí que eso es lo que había pasado entre Harry y Alejandro, pero no conseguí que pararan de empujarse como dos antílopes en celo.

-         Ya basta…venga, parad… ¡VALE YA! – grité al final, y por fin me hicieron caso. - ¿Qué son todos esos empujones? ¡Ya está bien, hombre! ¿Qué te ha pasado en la nariz, Alejandro?

-         Nada, sólo me ha sangrado, y éste idiota no me dejaba pasar al baño.

-         ¡Tú no me dejaste antes! –  protestó Harry y amenazaron con empezar otra vez.

-         Bueno, suficiente. Tirad cada uno para vuestro cuarto… ¡He dicho a tu cuarto, Alejandro!

Reticentes, pero obedecieron. Seguí a Alejandro hasta su cuarto y le regañé un poco.

-         Pareces más crío que él, de verdad.

-         ¡Si es imbécil no es mi problema! – replicó. Fruncí el ceño y le di tres palmadas.

PLAS PLAS PLAS

-         ¡Au! ¡Jo!

-         A los hermanos ni se les insulta ni se les empuja. ¿Tengo que recordártelo como a los enanos?

-         ¡Pero empezó él! – se quejó. Rodé los ojos. Definitivamente, era como mis hijos más pequeños. Me acerqué a darle un abrazo pero él no me dejó.

-         ¿Te enfadas? ¡Pero si sólo fue un aviso!

-         Anda y vete con él, con tu favorito… - me instó, medio empujándome a mí también.

-         Pero si yo no tengo favoritos – repliqué, e intenté acercarme de nuevo a él, pensando que sólo estaría un poco celoso. Pero Alejandro se cerró en banda. Pensé que ya lo intentaría más tarde, cuando estuviera de mejor humor, y me fui a hablar con Harry.

Harry estaba tumbado en la cama, fingiéndose el dormido.

-         Harry… vamos, hijo. Aún no hemos cenado.

No recibí respuesta.

-         Si crees que por hacerte el dormido te vas a librar estás muy equivocado… De todas formas no estoy enfadado. Ha sido una tontería, pero no me gusta que os peleéis así.

Me acerqué a él pensando que fingía bastante mal. Era evidente por su forma de respirar que estaba despierto. Aparte que no hacía ni un minuto que se había metido en la cama, así que…

-         Mira, si sales de ahí te daré sólo tres palmadas, como a tu hermano. – anuncié, pero fue como hablar con las paredes – Si no sales igual sí puede que enfade… No me gusta jugar al ratón y al gato…

Esperé prudentemente algunos segundos, pero nada. Suspiré, y tiré de las sábanas de Harry, para bajarlas.  Le di la vuelta, y tras dudarlo unos segundos le bajé el pantalón del pijama y el calzoncillo.
-         Por intentar escaquearte pierdes el derecho a conservar la ropa y te llevas dos de propina.


PLAS PLAS PLAS ¡Auuu! PLAS PLAS

Le coloqué la ropa otra vez y él se dio la vuelta para mirarme con indignación… y vergüenza. Segundos después se echó a llorar muy fuerte, y se tapó la cara. Me sorprendió un poco. Me metí con él en la cama  y le abracé.

-         Shhh… Bueno, no es para tanto…

En ese momento entró Zach y se sorprendió al verle llorar así. Se quedó quieto en la puerta, como sin saber si debía irse o quedarse.

-         Me…snif… me has visto el culo – protestó Harry.

-         Bah, ¿y por eso lloras? – intervino Zach. - ¡Si lo tenemos precioso! 

Provocó que su hermano se ruborizara y supe que esa había sido su intención. En realidad, Zach también se había muerto de vergüenza cuando lo hice con él, así que estaba haciendo aquél papel por su hermano.

-         ¡No te sonrojes, tontito, que él te ha cambiado el pañal! – siguió Zach y se hizo un hueco a nuestro lado. – Y tú, ¿por qué le pegas, a ver? Cada vez que le haces llorar muere un pollito, que lo sepas.

Sonreí, y le di un beso a mi enano lenguasuelta, y otro a mi enano avergonzado. Harry dejó de llorar, pero aún me miró con algo de reproche.

-         Para otra vez, no te hagas el dormido.

-         Para otra vez, no me castigues – replicó.

-         Para otra vez, no te portes mal.  – contraataqué. Harry me sacó la lengua y yo le di un beso en la frente. Luego decidí ser un poco malo. – Tu hermano tiene razón – le susurré. – Lo tienes precioso.

-         Papáaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.

Me reí, y salí corriendo, esquivando una almohada lanzada como proyectil. Volví a probar suerte con Alejandro, y aunque se hizo el enfurruñado, le di un beso en la cabeza y al final se giró para mirarme. Tengo la impresión de que dejó de estar enfadado porque sabía que yo había regañado también a Harry.

-         Michael tiene razón, que lo sepas. – me dijo, y le miré con cara de no entender. – “El perro grande si muerde” – parafraseó, y yo me reí.


- Sólo un poco. 

7 comentarios:

  1. Ahhhhhh lo amo quiero mas... Michael le quitara el trabajo a Aidan como escritor... su historia me llego al corazón... Porfaaaaaa actualiza prontoooooooo

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  2. jajjajaja. "perro grande si muerde" muy bueno....hubo de todo...en este capi.... Michael se ha mostrado...me encanta...

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  3. De todos los capítulos este a sido de mis favoritos, el otro es cuando Ted le cuenta a Alice xq admira a Aidan
    En verdad el viento de Michael me saco una sonrisa x lo del perro grande y x poco lágrimas de nostalgia y ternura x lo que dice
    Tu historia me encanta Dream pero este capitulo simplemente lo ame ;3
    Saludos
    Att. Miranda

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  4. Viento = cuento
    Mi tonto sutocorrector :D

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  5. Aww! Que dulce capítulo, aunque he quedado intrigada por dos cosas quien es esa reportera? Y cual es el color añil? Je je no lo conozco al menos no con ese nombre

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  6. No hay encaje mejor, ese lobito ha mostrado su vida en una narración que me robo el corazón sobre todo porque a pesar de tener ese pasado de $&&/#$%&//()(%## diablos! ahora puede darse una oportunidad de ser feliz al lado de todos sus hermanitos que son tantos! yo aun estoy contando cabezas para no confundirme jeje.

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  7. ooowwwww!!!!! esta bien lindo el cuento, se ve que ha sufrido mucho pobre michael, jajaja pero me encanto que ya pusieras lo que el piensa jajajaja....

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