lunes, 23 de diciembre de 2013

Capítulo 20: Diez historias, aunque algunas son más complicadas que otras

Capítulo 20: Diez historias, aunque algunas son más complicadas que otras


-         Ted, tenemos que ir al hospital – me dijo papá, cuando estaba hinchando un globo para Kurt. Dejé que se desinflara y escapara todo el aire de golpe.

-         ¿Ya? – pregunté, nervioso, ansioso, con miedo… Había estado todo el día esperando oír esas palabras.  Papá me miró y me sentí examinado. Creo que entendió el sentido de mi pregunta, porque sonrió.

-         No, hijo. No con Michael, sino a que te quiten los puntos. Tenemos cita a las seis ¿recuerdas?

-         Ah. ¿Y a qué hora vamos….ya sabes, a por Michael?

-         Cuando estemos allí lo preguntaremos.

Me mordí el labio, muerto de impaciencia. La mañana había pasado más o menos rápido, mientras hacíamos hueco en mi cuarto para otro habitante. Pero desde la hora de comer los minutos pasaban lentamente, como burlándose de mí durando más de los sesenta segundos habituales.

Alejandro se quedaría en casa con todos mientras yo iba con papá a que me quitaran los puntos y Aidan avisó que a lo mejor tardábamos un poco por el asunto de Michael. Existía la posibilidad de que volviéramos con él… Antes de salir, alguien me agarró la mano, frenándome. Era Cole.  Le miré con preocupación, al saber sus temores y al verle tan serio.

-         Cuando Fred y Mike se quedan a dormir usáis sacos y esterillas y os venís al salón. Michael y tú podéis hacer lo mismo hasta que tenga su litera…- susurró, y supe que le había costado mucho decir eso. Miré a papá, y me di cuenta de que él también lo había oído. Antes de poder responder, papá le agarró cariñosamente del costado y le hizo cosquillas.

-         Hay suficientes sacos para que todos durmáis en el salón. No creo que estéis muy cómodos pero… será sólo por unos días.

-         O también – dije yo – Cole puede dormir conmigo en mi cama mientras Michael duerme en la suya.

Cole me sonrió como si acabara de hacerle muy feliz, y yo me llamé idiota por no haberlo pensado antes.

-         Vamos, no pongas esa cara. No es como si nunca hubieras dormido en mi cama.

-         Pero pensé que preferías dormir con él…

Me agaché y me puse a su altura, como hacía papá. Le miré a los ojos.

-         ¿Y por qué pensaste esa tontería?

- Porque él… también es tu hermano…

-         El año tiene 365 días y yo solamente once hermanos.  – empecé, y papá tosió. Le miré alzando una ceja, por que a él no le había contado entre mis hermanos aposta, pero me corregí – Doce. Doce hermanos. Creo que hay días suficientes como para que no sea necesario que me parta en doce cachitos ¿verdad?
Cole sonrió un poco, pero aún no parecía tenerlas todas consigo.

-         Pero… le acabas de conocer…y es mayor y…

-         Y por eso voy a estar un poco pesado en los próximos días, pero nada más. No pienses que tienes un competidor, Cole, ni que porque le quiera a él significa que ya no te quiero a ti.

-         Pero a él le quieres más…

Resoplé. Había pensado que después de lo del día anterior había quedado claro. Pero por lo visto no. Yo ya sabía que Cole era mimoso y amante de las muestras de cariño, pero no que fuera tan inseguro.

-         No, Cole. No le quiero más ni porque sea hijo de mi madre, ni porque tenga mi tono de piel, ni una edad parecida a la mía, ni porque le acabe de conocer. De hecho, ese es un motivo por el que podrías pensar que te quiero más a ti, porque tú llevas diez años siendo mi hermano.

Cole lo pensó y se dejó convencer por mis palabras.

-         Menos mal – dijo. – Porque creo que él no es bueno.

-         ¿Por qué dices eso? Es cierto que ha cometido algunos errores, pero…

-         No hablo de eso. Creo que te ha mentido. A todos. Creo que sólo está actuando y os ha dicho lo que queréis oír para que le queráis.

Esa acusación no me la esperaba. Fruncí el ceño, entendiendo que eran los celos los que hablaban por mi hermanito, pero aun así no me gustó lo que oí.

-         Cole, no está bien que digas esas cosas – intervino papá, que nos había estado escuchando.   – No puedes hablar mal de Michael sólo porque estés celoso, campeón.

Cole se mordió el labio, y no respondió. Papá le dio un beso y le acarició la mejilla, con mucho cariño. Era raro porque Cole no había tenido celos con la llegada de ningún otro hermano… Pero supongo que ninguno de ellos había llegado siendo ya mayor. Todos habían venido siendo bebés, y él no debía de haberles considerado competidores, cuando sólo eran bolitas de carne lloronas y sonrosadas.

Le revolví el pelo hasta dejarle totalmente despeinado, y salí de casa antes de que pudiera alcanzarme para vengarse. Papá salió detrás de mí, después de hablar con Alejandro un momento, supongo que para decirle que cuidara de todo y todos hasta nuestra vuelta.

-         ¡Ted! ¿Qué tengo que hacer para que no corras?

-         Papá, estoy perfectamente. – respondí, mientras él cerraba la puerta. - Van a quitarme los puntos ¿recuerdas?

-         Sí, y opino que aún es pronto. Dijeron cuatro días tras darte el alta y no han pasado ni dos.

-         De hecho, hoy es el tercer día…- respondí, divertido porque papá se ahogaba en un vaso de agua en temas de salud. Cuando Alice era pequeña y corría sin control y algo de torpeza por toda la casa con sus dos añitos, le faltó poco para forrar todos los muebles con goma espuma.

-         ¿Disfrutas llevándome la contraria? – preguntó con una cara de exasperación que me hizo reír.

-         Un poco. Vamos, quita esa cara. Hoy no es día para estar serio.

-         Me alegra verte tan contento. – me respondió papá, parándose delante del coche. Estaba pensativo y algo ausente.

-         La cuestión es ¿por qué tú no lo estás? Hoy viene Michael a casa. Siempre que viene uno de nosotros haces la gran fiesta…. – dije, y me puse serio yo también – Es que…. ¿te estás echando atrás?

-         ¿Qué? ¡No digas tonterías! Estoy pensando en Cole. Hay muchas probabilidades de que al volver nos traigamos a Michael a casa y no sé cómo reaccionará.

-         Yo tampoco – admití – Pero ahora que sé lo que teme no voy a darle motivos para que siga teniendo miedo. Tendré cuidado con lo que digo.

Papá asintió, y entramos al coche. Lo puso en marcha, pero miró un segundo nuestra casa antes de arrancar, con algo de aprehensión.

-         Tranquilo. Cuándo volvamos Alejandro no la habrá incendiado.

-         Ja, ja, ja. Muy gracioso, Ted. De unos días a esta parte el pobre se ha visto sólo cuidando de ellos demasiadas veces.

Me mordí el labio.

-         Siento… no haber podido hacerlo yo.

Papá me miró con los ojos muy abiertos, y luego me sonrió con afecto.

-         Parece que yo también debo tener cuidado con lo que digo – dijo Aidan – No es justo que me preocupe por dejar a Alejandro a cardo de todo unos minutos, cuando tú lo haces muchas veces. Es sólo que… ya sabes, a él le falta práctica.

-         Bueno, les he visto a todos bastante enteros – respondí, y papá se rió por lo bajo, pero luego se puso serio y alterno su mirada entre la carretera, y mis ojos.

-         No vuelvas a disculparte por algo que no es culpa tuya – me dijo. Casi sonó… enfadado. Caray. Qué genio.

-         Sé que te ha causado problemas tenerme en el hospital. Dinero, tiempo, caos…

-         ¡Ted por el amor de Dios! Tú nunca me causas problemas, y mucho menos por ponerte enfermo. Ningún padre quiere que ninguno de sus hijos esté en el hospital, pero eso no es culpa de nadie.

Ya. Pero aunque no fuera culpa de nadie, papá se habría atrasado mucho con los de la editorial por mi culpa. Y había tenido que dividirse entre mis hermanos y yo. Dejé de discutir, porque sabía que no lograría hacerme entender. Papá era demasiado cabezota. Los dos lo éramos.

Le observé conducir recordando fugazmente cómo me había enseñado a hacerlo a mí. “El embrague, Ted, pisa el embrague”. Si me hubieran dado un dólar por cada vez que me dijo eso, sería millonario.

-         ¿Puedo hacerte una pregunta?  - le dije, cuando ya casi llegábamos al hospital.

-         Claro.

-         Cuando le he dicho a Cole que tenía once hermanos, me has hecho incluirte….

-         Bueno, soy tu hermano ¿no?

-         Eres mi padre.- respondí, con seguridad, casi con miedo a que alguien dijera lo contrario alguna vez.

-         Soy las dos cosas, Ted. – dijo, algo melancólico – De niño siempre quise tener hermanos ¿sabes?

-         ¿Sí? – pregunté. Papá no hablaba demasiado sobre su infancia.

-         Casi todo el mundo quiere tenerlos, al menos de pequeños. Los ves como alguien con quien jugar, como un amigo, un confidente, un compañero…

-         Todo lo que tú no has podido ser para nosotros – concluí, entendiendo lo que sus palabras querían decir. Lamentaba haber perdido ese aspecto de nuestra relación.

-         Exacto. Pero, a pesar de todo, soy tu hermano. – declaró con convencimiento. Guardamos silencio hasta entrar en el parking del hospital, mientras yo le daba vueltas a lo que me había dicho. Para ser nuestro padre Aidan había tenido que dejar de lado algunas cosas. Aunque era un tipo bastante cercano, no podía permitirse ser nuestro amigo, en el sentido pleno de la palabra. Él era… en fin, nuestro padre. Pero uno que también sabía ser un niño, con los peques.

-         Juegas todo el día con los enanos y a Alejandro le das una paliza con la videoconsola – le dije, y él sonrió, no supe si por darse cuenta de que al menos eso si podía hacerlo sin dejar por ello de ser nuestro padre o porque le recordé sus victorias sobre Alejandro. A mí también me ganaba casi siempre. – Espero que Michael te robe el primer puesto.

-         Oh, ¿en serio? – preguntó Aidan, como si le hubiera retado. Puso una sonrisa de suficiencia, creyéndose invencible. En ese momento deseé que Michael le dejara por los suelos en la primera partida.

Papá siempre dejaba ganar a los pequeños, pero con Alejandro y conmigo no tenía piedad. Yo no estaba viciado a los videojuegos, pero Alejandro iba a desarrollar problemas en los pulgares de tanto “practicar” y aún así papá le seguía ganando. Ojalá Michael fuera capaz de darle la vuelta a las tornas.

No podía evitarlo: imaginar a Michael en mi salón, jugando con la play y haciendo otras cosas de las que solíamos hacer nosotros, me hacía sonreír. También me provocaba algo de inseguridad, pero silencié toda voz negativa dentro de mi cabeza. Sin embargo, dejé de pensar en todo eso cuando me vi en la sala de espera, aguardando mi turno para que me quitaran los puntos. Se me quitaron las ganas de sonreír. Iba a doler, seguro.

- Aidan´s POV -
La cara de Ted en la sala de espera era digna de verse. Parecía que tragar saliva le costaba un gran esfuerzo, y miraba al infinito como quien espera escuchar una sentencia horrible de un momento a otro. En cierto modo, era eso: en cualquier momento escucharía su nombre, y no parecía entusiasmado por la idea.

-         ¿Estás bien? – pregunté, intentando no reírme. Ted siempre había odiado las agujas, y siempre se había negado a admitirlo en voz alta. Asintió suavemente. – Tranquilo, ahora no habrá agujas. Te quitarán los puntos con unas pinzas.

Ted suspiró y creo que decidió pensar en otra cosa. Lo cierto es que tenía muchas cosas en las que podía pensar: Michael, los celos de Cole…

No tardaron mucho en llamarnos. Hicieron que Ted se tumbara en una camilla y le quitaron los puntos. No soltó un solo quejido, aunque todo su cuerpo se puso blanco y empezó a sudar en frío. Creo que no era tanto por el dolor como por el hecho de que otras personas manipularan su cuerpo de esa manera, sabiéndose indefenso ante ellos.

A veces me frustraba su afán por permanecer impasible ante cosas que le dolían o le molestaban. ¿Acaso pensaba que yo le tendría por débil si demostraba que no quería estar ahí? Sus hermanos no estaban delante aquella vez. No me valía eso de que lo hacía por parecer fuerte frente a los pequeños.

Cuando terminaron con él, los dos nos miramos a los ojos sabiendo lo que venía a continuación. Nos encaminamos a la habitación de Michael, pero por lo visto  había gente en su habitación y nos dijeron que no podíamos pasar aún, así que esperamos fuera.

-         ¿Qué pasa si nos dicen que no puede venir? – me preguntó Ted.

-         No veo por qué, siempre y cuando él haya aceptado el trato.

-         ¿Y qué pasa si dicen que se venga ahora mismo?

-         ¿Qué pasa entonces? – contraataqué, sin entender del todo su preocupación.

-         Pues… que no sé qué decir… qué hacer…

-         Yo tampoco – confesé, y puse una mano en su hombro. – Lo averiguaremos juntos.

Ted me sonrió, y yo supe que tenía que mostrarme seguro de mí mismo, por él, aunque por dentro tuviera los mismos e incluso más miedos que mi hijo.

Resultó que las “visitas” de Michael eran asuntos legales. Su abogado, el oficial Greyson y él mismo leyeron y firmaron unos papeles que simbolizaba el trato mediante el cual Michael quedaba en libertad. El oficial Greyson tenía prisa, así que apenas me dijo un par de palabras antes de irse. Me hubiera gustado poder agradecerle a ese hombre lo que estaba haciendo por Michael, pero ya habría ocasión.

Cuando entramos en la habitación de Michael, no encontré al chico feliz y entusiasmado que esperaba ver. Cuando te dicen que no vas a ir a la cárcel se supone que tienes que estar al menos un poco contento ¿no? Entonces, ¿por qué Michael tenía esa cara? Estaba más allá de la pena. Era el rostro de alguien que está en un callejón sin salida, y al verme a mí pareció ponerse peor. Me dejó sin palabras. No era compasión lo único que inspiraba, sino también miedo… miedo ante lo que sea que pudiera hacer sufrir así a una persona.

-         ¿Qué te ha pasado en la cara? – preguntó Ted. Eso activó mis alarmas, y presté atención. Michael tenía un moretón en la mejilla. No era muy llamativo, por la oscuridad de su piel, pero se notaba.

-         Me caí de la cama… - respondió el chico. Tal vez Ted y yo le habíamos dado la impresión de ser idiotas perdidos.

-         Eso es un puñetazo, no una caída. – repliqué. - ¿Qué ha pasado?

Michael me miró fijamente, y luego suspiró.

-         Me… peleé con otro paciente.

Eso ya me sonó más creíble, aunque uno de los agentes, el que respondía al nombre de Thony, no dejaba de decir que no era violento. Fruncí el ceño.

-         ¿Por qué?

-         No es asunto tuyo.

Decidí no presionar, aunque en algún momento tendría que dejarle claro que no podía darme esa clase de respuestas. Ya habría tiempo para hablar de normas. Primero teníamos que hablar de familia.

-         ¿Qué te han dicho? – inquirió Ted.

-         ¿Sobre esto? – preguntó Michael, confundido, señalándose la mejilla.

-         No. Sobre el trato.

-         Ah. Ya está. Puedo irme, en cuanto me den el alta, pero…

-         ¿Pero? – pregunté. No me gustaban los peros.

-         Aún…. ya sabes… podéis cambiar de opinión. Sería lo mejor para todos. En serio. Me buscaré un hotel. Hay un par de tipos que me deben unos favores. 

-         Creo que de ahora en delante optaré por ignorarte cada vez que digas una tontería, pero sólo por ésta vez te repetiré que tú te vienes con nosotros, y no hay más que hablar. – le dije - ¿Cuándo te dan el alta?

-         En un rato, creo.

-         En ese caso, te esperaremos. Desde hoy vivirás con nosotros, Michael – dije, despacio, con emoción en cada palabra – Y te prometo que serás feliz a partir de ahora.

Esperaba alguna clase de respuesta verbal, pero recibí sólo un asentimiento.

-         Michael, ¿qué ocurre? ¿No te gusta la idea? – pregunté. No había contado con ello. No había pensado en que aquella solución pudiera no hacerle feliz. - ¿Es por tener que trabajar con la policía? ¿Te da miedo? O es que… ¿no quieres venir a casa?

-         Eres un buen hombre, Aidan, y no quiero destrozarte la vida. – respondió, con voz solemne. Sonó muy adulto. Pasó algo extraño. Sentí como si ese fuera Michael, y no la cara de él que ya conocía. Como si Michael no fuera para nada un chico caprichoso y con tendencia a las malas formas. Como si todo hubiera sido un papel bien interpretado.

-         No vas a destrozármela. Vas a hacerla mejor.

Él no dijo nada. Supe que tenía que solucionar eso en aquél momento. Acabar con esa inseguridad del tirón.

-         Ted, ¿puedes esperar afuera, por favor? – le `pedí. No quería hacerle daño con las palabras que iba a pronunciar. Ted negó con la cabeza, horrorizado ante la idea de irse en ese momento. – Por favor – insistí.

-         No, papá, yo me quedo.

-         Ted. Será sólo un minuto.

-         Lo que vayas a decir, dilo conmigo delante.

-         No, eso no va a pasar. ¿Vas a obedecerme o me tengo que enfadar?

Ted me miró, frustrado y dolido, pero se fue. Creo que le escuché mascullar un “idiota” antes de cerrar la puerta, pero lo dejé pasar, fingiendo no haber escuchado. Una vez a solas miré fijamente a Michael. Él estaba sentado sobre su cama, mirándome con curiosidad. Yo cogí una silla y me senté frente a él.

-         Cuando Ted descubrió que tú existías, lloró como no lo ha hecho nunca. Creo que ni él mismo estaba seguro de lo que sentía. ¿Miedo? ¿Pena? ¿Dolor? ¿Esperanza? Las emociones le desbordaron. Pero enseguida me dijo que te tenía que conocer. Desde ese momento tu fuiste una amenaza para mí. ¿Otro hermano mayor? ¿Qué pasaba si Ted te elegía a ti en vez de a mí? ¿Si decidía que quería vivir contigo? ¿Quién era yo para impedirlo? Más allá de quién tenga la custodia, él es libre de elegir quién forma parte de su familia. Por eso supe que si no quería perder a Ted, tenía que ganarte a ti. Si tú estabas con nosotros, él no tenía que ir a ningún sitio. Después encontramos una de tus notas, y descubrimos más cosas sobre ti. Y me di cuenta de que no eras un rival, sino alguien que estaba sólo…como mis hermanos. Resulta que todos nosotros tenemos algo en común: un parentesco algo complicado, padres de mierda, y la necesidad de encontrar algún sitio al que pertenezcamos. Entendí que tu sitio era con nosotros. Que pertenecías a mi familia. Luego te conocí, y lo confirmé. Y mis hijos parecieron pensar como yo. – le dije, sin dejar de mirarle fijamente. Cuanto más le miraba más quería triturar al hombre que le había hecho ese moratón. – Al principio eras importante para mí porque eras importante para Ted. Ahora eres importante para mí porque tenemos muchos años que recuperar, y tú serás joven, pero yo ya no lo soy tanto. – bromeé, y le vi sonreír un poquito. – Por alguna razón asumí que vas a ser mi hijo. Es el papel que mis sentimientos te han asignado, aunque bien podrías haber sido mi hermano, tío de mis hijos, y sólo eso. Es irónico porque en cuanto firmes algunos papeles serás su sobrino. Hermano, hijo, tío, sobrino. Sólo son nombres. Eres familia. Una historia paralela a la nuestra que a partir de ahora seguirá él mismo camino. – reflexioné, y medité con cuidado mis siguientes palabras. – No voy a mentirte. Espero no hacerlo nunca, y desde luego no voy a hacerlo ahora: tienes edad para entender que el afecto es algo que surge con el tiempo. Que aún no nos conocemos demasiado. Que tú y yo hemos tenido vidas diferentes, cada uno con sus recuerdos. Tendremos que aprender a vivir los unos con los otros….es más… tendremos que aprender a querernos, con nuestras virtudes y defectos…Virtudes y defectos que mis hijos ya toleran, porque han vivido con ellos, pero que para ti son totalmente novedosos. Puede que en algún momento sea difícil. Puede, es más, te garantizo que pasará, que eches de menos la época en la que sólo tenías que preocuparte por ti mismo. Puede que te hartes de mí y de las cosas que te diga y es posible que tu pasado traiga algunas complicaciones. Puede, no lo sé, que me traigas algunos quebraderos de cabeza, porque ese es el trabajo de todo hijo para con su padre. Pero tú nunca vas a destrozar mi vida. No podrías hacerlo aunque te lo propusieras. Y el motivo es muy sencillo: por la sencilla razón de que desde éste mismo momento, eres mi hijo. Nunca he podido tener esta conversación con el resto, porque eran demasiado pequeños cuando vinieron a vivir conmigo, pero te lo digo a ti ahora: si bien el amor por un hijo no se compara a nada, creo que el amor por un hijo adoptivo es mucho más fuerte, porque se fundamenta en la convicción profunda de llevar adelante un acto de amor. ¿Cómo podrías tú destrozar mi vida, cuando vas a completarla?

Cuando dejé de hablar, Michael me siguió mirando durante un rato, sin decir nada. Luego cerró los ojos, y no los abrió. Le escuché respirar hondo. Después parpadeó, y vi un par de lágrimas cayendo por sus mejillas, con silenciosa emoción.

-         Gracias – susurró, muy despacio, deteniéndose en cada sonido.

-         ¿Qué gracias ni que ocho cuartos? ¡Dame un abrazo, corcho!

Michael sonrió con timidez (y eso que yo pensaba que en ese chico no había timidez posible) y se movió con mucha torpeza. Creo que no sabía cómo hacerlo. Que no sabía cómo abrazarme para que se sintiera como algo natural. Así que le ayudé, y aprovechando que él estaba sentado, me puse de pie y apoyé su cabeza en mi pecho. Estuve así hasta que noté que él quería separarse. Mi experiencia con Dylan me había enseñado que no había que forzar a las personas al contacto físico. Yo mismo tenía algunas manías al respecto.  Le sujeté la barbilla y pasé el dedo pulgar con mucho cuidado sobre su moretón. Lo tenía justo en el pómulo, pero no estaba hinchado.

-         ¿Ahora puedes sonreír un poquito para mí, para que no sienta que de una cárcel te llevo a otra? Sé que no soy la gran cosa, pero de verdad que como padre no estoy tan mal. – le dije, y Michael me dedicó una gran sonrisa torcida.

En ese momento llamaron a la puerta y Ted asomó la cabeza.

-         Viene el médico a ver a Michael.

-         Claro. Que pase.

El doctor, tal y como había hecho su compañero con Ted, quería hacerle un último examen antes de darle el alta. Me salí para que Michael no se sintiera incómodo, y el incómodo fui yo por la mirada que me echó Ted.

-         ¿Qué? – le pregunté al final. No me respondió. En lugar de eso me bufó con indignación. – Ah no, nada de estar molesto que eres tú el que me ha llamado idiota. Sí, lo he oído perfectamente.

-         Me has echado de mala manera.

-         Para hablar con Michael.

-         No es justo – protestó, infantilizando la voz a propósito.

-         Lo sé. Por eso estamos en paz, en vez de discutiendo la forma en la que debes hablarme.


-         No te dije idiota. Sólo estaba refunfuñando, diciendo cosas sin sentido.

-         Vaya, todo un ejemplo de madurez – repuse, y me sacó la lengua, como para demostrarme lo inmaduro que podía ser si se lo proponía. Sonreí un poco, pero luego me puse serio. – No tienes por qué saber todo lo que hablo con tus hermanos. Algunas cosas… ya sabes, son privadas, entre cada uno de mis hijos, y yo.

Ted iba a protestar, pero su ceño fruncido se transformó poco a poco en una sonrisa, al saber entenderme, ilusionado porque yo tratara a Michael como uno más. .

-         Supongo que Michael no es sólo “mío”.

-         Exacto. Tendrás que compartirle un poquito. En cambio yo no voy a compartirte a ti. Tú eres todo para mí – bromeé y le acaricié la mejilla. Me raspó un poco. - ¡Ted! ¡Tienes barba!

-         ¿Qué te pensabas? – dijo, en plan “ya no un niño, a ver” pero sonrió con orgullo, porque la pelusilla de la adolescencia fuera dando paso a una barba más fuerte. Hacía tiempo que Ted se afeitaba pero en realidad tenía bastante poco pelo, por todo el cuerpo. No tenía ni parecía que fuera a tener nunca pelo en el pecho, por ejemplo.

Recordé cuando le enseñé a afeitarse. Había un montón de cosas que no podría enseñarle a Michael, porque ya las sabía. Pero seguro que le quedaban muchas otras por aprender, como por ejemplo a quererse un poco más a sí mismo. Eso de “no quiero destrozarte la vida” sonaba a “destruyo todo lo que toco” y denotaba una autoestima aún más baja que la de Ted.

Salió el doctor, y nosotros entramos. Michael se estaba poniendo una camiseta, y lucía algo avergonzado. Pensé que podía ser porque le habíamos pillado vistiéndose, pero  me equivoqué.

-         Yo… tengo que pedirte algo – me dijo.

-         Claro, lo que sea.

-         Tengo que comprar insulina – explicó, levantando unas recetas.

-         Pararemos de camino a casa.

-         Te devolveré el dinero en cuanto lo tenga…

-         Ni se te ocurra. Pensé que se entendía por el contexto, pero a partir de ahora yo te mantendré, Michael.

-         Si tienes que pagarme la insulina te vas a arruinar…

-         ¿Cuánto cuesta?

-         Con la receta, una caja mensual vale unos diez dólares…

Yo me reí.

-         Tranquilo. Mi cuenta bancaria puede con ello. No es nada comparado con veinticinco mil pavos.

Nada más decirlo, me di cuenta de mi tremendo error. Michael abrió la boca con mucho asombro.

-         ¿Has… has pagado mi multa? ¿Por qué? ¡Es mucho dinero!

-         Era una de las condiciones para tu libertad – explicó Ted.

-         Sabía que ese cabrón te exigiría el dinero. Me prometió que no lo haría, pero lo hizo – masculló Michael entre dientes.

-         Eh ¿de qué hablas? Nadie ha exigido nada. Olvidémonos del tema ¿vale?

-         No puedo olvidar que te debo veinticinco mil pavos.

-         No me debes nada. Ahora termina de recoger y vámonos a casa. Todos están impacientes por recibirte.

Michael dejó las manos quietas sobre su mochila, y tragó saliva. Puso una cara tan asustada que tuve que reírme.

-         Tranquilo, no muerden. Bueno, Kurt a veces, pero estamos trabajando en eso.

La verdad, aquello no pareció tranquilizar a Michael en absoluto. Pobre. Para él, tenía que ser un shock tener una familia tan numerosa de repente.

- Alejandro´s POV -

Ted me mandó un mensaje, diciendo que volvían con Michael. Se lo dije al resto y terminamos con todo rápidamente. Fue todo un reto mantener a Kurt lejos de las chuches.

-         ¡Glotón! – le dije, mientras le alejaba de la mesa del comedor.

-          ¡Cuando estemos todos, pedazo de goloso! – me apoyó Madie.

Pero Kurt usó su infalible técnica del puchero, y al final, no sé bien cómo, acabé dándole toda una bolsa de lacasitos para él sólo. En momentos como ese yo también quería tener seis años.

Cuando el nivel de impaciencia era considerable dentro de casa, escuchamos el ruido del coche y supimos que ya habían llegado. Treinta segundos después, la puerta se abría.

-         ¡Bienvenido! – gritaron los peques, totalmente a destiempo. Rodé los ojos. Supuse que la intención es lo que contaba.

Michael miró a su alrededor algo en shock. Se fijó en los globos, en la serpentina, en el cartel que Hannah y Kurt habían pintado, en la comida que había sobre la mesa…

-         ¿Esto es por mí? – preguntó, mirando a Ted.

-         No, por el vecino – respondió él, rodando los ojos. – Claro que es por ti.

-         Pero… esto…¿por qué?

-         Si esto te impresiona espera a cuando papá se lo cuente a todo el mundo. Cada vez que la familia aumenta montamos una de cuidado.

Antes de que Michael pudiera seguir asombrándose, Hannah, Kurt y Alice se tiraron a por él. Alice por poco se cae, pero él la sujetó. La miró con curiosidad y luego, no sé por qué, la abrazó.

-         ¿Eres mi tito? – preguntó.

Michael miró a papá, sin comprender.

-         Pregunta que si eres su hermano.

-         Pues… creo… creo que sí – respondió Michael. Sonaba inseguro y con la voz tomada, pero Alice sonrió como si acabara de decir algo muy importante. Michael la apretó mucho contra sí, y la dio un beso en la frente.

-         ¿Por qué lloras? – preguntó Alice.

-         Porque…porque estoy contento – respondió Michael.

-         No… estás triste. – dijo la enana, y tenía razón. Esas no eran lágrimas de alegría, sino de una enorme tristeza. Mm. Vale. Empezábamos bien ¿no?

-         ¿Y como no queréis que llore si no le habéis dejado ni pasar? – intervino Zach, y tiró de Michael, ignorando sus lágrimas como si fueran lo más normal del mundo. – Primero es lo primero: un tour por la casa. Parece grande, pero se queda pequeña para tantos. Creo que tú vas a dormir en la habitación de Ted. Yo duermo en… - empezó mi hermano, y continuó diciéndole dónde dormía cada uno, y hablándole para distraerle. Pareció funcionar, porque el sobre exceso de información cortó las lágrimas de Michael. Me acerqué a papá y a Ted.

-         ¿Qué le pasa?

-         No lo sé – dijo papá – Pensé que lo había solucionado en el hospital.

-         ¿Crees que no quiere estar aquí? – preguntó Ted, preocupado.

-         ¿Has visto la cara que ha puesto? Claro que quiere estar aquí. – dije yo. - Además, ya está grandecito para decir lo que quiere o lo que no ¿verdad?

No me respondieron, pero los dos estaban bastante preocupados.

-         Aidan´s POV –

Me angustiaba no saber cuál era el problema de Michael, pero me enterneció la acogida de todos mis hijos. Alice me había tocado la fibra con su inocencia, y Zach supo manejar muy bien la situación, para no avergonzar a un Michael que lloraba sin que nadie supiera por qué.

Zach arrastró a Michael escaleras arriba, haciendo de guía turístico con desparpajo, y los demás le seguimos. Me sentí muy orgulloso de él, por usar su chispa natural para hacerle las cosas más fáciles a un recién llegado algo abrumado.

-         Aquí duermen Ted, Alejandro, Cole, y ahora tú. Creo que van a poner una litera o algo así. No sé cómo quedó la cosa. Despídete de tener espacio vital. Y a Alejandro le huelen los pies.

-         ¡Eh! – protestó el aludido, y los demás nos reímos, Michael incluido.

-         En esta otra duermen Kurt y Dylan. En la de más allá Hannah y Alice. En realidad, los tres enanos pasan más tiempo en la cama de papá que en la suya.

-         ¡Se duerme mejor! – se defendió Hannah.

-         En frente de ellas están Madie y Barie y generalmente nadie puede entrar en su cuarto sin su permiso si no quiere sufrir una muerte lenta y dolorosa. Ahora eso sí, ellas entraran en el tuyo cuando les venga en gana.

-         ¡Mentira! – dijeron las aludidas.

-         ¡Verdad! – respondieron mis hijos mayores. Más risas.

-         Eso otro es un baño, y lo de al lado también. Y aquí dormimos el traidor de Harry, y yo.

-         ¡Zach! – protestó Harry.

-         Es una sabandija y una rata. Por suerte para ti, como somos tantos, no tendrás que verle mucho la cara.

Escuché eso perfectamente, y en ese momento decidí que ya era suficiente. ¿Cuánta porquería más iba a echar Zach sobre su hermano? Di un paso hacia él, pero antes de poder decir nada, Harry decidió defenderse por fin:

-         ¡A lo mejor es a ti a quien se libra de tener que aguantar, imbécil!

-         ¿A quién llamas imbécil,  ladrón de cuarta? – espetó Zach.

Intuyendo lo que iba a pasar, me puse en medio de ambos y arrastré a Zach lejos de allí antes de que Harry le estrangulara. Me metí con él en su cuarto, y cerré la puerta, pensando que era mejor poner una barrera física entre los dos. Luego me giré hacia Zach muy enfadado.

-         ¿No puedes dejarlo estar ni por un día? ¡Estamos recibiendo a Michael! ¡Le estamos enseñando que es parte de ésta familia! ¿Eso entiendes tú por familia? ¿Rencor absoluto y pullas constantes? ¿Qué impresión se va a llevar? – reproché. Zach pareció muy impactado por esas palabras y puso esa mirada especial de cuando yo le regañaba. Era muy tierno, pero aquello ya había ido demasiado lejos. Me acerqué a él y le di seis azotes con considerable fuerza.

PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS PLAS

-         ¡Estoy harto de esa forma de tratar a tu hermano, y en ningún caso le puedes insultar, da igual lo que él hiciera!

Los ojos de Zach se humedecieron mientras me miraba con mucha tristeza. Me dio rabia porque hacía unos momentos se estaba riendo, actuando genial con Michael. Ese era mi Zach, y no el que tiraba veneno contra Harry.

-         Te quedarás aquí el resto de la tarde, y cuando salgas quiero escuchar una disculpa en condiciones para tu hermano – sentencié, y salí de allí. Al hacerlo me di cuenta de que todos habían escuchado, a juzgar por sus caras. Suspiré.

-         ¿Tenéis hambre? – pregunté, intentando sonar animado, y deseando que nadie hiciera comentarios. Recibí varios asentimientos y una sonrisa de los más pequeños, porque todo lo que habían estado preparando eran aperitivos, chucherías, chocolate, patatas y otras guarrerías del estilo, que sin duda era todo un manjar para ellos (vale, y también para mí e.e)

Bajamos al piso de abajo y antes de que yo pudiera descender el último tramo de escaleras, Hannah, Kurt, Alice y Dylan ya se habían abalanzado sobre la mesa. Cualquiera que les viera me acusaría de matarles de hambre.

-         Yo no puedo comer nada de esto – comentó Michael. Me quedé a cuadros. – Por la diabetes, y eso.

Qué grandísimo idiota que era.  Tendría que haberme dado cuenta de eso.

-         ¿Qué cosas no puedes comer? – pregunté.

-         Refrescos carbonatados, frutos secos, chocolate, bollos, azúcar, mantequilla, patatas… No puedo abusar de la carne, de la leche, del alcohol…Tengo una lista con… mi régimen.

-         Dámela luego, por favor. Y siento no haber caído en la cuenta…¿No puedes comer nada de nada?

-         Las galletitas saladas – dijo y cogió una. Me sentí frustrado por no haber caído en el detalle de la comida. Él me dedicó una media sonrisa – No te preocupes. Hacía mucho que no comía de estas. No es como si en la cárcel las hubiera.

Agradecí sus intentos de hacerme sentir mejor, pero sólo me animé al ver que ya no parecía tan triste. Les dejé abajo y subí a hablar con Zach, pensando que  había sido muy duro al dejarle allí en un momento como aquél. Tendríamos que estar todos juntos, en familia…

Al entrar en su cuarto le encontré llorando sobre su cama. Me sentí terriblemente mal. Me acerqué y me hice un hueco, sentándome a su lado. Estaba boca abajo, con la cabeza escondida en la almohada. Le acaricié el pelo.

- Mmm. Parece que tu padre estaba muy enfadado antes y ha sido algo duro contigo ¿eh? Ya no estés triste, cariño.  Puedes bajar, mi amor, anda, ya no llores. 

Zach se dio la vuelta y me miró, con los ojos llenos de lágrimas.

-         No….snif… no es eso…es...que…es que…¡no me has dado un abrazo!

Parpadeé un par de veces, intentando acordarme de si lo había hecho o no.  ¿Lloraba con tanta angustia porque yo no le había abrazado? Mi niño… Le levanté de la cama y le atrapé en mis brazos.

-         Tienes toda la razón. ¿En qué estría pensando? Tampoco te di un beso ¿a que no?  Veamos… hace cuatro minutos que te castigué y te di cinco azotes. Eso hacen por lo menos veinte besos. Será mejor que empiece ahora ¿verdad? – dije, y empecé a darle besos en la frente. Él se rió e intentó separarse pero yo no paré hasta contar exactamente veinte. Luego le solté, y él se pasó la manga por los ojos, algo avergonzado por haber llorado así.  Le aparté le pelo de la cara. Él lo tenía relativamente largo para un chico. – No me gusta verte de malas con Harry. Es antinatural, cariño. Sé que te hizo daño, pero ya han pasado días y él realmente está haciendo su mejor esfuerzo. Deberías perdonarle, antes de que sea él el que tenga que perdonarte a ti.

-         Pero… él nunca me ha dicho que lo sienta – susurró. – Yo… necesito que me lo diga. No soy como tú. Yo necesito oír una disculpa.

Le miré con atención. Eso sonaba razonable para mí.

-         Él y tú tenéis mucho que hablar – le dije. – Hablar, que no insultarse. Siento haber hablado y actuado con dureza pero no me arrepiento para nada de haberte castigado. ¿Qué es eso de llamarle rata, y ladrón, y todo eso que le has dicho?

Zach volvió a poner su mirada especial marca “no te enfades conmigo” y yo suspiré, dándole un beso más en la frente.

-         Vamos a bajar con todos ¿vale? Tienes que tener más cuidado con lo que dices, hijo. Tachar a alguien de ladrón es una cosa muy seria y dado el pasado de Michael hay que ser cuidadosos con ese tema.

Zach asintió y bajó conmigo al comedor. Michael no estaba en ese momento. Por lo visto se había ido al baño.


- Cole´s POV -

Intenté ser amable, sonreír y darle la bienvenida a Michael como todos los demás. Me estaba costando un poco pero aún no había intercambiado ni una palabra con él, así que no era tan difícil. Cuando papá se fue, y nos quedamos solos con él, le observé con atención. En ese momento parecía tranquilo, pero antes había llorado un poco. Todos habían pensado que era tristeza pero para mí que era culpabilidad. Había visto llorar así a Kurt muchas veces. La dulzura de Alice le hizo sentirse culpable, por algún motivo que yo no comprendía.

Cuando dijo que iba al baño, yo le seguí. Me sentí un poco mal por hacerlo, pero enseguida se me pasó porque él no fue al baño, sino a mí… a nuestro cuarto… Mi primer pensamiento fue que iba a fisgonear. Luego me dije que si aquella iba a ser su habitación, tal vez quisiera familiarizarse. Tras unos segundos abrí un poco la puerta que él había cerrado y le observé por la rendija. Estaba hablando por el móvil.

-         ¡No, escúchame tú!  ¡Sé lo del dinero! ¿Veinticinco mil pavos? Pero ¿en qué estabas pensando? No sé lo que planeas, pero tus jueguecitos se acaban ahora. Ya tienes tu estúpido dinero. Y no pienses que…¿hola? ¡No me cuelgues! ¡Bastardo de mierda, no me cuelgues! ¡Cabronazo! – gritó Michael, y tiró el móvil contra la pared. Yo me asusté mucho y respiré muy fuerte, y así hice que él mirara hacia la puerta y me viera mirar a través de la rendija. Me estremecí. Se acercó a mí y yo estaba tan asustado que ni pude moverme. Tiró de mí hasta meterme en la habitación y luego cerró la puerta.

Tuve mucho, mucho miedo. No sabía lo que había escuchado, pero intuía que no era nada bueno y que a Michael no le gustaba que yo lo supiera. ¿Qué me iba a hacer?  Me abrazó por detrás y me puso una mano en la boca para impedir que hablara o gritara, y por mi cabeza pasaron cosas muy raras que había visto en películas que se supone que no debería ver. ¿Me iba a matar?

-         Tú no has oído nada ¿me escuchas, enano de mierda? Si sabes lo que te conviene no dirás ni una palabra. – me amenazó. Lloré de puro terror, porque Michael era muy grande, yo muy pequeño, y su voz en ese momento daba miedo. No era para nada el chico asustado y vulnerable que había sido hacía un rato. En esos instantes parecía peligroso, como desesperado, o algo así…. Me entraron ganas de ir al baño de puro terror,  pero lo único que podía hacer era estar ahí, temblando, esperando a que el hiciera lo que quisiera hacer conmigo… De pronto retiró mano de mi boca, mojada con mis lágrimas, y se la miró. - ¿Estás llorando? – preguntó, y me dio la vuelta para mirarme. Se frotó el pelo con la mano. – Venga, enano…. No… Escucha, yo…

En cuanto me vi libre, salí corriendo, huyendo de alguien muy malo. De alguien que me daba miedo. De alguien que había engañado a toda mi familia, pero yo le había visto como era de verdad.

Un monstruo.






8 comentarios:

  1. QUEEEE...no me digas que Michael es malooooo porque no lo tolero.... eso NOOOOOO... mira que eso mataria a Aidan y a Ted al mismo tiempo, y Alejandro no podria cuidar a todos sus hermanos solo.

    ResponderBorrar
  2. Esto en enserio!!! Que no me lo creo como es que Michael es malo (0_o) o que es lo que trama ahora que pasará con lo que Cole escucho? Son tantas las preguntas que no puedes dejarnos tanto tiempo sin saber que pasará con todo esto please no tardes mucho con el siguiente capítulo **ojitos de gato con botas**

    Fanny

    ResponderBorrar
  3. :O michael malo? Apoyo a sanha eso sería muy duró para Aidan y Ted y todos jeje (alice me da mucha ternura)
    Tu historia es perfecta :3 y lo que dijo Aidan del amor de padres adoptivos ... estoy totalmente de acuerdo
    Actualiza pronto xfis :)
    Saludos

    ResponderBorrar
  4. O.O como!!!!!, no se que pensar, y quien le dio ese golpe a michael, esto se pone cada vez mas intenso, me encanta, pobre cole que miedo...., hay que prestarle mas atención al nuevo miembro que algo trae tras suyo y al parecer no es bueno ...mmmm.....

    ResponderBorrar
  5. Mmmm yo no creo que sea malo "malo". Has dado como pistas de quebnu quiere hacer daño a Aidan y de que se siente culpable. Y me he leído varias veces la conversación por teléfono y ya creo saber lo que pasa.

    Buena manera de camuflar lo de Zach, después del bombazo de Michael nadie va a hablar de ello pero Aidan tendría que haber sido mad duro con él!!!

    ResponderBorrar
  6. Dreaaaaaaammm... he de confesar que me he perdido varios capis de ésta bellísima historia, por lo que no entendí una cuantas cositas, pero prometo ponerme al día con todo muy prontito, jejeje.... Bueno, ahora sí, ya hablando de la historia de hoy sólo me queda felicitarte por tu excelente trabajo!!!
    Qué capítulo más increíble!!! Me ha gustado tanto. Cuánto sentimiento pones en cada línea!!! Es sensacional!!! Aidan es perfecto! un sol de padre, de hermano.... de persona!!! Podemos postularlo para personaje del año?!! jejej

    También me quedé con la duda de la llamada! No creo que Michael sea malo! Pero tú si por dejarlo ahí, jajaja... Mentiraaaa! Pero por fis no tardes con la continuación, así terminamos el año con una sonrisa si?! :D

    De nuevo te digo: GENIAL HISTORIA!!!!
    Felicidades por ser tan talentosa y gracias por ser tan buena en compartir ese don con todos!!

    Que tengas una Feliz Navidad! =D

    CAMILA

    ResponderBorrar
  7. yo creo que con quien hablaba Michael por telefono era el policia que le dijo a Aidan que tenia que pagar 25.000 para que el quedara libre, y se siente culpable precisamente por eso, por que tubo que pagar, cuando el policia le dijo que no tendria que pagar... el malo es el policia.

    ResponderBorrar
  8. actualiza pronto por favor me dejaste una incertidumbre inimaginable, espero que Michael no sea tan malo como yo creo en este momento
    mari

    ResponderBorrar